Morrissey: el bocón de Manchester acaba de lanzar su mejor disco, a los 60 años

En medio de un estado parecido al que las películas nos insinuaron como el fin del mundo, Morrissey sacó su mejor disco de los últimos años. I Am Not a Dog on a Chain es el nada sútil título del décimotercer album de su carrera solista, ya no como cantante de los míticos The Smiths. El disco es un acierto que durante 49 minutos ayuda a repensar esos signos de interrogación enormes y consecutivos que fueron World Peace Is None of Your Business (2014), Low in High School (2017), y el album de versiones California Son (2019).

Pero claro, no solo estamos hablando de música. Porque mientras Morrissey, de 60 años, publicaba un disco tras otro su nombre aparecía en los medios de comunicación de todo el mundo junto con declaraciones escandalosas, defensas controversiales para el espíritu que supuestamente encarna y opiniones que lo fueron arrastrando, poco a poco, hacia el barranco del repudio y la incomprensión en plena era de las redes sociales y la masividad de gestos nimios. El debate sigue abierto y en llamas: ¿se puede separar al artista de su obra? La imagen romántica del joven y desgarbado cantante de The Smiths, que con su dulce voz y ese adorable acento británico enamoró a todos entonando "The Boy With the Thorn in His Side" o "Some Girls are Bigger than Others", que encabezó una férrea lucha por los derechos de los animales y criticó a la monarquía y a la clase política de su país, empezó a deteriorarse cuando sus opiniones se tiñeron de xenofobia. Es conocida su pelea con la revista inglesa New Musical Express (NME), que lo tildó de "racista" por haber dicho en una entrevista que las fronteras de Inglaterra estaban "inundadas" y que el país se había "echado a perder". Aunque años más tarde, abogados mediante, la publicación tuvo que retractarse, Morrissey siguió con sus calificaciones polémicas. Hace una década, que parece mucho tiempo pero no lo es, dijo sin sonrojarse que la población china era una "subespecie" por su trato hacia los animales. A contracorriente de varios artistas de su generación, se mostró públicamente a favor del Brexit y apoyó las ideas del UKIP (el Partido de la Independencia del Reino Unido), especialmente las de su líder Nigel Farage, por sus políticas de antinmigración. También criticó al movimiento feminista #MeToo, que puso en el banquillo de los acusados a Harvey Weinstein y a Kevin Spacey, entre otros ídolos de Hollywood. Al actor de House of Cards y Belleza americana lo defendió más que nadie. "Las acusaciones son ridículas [.] por lo que yo sé estuvo en una habitación con un chico de 14 años. Kevin Spacey tenía 26 y el chico, 14. Uno se pregunta dónde estaban los padres de ese niño, uno se pregunta si él no sabía qué era lo que iba a pasar", declaró a los medios y así volvió a ser noticia por algo que nada tenía que ver con su música.

Es el mismo Morrissey que en uno de sus últimos pasos por la Argentina posó junto a un mural de las Islas Malvinas y publicó en sus redes sociales un contundente mensaje titulado: "Las Malvinas son argentinas". Todo un gesto por parte del británico, que aprovechó la ocasión para dispararle con munición gruesa a una de sus enemigas predilectas, la ex primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher. "La esperanza política murió con la peor de las muchas peores, esa matona de ego sobrecargado conocida como Margaret Thatcher", comienza el incendiario texto. Nada nuevo para el músico que en 1988, en pleno mandato de Thatcher, publicó la aún más incendiaria canción "Margaret on the Guillotine" (Margaret en la guillotina).

El propio Morrissey se encargó de revelar en su Autobiografía -publicada en español en 2016, por la editorial Malpaso- que el tema llegó a los oídos de la entonces primera ministra, y que un agente de Scotland Yard contactó a su representante para pactar una cita que terminó siendo en un interrogatorio. "Me vi obligado a prestar declaración por un supuesto delito contra la Seguridad Nacional", recordó Moz y concluyó la anécdota admitiendo que todo "fue muy civilizado. Hablaron durante un rato y luego me pidieron un autógrafo para un vecino". La "Dama de Hierro", como la llamaron por su firmeza política y su mano dura, terminó su mandato dos años más tarde. Y Morrissey, bueno, sigue sacando discos y aprovechando cada oportunidad para recordarla sin una gota de cariño.

Su Autobiografía se vuelve un documento indispensable para tratar de entender al Morrissey detrás del personaje. O al menos para saber cómo se ve mismo a través de su propia historia. En otras palabras, para intentar dilucidar cómo el pequeño Steven Patrick, criado en el corazón obrero de una Manchester estancada en la posguerra, se convirtió en ese ícono pop progresista de los tardíos ochentas. Y luego en esa suerte de monstruo bocón que espanta a sus propios fans, tanto a los viejos como a esa camada más joven que había encontrado en la sensibilidad de sus primeras obras la base genética de un sonido y una doctrina que seguirían siendo actuales décadas más tarde.

En esas páginas escritas en primera persona se pueden rastrear las raíces de las pasiones del artista. Y también, por qué no, los orígenes de sus posteriores contradicciones. El bullying físico y psicológico que sufrió por parte de sus compañeros y docentes, su fuerte rechazo al sistema educativo inglés, la entrañable relación con su abuela, el complejo vínculo con su padre -fanático de Elvis y portador de ese jopo que se volvería herencia-, y los piropos que perseguían a su hermosa madre cuando caminaban juntos por las calles de Manchester.

También aparece su temprana aversión por la comida de origen animal, la falta de atracción hacia las chicas -aunque no ocurría lo mismo a la inversa-, y su particular repulsión a los modales varoniles, lo que le valió más de una paliza. Mucho antes de ser Morrissey, a secas, Steven encontró su refugio en la literatura. Y aunque siempre se lo asocia con Oscar Wilde -hay una sesión de fotos muy conocida en donde se lo puede ver posando con uno de sus libros-, también lo impactaron desde muy chico autoras feministas como Carson McCullers, Anne Sexton y Dorothy Parker. Pero no todo eran libros. Steven también amaba el cine -si de amor se trata, el suyo sería el actor norteamericano James Dean- y veía la televisión. Como a cualquier chico, le encantaba Batman y Perdidos en el espacio. En la televisión celebró también cada una de las emisiones de Top of the pops, el programa de la BBC que de alguna manera lo educó musicalmente.

Siempre le gustaron los hits y las primeras monedas que logró reunir las cambió por discos. El primero de todos fue el simple "Come and Stay With Me" (1965), de la cantante y actriz británica Marianne Faithfull. Pero Starman (1972), de David Bowie, fue el verdadero golpazo adolescente. Un antes y después para el futuro cantante -siempre supo que quería cantar para ser alguien-, con un Ziggy Stardust andrógino y extraterrestre enseñándole el camino a casa. Mott The Hople y Los New York Dolls siguieron el mismo sendero, y cuando el punk golpeó las puertas de Inglaterra, Steven se puso al frente de su primer proyecto, The Nosebleeds. Faltaba muy poco para conocer a un jovencito Johnny Marr en un recital de Patti Smith y empezar a sentar las bases de los hoy legendarios The Smiths. Pero todavía faltaba bastante para renegar de esos orígenes y, en un arrebato de egolatría, colocar a su discografía solista por encima de la obra que le aseguró un lugar en la cima de la música pop del siglo XX.

¿Y qué hay del siglo XXI? Hay que repetirlo las veces que sean necesarias: hacía muchos años que Morrissey no se despachaba con un disco como I Am Not a Dog on a Chain. Y puede ser la reivindicación del ícono de Manchester. Una soga arrojada a la superficie que, tal vez, lo saque del agujero interior a fuerza de canciones y versos que, sorprendentemente, justifican el play sin necesidad de borrar el historial de reproducción. A sus 60 años, parece haber encontrado el equilibrio sonoro en el que antes tambaleaba. La electrónica, el piano, su voz, y esa fuerza rítmica con la que siempre le gustó decorar a su proyecto solista, aparecen en orden como hacía rato no sucedía.

"Si vas a saltar, saltá/ no lo pienses/ Si vas a salir corriendo a casa y ponerte a llorar/ entonces no me hagas perder el tiempo/ Si te vas a suicidar/ y si no querés que te perdamos el respeto, adelante". Esos versos que parecen cuchillazos pertenecen a "Jim Jim Falls", el gran arranque del disco. Y el clima mejora aún más cuando Thelma Houston, una leyenda de la Motown, se suma en "Bobby, Don't You Think They Know?", un tema brillante que termina con saxos y alaridos.

El recorrido sigue y hay recompensa. En la canción que le da nombre al disco, Morrissey se confiesa: "No le veo sentido a ser amable". Y en "What Kind of People Live in These Houses?" recupera su astucia para hacer melodías simples y efectivas sin dejar de bajar de línea: "Ellos votan como votan/ no saben cambiar/ porque sus padres hicieron lo mismo". Los recursos electrónicos que aparecen y desaparecen a discreción a lo largo y ancho del álbum aportan un color a la paleta que -otra vez, sorpresa- nunca resta. Y que explota en "Once I Saw the River Clean".

En la tétrica "The Truth About Ruth" expone su mejor faceta de cantante, y en la excéntrica "The Secret of Music" experimenta con éxito durante casi ocho minutos. Para el cierre, admite el paso del tiempo y lo enfrenta en "My Hurling Days are Done", mientras un coro de niños angelicales lo acompaña. Si este es el fin del mundo, al menos Morrissey parece haber hecho las paces con su propia obra. ¿Logrará hacerlo con su público?