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'Mom shaming' o la mala costumbre que criticar por todo a las madres

Ha pasado siempre en mayor o menor medida, pero desde que se acuñó el término mom shaming para identificar la práctica de criticar y culpar sistemáticamente a las mamás por su forma de criar, he comenzado a notar un efecto secundario bastante inquietante: ya no se puede hablar de maltrato infantil bajo pena de exclusión, ataque y censura. Aunque los cuestionamientos hacia los estilos de crianza autoritarios o alejados de las necesidades reales de las criaturas mamíferas aluden a un sistema civilizatorio y no a la culpa de las madres, muchas mamás se sienten atacadas y reaccionan en consecuencia.

A menudo se pierde de vista que tras la manera de criar, existe todo un contexto cultural, económico, político, social que impide una maternidad dotada de derechos con apoyo suficiente para facilitar los cuidados oportunos y adecuados que los niños, niñas y adolescentes necesitan para establecer un vínculo de apego seguro que repercuta en su sano desarrollo integral.

A menudo se pierde de vista que tras la manera de criar, existe todo un contexto cultural, económico, político, social que impide una maternidad dotada de derechos/Getty Images.
A menudo se pierde de vista que tras la manera de criar, existe todo un contexto cultural, económico, político, social que impide una maternidad dotada de derechos/Getty Images.

En nuestras sociedades modernas se ha precarizado el tiempo y los recursos dedicados a los cuidados con el objeto de ponerlos al servicio del trabajo remunerado. Algunas estadísticas hablan de que durante la edad productiva, un ser humano dedica el setenta por ciento del día a trabajar y dormir, versus solo un cinco porciento destinado al cuidado de los hijos e hijas. Este y otros factores como la falta de apoyo emocional y práctico, la sobrecarga de obligaciones que recaen en las mujeres por la construcción social de género, explican cómo las condiciones y recursos para proteger el desarrollo infantil saludable dependen de un entorno o de una ecología que afecta a la madre y luego por añadidura a las criaturas.

Ser capaces de hacernos preguntas, reflexionar, pensar con autonomía, son recursos personales cada vez más escasos, paradójicamente en un mundo donde la ciencia y la tecnología han avanzado velozmente. Tal vez el problema reside en el hecho de que el denominado progreso de nuestra civilización se ha establecido sobre una estructura inhumana que prioriza el tener antes que al ser, el consumo insostenible en detrimento del consumo responsable, la competencia malsana y las relaciones basadas en la imposición de poder en lugar de los vínculos y organizaciones basadas en la cooperación, la solidaridad y la empatía.

La culpa de criar cuando todos señalan

Para hacer posible el avance hacia un cambio de paradigma es necesario repensar, hacernos preguntas, cuestionarnos lo que hemos normalizado. Pero esto no conviene a ciertos intereses desde los que muy probablemente se manipulan matrices de opinión para hacer sentir a las madres que el cuestionamiento a la cultura de crianza en las sociedades tecnológicas va dirigido a culpabilizarlas. Se trata de una estrategia muy inteligente para menoscabar el proceso de cambio poniendo en contra a sus protagonistas. Los se pone en juego es bastante. Bajo el nuevo paradigma de crianza y educación respetuoso de los derechos y necesidades de la infancia aumentan las posibilidades de que se formen personas capaces de pensar por sí mismas fuera del control de un sistema que nos necesita dormidos y obedientes. Con individuos así, todo el entramado de poder social, político, económico tal y como lo conocemos hasta ahora entraría en riesgo de modificarse hacia derroteros más humanos, cooperativos, amorosos, ecológicos, respetuosos hacia todas las formas de vida.

También hay que admitir que algunos representantes del nuevo paradigma de crianza han favorecido la polarización y el enfrentamiento. La radicalización y prepotencia con la que han tratado a muchas madres ciertos voceros influyentes de la denominada crianza respetuosa, ha podido agravar la mala prensa que ya tenía de antemano esta nueva cultura o filosofía de crianza más ajustada al patrón biológico original de las criaturas, pero el interés por desarticular este movimiento ha estado siempre presente de modo latente y manifiesto.

Llevo más de veinte años observando evidencias. Para mí resulta obvio que tras todo esto existe una estructura refinada y potente con mucho músculo económico poniendo en marcha estrategias de manipulación mediática para condicionar emociones, creencias, conductas. Suele pasar que cuando surge un movimiento potente de cambio inminente de paradigma se habilitan y financian estrategias para desacreditarlos y preservar el estatus quo. En la era digital se han refinado con laboratorios de expertos de la conducta y enormes recursos tecnológicos dirigidos a hackear nuestras emociones, creencias, opiniones, acciones para llevarnos a donde quieren. Internet y las redes sociales están diseñados hoy básicamente para llevarnos a reaccionar en lugar de reflexionar.

Antes de la aparición del mom shaming se instaló la marketización, comercialización y trivialización del nuevo paradigma de crianza, convirtiendo sus espacios mayoritarios de divulgación en puestos de un mercado de venta de recetas fáciles en cinco pasos para educar no pocas veces en formato de espectáculos de reality show donde las criaturas son usadas como muñecos de vitrina para ganar visibilidad, ventas, entre otros, truncándose el desarrollo de espacios más inteligentes y amorosos para avanzar hacia un cambio honesto y sostenible.

La radicalización de llamado "mom shaming"

Ojalá me equivoque, pero me temo que la radicalización del llamado “mom shaming” está impactando sobre la libertad de expresión y en consecuencia afectando a las personas que desde un lugar profesional, responsable y ético invierten esfuerzos para dar voz a los niños, niñas y adolescentes. El ataque, la persecución, la discriminación y la censura por exponer verdades incómodas que desfavorecen a la infancia y que en general aluden a un sistema civilizatorio y no a la culpa de las madres, está sembrado un miedo que deriva en el discurso edulcorado y condescendiente dirigido a las mamás ofendidas para eludir el costo de la impopularidad por herir sensibilidades.

De todo esto me preocupa también las consecuencias a corto, mediano o largo plazo en el contexto del avance y aplicación de las leyes que regulan los derechos de la infancia. ¿Cómo podemos otorgar identidad y notoriedad a las necesidades y derechos de niños, niñas y adolescentes, cómo denunciar las distintas formas de abuso y maltrato infantil ante un mundo de adultos que cada vez encuentran nuevas y más refinadas maneras para censurar cualquier alusión sobre el tema?

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