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Para los militares afroestadounidenses, el lema es 'deber, honor, país. Pero no esperen ser líderes'.

El general Michael X. Garrett en Washington, el 14 de febrero de 2020. (Nate Palmer/The New York Times)
El general Michael X. Garrett en Washington, el 14 de febrero de 2020. (Nate Palmer/The New York Times)

WASHINGTON — Una fotografía del presidente Donald Trump junto a sus generales y almirantes de cuatro estrellas, tuiteada en octubre por el secretario de Defensa Mark T. Esper, fue concebida como un agradecimiento al comandante en jefe. Pero enfureció a muchas otras personas, y no solo a los que estallaron en Twitter.

“Parecía una foto de 1950”, afirmó Walter J. Smiley Jr., teniente coronel afroestadounidense quien batalló en Irak y Afganistán antes de retirarse el año pasado tras 25 años en el Ejército. Dana Pittard, mayor general retirado, también afroestadounidense, estaba igualmente frustrado. “Son las Fuerzas Armadas de Estados Unidos”, dijo. “¿Por qué esta foto no se parece a Estados Unidos?”.

Sin embargo, la fotografía del presidente rodeado de un mar de rostros blancos con uniformes militares es un retrato perfecto de los altos comandantes que lideran una institución que por lo demás es diversa.

Cerca del 43 por ciento de los 1,3 millones de hombres y mujeres en servicio activo en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos son personas de color. Pero quienes toman las decisiones cruciales, como la manera de responder a la crisis del coronavirus o cuántos soldados enviar a Afganistán o Siria, son casi en su totalidad hombres blancos.

De los 41 comandantes de más alto rango en las Fuerzas Armadas —aquellos con rango cuatro estrellas en el Ejército, la Fuerza Aérea, el Cuerpo de Marines y la Guardia Costera— solo dos son de raza negra: el general Michael X. Garrett, quien lidera el Comando de las Fuerzas Armadas del Ejército (FORSCOM) y el general Charles Q. Brown Jr, comandante de las Fuerzas Aéreas del Pacífico.

El general Paul M. Nakasone, cuyo padre es japonés-estadounidense de segunda generación, lidera el Cibercomando de Estados Unidos. El Ejército ha contado algunas veces al general Stephen J. Townsend, titular del Mando África de Estados Unidos, de madre alemana y padre afgano, como un comandante perteneciente a una minoría. Solo hay una mujer en el grupo: la general Maryanne Miller, lideresa del Comando de Movilidad Aérea de la Fuerza Aérea, quien es blanca.

Las academias militares de élite cuyos egresados ocupan el grado de oficial —la Academia Militar de Estados Unidos en West Point, Nueva York, la Academia Naval en Annapolis, Maryland, y la Academia de la Fuerza Aérea en Colorado Springs, Colorado— han incrementado su matrícula de reclutas pertenecientes a minorías en años recientes, pero sus estudiantes siguen siendo predominantemente blancos. Los afroestadounidenses que logran convertirse en oficiales, por lo general, son dirigidos a especializaciones en logística y transporte, en vez de las especialidades emblemáticas en armas de combate que conducen a los puestos más importantes.

Entrevistas con más de tres docenas de militares y oficiales blancos, hispanos y afrodescendientes, describen un sistema arraigado y exclusivo con topes prácticamente infranqueables para las minorías.

Según los militares que pertenecen a minorías, la presidencia de Trump solo ha magnificado la sensación de aislamiento que han sentido desde hace mucho tiempo en este sistema estratificado. “Con Obama sentías que las personas estaban mejorando” e intentando impresionar al primer presidente negro del país, dijo Pittard, añadiendo que con los presidentes George W. Bush y Bill Clinton existían sentimientos similares. Esa presión, según Pittard, ha desaparecido con Trump. “No hay nadie impulsando”.

El racismo en las Fuerzas Armadas parece estar en aumento. Una encuesta del año pasado de 1630 suscriptores en servicio activo de la revista Military Times reveló que un 36 por ciento de los encuestados y un 53 por ciento de los militares pertenecientes a minorías dijeron haber visto ejemplos de nacionalismo blanco o racismo con motivación ideológica entre sus compañeros. El número se había incrementado significativamente en comparación con la misma encuesta realizada en 2018, cuando solo el 22 por ciento de todos los encuestados reportaron haber sido testigos de nacionalismo blanco.

En los últimos años, el Pentágono ha enfrentado criticas fuertes por una serie de incidentes racistas. Una demanda presentada en un tribunal federal en febrero por un piloto de combate de la Armada, acusó a varios pilotos y oficiales de la Estación Aérea Naval Oceana en Virginia Beach de buscar ocultar el racismo institucional dirigido contra aviadores afroestadounidenses, el cual según él causaba que los expulsaran injustamente de los programas de entrenamiento de pilotos. El abogado del piloto declaró en una entrevista que, a los aviadores de raza negra en la base, entre otras cosas, les asignaban alias racialmente despectivos como “Bola 8” y eran llamados “berenjenas” en los grupos de chat de redes sociales.

“La ausencia de minorías en los altos cargos se traduce en la ausencia de una voz que señale cosas que deberían haber sido atendidas desde hace mucho tiempo”, afirmó Brandy Baxter, una veterana de la Fuerza Aérea que sirvió en Irak y Afganistán y es afroestadounidense. “Y desde una perspectiva humana, esta ausencia envía otro mensaje: ese es un espacio donde no somos aceptados”.

Falta de mentores

Si ingresas al Pentágono por la entrada del río Potomac, donde los mandatarios extranjeros son recibidos por el secretario de Defensa, caminarás por el pasillo del Anillo E con retratos de los hombres que han liderado las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en el último siglo. Casi todos los militares afroestadounidenses entrevistados para este artículo dijeron haberse detenido cuando pasaban por la pintura del general Colin L. Powell, el primer y único presidente negro del Estado Mayor Conjunto. Su retrato, dijeron, era tanto un alivio —del solo hecho de que estuviera allí— y un recordatorio de que nadie más con su color de piel lo había logrado.

“Camino por sus pasillos, y nadie en sus paredes se parece a mí”, afirmó Lila Holley, ex oficial técnica jefe del Ejército. Hasta que llega a ese retrato. “Exhalo cuando veo a Colin Powell”, dijo.

Oficialmente, las Fuerzas Armadas insisten en que los generales y almirantes son seleccionados por criterios estrictos determinados por comités de selección militar. Pero en la práctica, casi todos los entrevistados dijeron que lo que seguía siendo fundamental era conseguir un mentor.

Los altos mandos del Ejército —James C. McConville, jefe de Estado Mayor del Ejército; John M. Murray, jefe del Comando de Futuros del Ejército (AFC, por su sigla en inglés); y Paul E. Funk II, líder del Comando de Entrenamiento y Doctrina del Ejército— son todos blancos y tuvieron al mismo mentor, el general Peter Chiarelli, antiguo vicejefe del Estado Mayor del Ejército.

“El Ejército en particular es un sistema bastante orientado al padrinaje”, afirmó Derek Chollet, exsubsecretario de Defensa. “Todo gira alrededor de la persona que te cuidará y te ayudará a ascender. Así que, si no tienes a nadie en la alta dirección que le dé prioridad a tu protección, es muy difícil que suceda”.

Generales de logística

Tu academia de procedencia es igualmente crucial. Por lo general, los graduados de West Point, Annapolis y Colorado Springs están destinados al liderazgo militar, mientras que los graduados de universidades y academias históricamente negras, no.

Los egresados de universidades negras que han tenido carreras militares exitosas suelen especializarse en logística y transporte, como movilizar suministros o conducir camiones, y no en especialidades de armas de combate como artillería o infantería. La logística y el transporte son consecuencia de la segregación en las Fuerzas Armadas, cuando muchos soldados afroestadounidenses fueron contramaestres y conductores de camiones. Pero los puestos relacionados con el combate, particularmente durante las casi dos décadas de guerra en Irak y Afganistán, son los que conducen a los altos cargos.

Las historias de algunas de las unidades de combate más emblemáticas de la milicia —los soldados que desembarcaron en la playa de Omaha o los marines que atacaron Iwo Jima— han extirpado en gran medida a los soldados de color que batallaron junto a los hombres blancos. Este trabajo de “selección de elenco” de la historia militar aumenta la sensación entre los afroestadounidenses, dicen, de que todavía no son bienvenidos en ese tipo de unidades.

Cuando en octubre de 2017 se reportó la noticia de que un militar negro se encontraba entre los tres Boinas Verdes y un mecánico que habían sido asesinados en una emboscada en Níger, varios coroneles afroestadounidenses que fueron entrevistados para este artículo dijeron que de inmediato supieron que el soldado de raza negra, La David T. Johnson, era el mecánico.

Pero, aunque Johnson no tenía el parche de Boina Verde en su manga, falleció disparando su arma en un matorral de la remota Níger, rodeado de militares enemigos.

“Algo está pasando”, afirmó Reuben E. Brigety, exoficial de submarino de la Armada quien ahora es decano de la Escuela de Asuntos Internacionales Elliott de la Universidad George Washington. “A menos que creas que las minorías étnicas no son tan buenas como sus contrapartes blancas masculinas, tiene que haber otra razón”.

La otra razón

En el Cuerpo de Marines, el término para un marine negro es “no nadador”. En los Rangers del Ejército, es “ranger nocturno”.

“He escuchado el apodo ‘ranger nocturno’”, afirmó Pittard, quien realizó su entrenamiento con los Rangers en las montañas del norte de Georgia. “‘Ven acá, ranger nocturno’. Eso no te hace sentir muy bienvenido”.

El apodo “no nadador”, concebido como un insulto, se refiere al viejo mito de que las personas de raza negra no saben nadar. Como todo mito, hay un destello de verdad suficiente como para que sea difícil desmontarlo. Pittard, quien llegó a ser comandante de las fuerzas terrestres para la coalición liderada por Estados Unidos contra el grupo del Estado Islámico en Irak y Siria en 2014, afirmó que cuando ingresó a West Point en 1977, menos de 10 de los 100 nuevos estudiantes afroestadounidenses sabían nadar. Para graduarse, tenían que aprender.

“Nos graduamos 42” cadetes negros, recordó Pittard. “Es decir, perdimos a 58”.

Tras graduarse de la Universidad de Prairie View A&M en 1993, Smiley, uno de los oficiales retirados afroestadounidenses ofendidos por la fotografía de Esper en Twitter, se dedicó a la artillería, una especialidad en armas de combate. Durante 25 años, tuvo múltiples misiones en Corea del Sur, Irak y Afganistán. Cuando un comandante de batallón afroestadounidense lo llamó a su oficina para ordenarle que se quitara el bigote porque ningún alto mando del Ejército tenía bigote, se lo afeitó de inmediato.

Smiley pensó que iba por buen camino hasta 2011, cuando “la historia cambió”, dijo en una entrevista. Su evaluación del tiempo que pasó en Afganistán, en 2009 y 2010, había sido excelente, dijo. Pero al regresar a casa, recibió una segunda evaluación que lo calificó como mediocre. Y así, sus oportunidades de ser ascendido de teniente coronel a coronel, se esfumaron. Ni pensar en llegar a ser general. En el sistema de ascensos del Ejército, una evaluación mediocre es suficiente para eliminar tus oportunidades de avanzar.

Tiempo después, un general de una estrella se sorprendió de que Smiley todavía fuera solo un teniente coronel y lo citó a su oficina. “Tienes un gran expediente, excepto por esta única evaluación”, le dijo a Smiley. “¿Qué hiciste?”.

Smiley no lo sabía. Casi una década después, todavía no lo sabe, aunque dijo que pensaba que su raza había tenido algo que ver. Abandonó el Ejército en septiembre con el mismo rango de teniente coronel. “Me habría quedado si hubiera llegado a 06”, dijo, refiriéndose al rango de coronel.

La NASA sí, pero nunca los infantes de Marina

El Cuerpo de Marines de Estados Unidos nunca ha tenido, en sus 244 años, un general de cuatro estrellas que no haya sido un hombre blanco.

Consideremos el caso de Charles F. Bolden Jr., quien logró romper barreras en tierra y en aire. En 1963, luego de que la delegación del Congreso de Carolina del Sur rechazara su solicitud de admisión a la Academia Naval, Bolden le escribió una carta al presidente Lyndon B. Johnson. Un reclutador fue a su casa pocas semanas después, y logró entrar a Annapolis.

Bolden tuvo más de 100 incursiones en Vietnam, Laos y Camboya como piloto de combate de la Marina durante la guerra de Vietnam. Continuó su carrera en la NASA, donde piloteó dos transbordadores espaciales, el Columbia en 1986 y el Discovery en 1990, y comandó otros dos, el Atlantis en 1992 y el Discovery en 1994.

Aunque llegó al rango de mayor general, nunca llegó a obtener la tercera o cuarta estrella, y abandonó el Cuerpo de Marines en 2004. Cinco años después, el presidente Barack Obama lo nombró administrador de la NASA.

El teniente general Ronald L. Bailey tampoco pudo lograrlo. Bailey, el primer hombre afroestadounidense en comandar la Primera División de Marines, del 2011 al 2013, se retiró en 2017 tras 40 años con los marines, a solo una estrella de romper la barrera de las cuatro.

“El Cuerpo de Marines de hecho ha pensado mucho en esto porque nos ha costado”, dijo el general Kenneth F. McKenzie Jr, el marine que es comandante del Mando Central de Estados Unidos. “Nos ha costado hacerlo con las minorías. Nos ha costado hacerlo con las mujeres. Es un problema constante para nosotros”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company