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Mijaíl Gorbachov: una figura trascendental pero trágica

El expresidente soviético Mijaíl Gorbachov (1931 - 2022) y el expresidente de Estados Unidos Ronald Reagan (1911 - 2004). Boris Yurchenko/AP
El expresidente soviético Mijaíl Gorbachov (1931 - 2022) y el expresidente de Estados Unidos Ronald Reagan (1911 - 2004). Boris Yurchenko/AP

Pocos líderes mundiales han tenido un perfil más relevante, pero a la vez más trágico, que Mijaíl Serguéievich Gorbachov, cuya muerte a los 91 años fue anunciada por los medios de comunicación estatales rusos.

En cierto modo, es posible que Gorbachov, como último dirigente de la URSS, haya sido probablemente el único verdaderamente humano. Y es igualmente aleccionador que Gorbachov haya fallecido en un momento en el que la represión política en su Rusia natal ha vuelto a ser asfixiante, y la sombra del conflicto en Europa, que durante la Guerra Fría ensombreció la región, se ha hecho realidad.

Estas fueron las consecuencias que Gorbachov se esforzó por evitar. Fue un hombre que facilitó la apertura de la sociedad soviética, fomentando la esperanza y el debate en lugar de reprimirlos. Trató de revitalizar la URSS, previendo un próximo siglo de paz en el que la Unión Soviética se uniría a una “Casa Común Europea”.

Los logros

Los logros de Gorbachov fueron numerosos. Entre ellos, la negociación de tratados de reducción de armamento con Estados Unidos durante varias cumbres con el presidente estadounidense Ronald Reagan. Su sugerencia a Reagan en Reikiavik de que Estados Unidos y la URSS debían eliminar las armas nucleares sorprendió a la clase dirigente de la política exterior estadounidense, que en un principio veía a Gorbachov como poco más que una versión joven de los gerontócratas a los que había sucedido.

Después de vacilar inicialmente, admitió el desastre de Chernóbil de 1986, asumiendo que hacerlo le debilitaría tanto en casa como en el extranjero. En 1988 retiró unilateralmente las fuerzas del Pacto de Varsovia en Europa sin esperar un acuerdo recíproco con los países miembros de la OTAN.

Al principio de su mandato, había desarrollado una relación personal con Margaret Thatcher, quien dijo a la BBC que era un hombre con el que Occidente podía dialogar. Retiró las fuerzas soviéticas de Afganistán en 1988-9, y admitió que su presencia era una violación del derecho internacional.

Se negó a intervenir en muchas de las manifestaciones espontáneas que pretendían derrocar a los líderes comunistas atrincherados en el Pacto de Varsovia, presionándoles para que no utilizaran la fuerza contra sus propios ciudadanos.

Pero quizás lo más destacado es que fue el principal arquitecto de un gran plan para revitalizar la economía de la Unión Soviética (mediante la perestroika, o reestructuración), su sociedad (a través de la glasnost, que significa apertura) y su política (demokratizatsiya, o democratización).

El ascenso

Durante el poco llamativo ascenso de Gorbachov a través de las filas del sistema de la nomenklatura de las élites soviéticas, hubo pocos indicios de que llegaría a defender un programa tan radical. Nacido en 1931 como hijo de campesinos de Stavropol, una región que sufrió el impacto catastrófico de la colectivización forzosa de la agricultura, Gorbachov siguió el camino establecido para influir en la política soviética.

Se unió al Komsomol, la liga juvenil del Partido Comunista, y fue aceptado para estudiar Derecho en la Universidad Estatal de Moscú. Tras convertirse en primer secretario de Stavropol, y después en jefe del partido en la provincia, empezó a cultivar una imagen de reformista moderado, ofreciendo primas y parcelas privadas a los agricultores que superaban las cuotas de producción de cosechas.

La carrera política de Gorbachov podría haber terminado ahí. Pero, al igual que muchas élites políticas de éxito, se benefició de las redes de poder, ya que tanto el principal ideólogo del Partido Comunista, Mijail Suslov, como el jefe del KGB, Yuri Andropov, lo consideraron una cara nueva y valiosa para un liderazgo soviético cada vez más esclerótico.

Presentándose como un enérgico luchador contra la corrupción, Gorbachov fue promovido al Comité Central del Partido y luego al Politburó, el principal órgano político de la URSS. Cuando el Secretario General del Partido Comunista, Leonid Brezhnev, murió en 1982, Andropov tomó las riendas y dio a Gorbachov un control creciente sobre la economía. Fue efectivamente la segunda figura más poderosa de la política soviética hasta que acabó asumiendo el cargo de secretario general en 1985, tras la muerte de Andropov un año antes y la de su sucesor Konstantin Chernenko.

Aunque Gorbachov fue venerado en Occidente como el hombre que puso fin a la Guerra Fría, fue vilipendiado en su país como un líder insensato que provocó algo que ni siquiera pretendía: el colapso de la URSS.

Y aunque en Europa y Estados Unidos se le recordará sobre todo como uno de los grandes pacificadores de la historia, los rusos vieron en Gorbachov una faceta totalmente distinta, la personificación de la inestabilidad y el declive.

La caída de la URSS

Cuando las piezas del dominó comunista de Europa del Este cayeron en 1989, culminando con el derribo del Muro de Berlín en noviembre y la deserción de una gran parte de la mano de obra de Berlín Oriental hacia el Oeste de la noche a la mañana, la URSS había perdido su imperio. También estaba en proceso de perder su idea nacional unificadora.

La razón principal es que las reformas sociales de Gorbachov fueron demasiado exitosas, mientras que sus reformas económicas fueron un tremendo fracaso. La perestroika sólo sirvió para revelar lo profundamente ineficiente y corrupta que se había vuelto la economía dirigida soviética. Comenzó con un programa de aceleración económica que fue transformándose en un plan para cambiar la economía soviética del dirigismo estatal al mercado en 500 días. Para impulsar sus reformas, Gorbachov se apoyó en un nuevo cuadro de jóvenes tecnócratas, mientras muchos representantes de la vieja guardia seguían en los puestos de poder.

Las campañas contra el alcoholismo le llevaron a ser ridiculizado públicamente como el “secretario del agua mineral”, y los caros gustos de su esposa Raisa por la ropa occidental se convirtieron en objeto de la ira popular. La brecha entre los resultados económicos y la capacidad de la población para criticarlos crecía, pero Gorbachov no reaccionaba. En 1990, intervino para sofocar los disturbios civiles en Bakú y bloqueó a Lituania, que había votado a favor de la independencia.

Mientras Gorbachov luchaba por mantener unida a la URSS, la vieja guardia soviética lanzó un golpe de estado de línea dura en agosto de 1991, poniendo a Gorbachov bajo arresto domiciliario en su villa de la ciudad turística de Foros, en el mar Negro. Boris Yeltsin, líder de la Federación Rusa, se convirtió en el rostro de la resistencia, emulando a Lenin al subirse a un tanque y exigir la liberación de Gorbachov, así como elecciones libres y justas. El golpe de estado fracasó al negarse el ejército ruso a disparar contra los manifestantes.

Gorbachov regresó a Moscú, pero como una figura disminuida, dimitiendo como secretario general de la URSS y, finalmente, como su presidente, después de que los miembros de la URSS negociaran el fin del Tratado de la Unión y el comienzo de su propia soberanía estatal. Como presidente de Rusia, el principal componente de la Unión Soviética, Yeltsin heredó el asiento de la URSS en el Consejo de Seguridad de la ONU y, finalmente, la totalidad de su arsenal nuclear.

El trágico legado de Gorbachov

Tras perder el poder, Gorbachov se presentó inicialmente a las elecciones presidenciales rusas (sin atraer más que una mínima parte de los votos), escribió libros y memorias, y más tarde, al retirarse gradualmente de la vida pública, llegó a expresar su arrepentimiento por cómo había transcurrido la historia. Al principio, Gorbachov elogió la capacidad de Putin para unir a Rusia, pero, como reveló el periodista ruso Alexei Venediktov en 2022, se sintió amargamente decepcionado porque Putin había destruido todo lo que él se había esforzado por crear.

En última instancia, la tragedia de Gorbachov fue su confianza equivocada en la economía soviética, y que confundió el deseo de autodeterminación nacional del pueblo de la URSS con la voluntad de revitalizar la idea soviética.

Sin embargo, su fe perdurable en el progreso ilustrado y su disposición a asumir riesgos para lograrlo contrastan con la caricatura en que se ha convertido la Rusia actual, que celebra lo que nos divide en lugar de lo que podría unirnos.

Lamentablemente, el humanismo de Gorbachov, por muy imperfecto que fuera, no tiene cabida en la Rusia de Vladimir Putin, que ha dado la espalda a la modernidad, cultivando una cultura del victimismo y glorificando el chovinismo ruso en su cínica búsqueda del poder personal.

Como otros fracasados reformadores de la historia, el principal legado de Gorbachov es recordarnos lo que podría haber sido, pero no fue.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Matthew Sussex no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.