Treinta años del gran fracaso de Miguel Induráin en la Vuelta a España

16 Jul 1996:  Miguel Indurain of Spain starts to feel the pressure of the climb up to Col D''Aubisque as his fans in his home land try to urge him on during stage 16 of the Tour De France from        Agen Lourdes to Hautacam.Mandatory Credit: Mike Powell/Allsport UK
Mike Powell/Allsport UK

De la rivalidad entre Banesto y ONCE se habló mucho a lo largo de los años, especialmente cuando los de Manolo Saiz empezaron a buscarle las cosquillas a Miguel Induráin en el Tour. Con todo, si hay que buscar una primera afrenta, un primer momento en el que el colectivo se impuso sorprendentemente al individuo todopoderoso hay que acudir a la Vuelta a España de 1991, justo hace treinta ediciones, cuando el ciclismo aún era cosa de primaveras y alergias. El año en el que Perico Delgado decidió volver a saltarse la ronda española para enlazar Giro y Tour, estrategia que tan bien le había ido en 1988.

Lo bueno de esas vueltas entre Hinault y Rominger es que no tenían favorito. En rigor, las podía ganar cualquiera: poca montaña y no muy dura más allá de los Lagos de Covadonga, pocas figuras internacionales y tremenda variedad en el palmarés: desde los triunfos de Edouard Van Dyck en los años 40, nadie había conseguido repetir triunfo en la Vuelta. Así, durante los años 80, vimos toda clase de ganadores inesperados como Eric Caritoux, Álvaro Pino, Lucho Herrera... incluso el clasicómano Sean Kelly se aprovechó de las bonificaciones y la falta de decisión del equipo BH para ganar su única grande en 1988.

En 1990, el ganador había sido otro corredor sorprendente, Marco Giovanetti. Giovanetti era un buen ciclista, un hombre acostumbrado a los primeros puestos de aquellos Giros suaves de la época, al que dejaron coger minutos y minutos en una escapada y luego ya fue imposible recuperárselos. Giovanetti tenía el talento y las piernas para repetir triunfo, pero había dejado Seur para marcharse al Gatorade-Chateau D´Ax de Gianni Bugno, con el objetivo de descargar de presión al campeón del Giro 1990 y ayudarle a conquistar el Tour 91.

Aparte, no era una Vuelta para Giovanetti, sino para contrarrelojistas. Era una Vuelta, digámoslo claro, para Miguel Induráin. A sus 27 años, Induráin seguía siendo una promesa que no acababa de materializarse. Ganador de un par de París-Niza, del Criterium Internacional y de un par de etapas en distintos Tour de Francia, Induráin seguía fallando cuando tenía que dar el paso de liderar al Reynolds-Banesto. No era un tipo fiable. Siempre le pasaba algo, como la fractura de muñeca que le retiró de la carrera en 1989 cuando Echavarri ya lo llevó como co-líder junto a Perico.

La Vuelta a España de 1991 presentaba cinco contrarrelojes, tres de ellas individuales que sumaban un total de 125 kilómetros. Cifras que ahora serían directamente impensables. A su vez, apenas contaba con finales en alto dignos de ese nombre: Cerler, el Naranco, Valdezcaray... y la única excepción de los Lagos de Covadonga, donde, por cierto, ganaría Lucho Herrera seguido de Piotr Ugrumov, aquel extraño calvito letón que tanto buscaría las cosquillas de Miguel en el Giro de 1993 y el Tour de 1994. No se podía hacer un recorrido mejor pensado para Induráin. Era imposible. Como mucho, se podía pensar que otros rodadores como Fede Echave o incluso una versión superlativa de Marino Lejarreta le podrían molestar. Con quien nadie contaba era con Melcior Mauri.

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Y, sin embargo, fue Mauri el primer líder, tras una extraña crono en grupos de tres junto a sus compañeros de la ONCE. Tras varios días repartiéndose el maillot de líder entre ellos, llegó la crono de Cala d´Or. Era la octava etapa y el día en el que Induráin tenía que ganar y vestirse de líder. No hizo ninguna de las dos cosas. En una de esas demostraciones de Manolo Saiz, la ONCE colocó a cinco corredores entre los veinte primeros y Melcior Mauri se impuso por un puñado de segundos a Raúl Alcalá. Induráin quedó quinto, a casi un minuto.

No era buena señal, pero tampoco había por qué alarmarse. Mauri tenía que caer como fruta madura en la etapa reina con final en Pla de Beret. Nunca había sido un escalador y aquella etapa tenía un perfil furibundo, ideal para que los Parra, Lejarreta, Induráin y compañía metieran un buen mordisco a su ventaja. Solo que aquel día nevó sobre los Pirineos, las carreteras quedaron en mal estado y la organización, con el visible enfado del Banesto, canceló la etapa. Ojo a eso. De repente, quedó Mauri con sus tres minutos de ventaja y poco terreno para recortárselos. El milagro era posible.

Pese a todo, en la ONCE dudaban de si jugárselo todo al catalán o si trabajar para Lejarreta, más experimentado. Mauri pasó apuros en Cerler, mala señal, pero se rehizo en la crono de Valdezcaray, donde consiguió un buen sexto puesto... por delante de Induráin, que estuvo de nuevo por debajo de sus posibilidades y perdió otros 42 segundos. Aquello era casi la puntilla para el navarro. En rigor, solo quedaban los Lagos, el Naranco y la famosa etapa de las Destilerías Dyc, previo paso por la sierra del Guadarrama. Una versión top de Induráin podría hacerle daño a Mauri... pero no estábamos ante una versión top de Induráin y, a su vez, el navarro tenía que tener un ojo puesto en Lejarreta.

De hecho, fue Lejarreta el que atacó en Lagos, redundando en la teoría de Saiz del doble líder. Esa fue la única etapa en la que Mauri llegó a verse contra las cuerdas, pero se rehizo en los últimos kilómetros para perder menos de medio minuto. Cuando, al día siguiente, estuvo con los mejores en el Naranco, pocas dudas había de que iba a ganar la Vuelta contra todo pronóstico. Quedaban, ya digo, la sierra del Guadarrama y una larguísima crono de 53 kilómetros en Valladolid, donde Induráin podía hacer mucho daño y de hecho lo hizo: Miguelón le metió casi un minuto y medio a Lejarreta y a Raúl Alcalá y más de dos minutos a Fabio Parra... pero Mauri fue aún mejor y ganó la crono con un minuto largo de ventaja sobre el segundo.

Aquella fue una demostración superlativa que le valdría, por supuesto, el triunfo final en Madrid. Induráin se quedó sin la Vuelta que llevaba su nombre y ya no volvió en los siguientes cinco años, hasta su espantada de 1996. El ganador de cinco Tours y dos Giros, todos ellos cimentados en una superioridad contra el crono inaudita, perdía su primer asalto a una grande por no rodar lo suficientemente rápido. Mauri, por su parte, no se volvió a ver en una parecida hasta aquel Tour de 1995, de nuevo con la ONCE, en el que le salió todo y acabó entre los diez primeros. Su carrera fue larga y brillante, pero nunca se acercó a aquel estado de forma mágico de esas tres semanas de 1991, las del gran fracaso de Induráin, el último en muchísimo tiempo.