'No le tengo miedo a nada': muerte y resistencia en una ciudad ucraniana sitiada

Alla Ryabko habla con un trabajador de la morgue de la ciudad acerca del cuerpo de su hijo en Mykolaiv, Ucrania, el jueves 10 de marzo de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)
Alla Ryabko habla con un trabajador de la morgue de la ciudad acerca del cuerpo de su hijo en Mykolaiv, Ucrania, el jueves 10 de marzo de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)

MYKOLAIV, Ucrania — Alla Ryabko estaba en el patio de la morgue de la ciudad, temblando de dolor y rabia. Su hijo, el capitán Roman Ryabko, había sido asesinado durante el primer día de combates de la guerra en Ucrania, pero habían pasado dos semanas y aún no habían preparado su cuerpo para el entierro.

“Está ahí metido en una bolsa”, dijo, señalando los cuerpos cubiertos en el suelo. “Ni siquiera me lo dan para que pueda lavarlo. Me lo tengo que llevar en una bolsa, en una bolsa de basura”.

La morgue está desbordada. Les entregan los cuerpos a las familias del mismo modo que llegaron. Los cadáveres están en el pasillo, en las oficinas administrativas, en el patio, en un almacén cercano. Son soldados y civiles.

Mientras Ryabko lloraba a gritos su dolor, los ataques de artillería hacían temblar el suelo bajo sus pies. Ese día ya había 132 cadáveres en la morgue.

Todos los días hay bombardeos en Mykolaiv.

Las fuerzas rusas quieren tomar Mykolaiv porque se interpone en su camino. El puente Varvarivsky de la ciudad es la única vía en kilómetros para atravesar la amplia desembocadura del río Buh del Sur. Al tomar el puente, los combatientes rusos pueden avanzar a lo largo de la costa del Mar Negro, al oeste de Odesa, sede de la marina ucraniana y el mayor puerto civil del país.

Para llegar al puente, tienen que acabar con los combatientes ucranianos que, hasta ahora, no han cedido. De modo que las tropas rusas bombardean, de manera aleatoria e indiscriminada, atacando vecindarios, hospitales y supermercados, optando por el terror ante la ausencia de avances militares. Al menos una decena de civiles murieron a causa de los ataques aéreos durante el fin de semana, según las autoridades locales.

Un combatiente voluntario ucraniano frente al aeropuerto civil de Mykolaiv, Ucrania, el jueves 10 de marzo de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)
Un combatiente voluntario ucraniano frente al aeropuerto civil de Mykolaiv, Ucrania, el jueves 10 de marzo de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)

No obstante, también se niegan a sucumbir. Se sigue recogiendo la basura. Hay una familia que cerró un negocio de diseño de interiores de alta gama y ahora recorre la ciudad en auto repartiendo alimentos a los habitantes necesitados. Un grupo de jóvenes de la zona se reunió para intentar arreglar un tanque ruso dañado en los combates para que los militares ucranianos puedan utilizarlo.

A pocas cuadras de la morgue, la cafetería Coffee Go mantiene sus ventas activas, incluso cuando el fuego de artillería sacude las ventanas de cristal. Cuando los propietarios intentaron cerrar, sus trabajadores adolescentes se rebelaron, narró Viktoria Kuplevskaya, una barista de 18 años con un mechón naranja en el cabello.

“Queríamos trabajar”, dijo. “No le tengo miedo a nada”.

Mykolaiv, que en otra época fue un centro astillero del Imperio Ruso, fue uno de los primeros lugares atacados después de que el presidente ruso Vladimir Putin dio la orden de invadirla el 24 de febrero. Las tropas rusas se han adentrado en los límites de la ciudad, solo para ser expulsadas, dejando atrás las carcasas quemadas de los vehículos blindados.

Nadie sabe cuánto tiempo podrán resistir los defensores ucranianos. Las fuerzas rusas han azotado a la ciudad por tres flancos con ataques de tanques, artillería y aviones de combate. Cada día trae consigo más muerte, pero también resistencia.

El gobernador

“Buenos días. Somos de Ucrania”.

Así comienza el habitual mensaje matutino en video de Vitaliy Kim, el gobernador regional. Sus videos optimistas, en Facebook y Telegram, comienzan invariablemente con él haciendo la señal de paz y mostrando una sonrisa amplia, suelen acumular 500.000 vistas, más o menos el equivalente a la población de la ciudad.

“Cuando sonríe, podemos irnos a dormir”, afirmó Natalya Stanislavchuk, que se ha ofrecido como voluntaria para repartir alimentos a los necesitados “Si Kim dice que podemos dormir tranquilos, entonces podemos dormir tranquilos”.

Kim publica videos a lo largo del día en los que se aprecia una mezcla de tranquilidad y denigración fulminante de las fuerzas rusas. Los mensajes pretenden levantarles el ánimo a los habitantes de la ciudad, aunque los bombazos que escuchan suenen aterradoramente cercanos.

“Qué puedo decir: el decimoséptimo día de guerra, todo está bien, el estado de ánimo es excelente”, dijo Kim en un mensaje durante el fin de semana que comenzó con la noticia de un ataque aéreo en un vecindario residencial. “Tenemos libertad, y estamos luchando por ella; y todo lo que ellos tienen es esclavitud. Queremos que todos nuestros sueños se hagan realidad y estamos avanzando en esa dirección. Juntos hasta la victoria”.

Los objetivos

La bola de fuego iluminó el cielo como un amanecer prematuro marcando el inicio de otro día de bombardeos rusos.

Era lunes, 7 de marzo, y las fuerzas rusas habían lanzado un ataque de madrugada que sacó a los habitantes de sus camas.

Un misil de crucero había impactado en un cuartel lleno de soldados dormidos de la 79ª Brigada de Asalto Aéreo de Ucrania. Ocho murieron y otros ocho desaparecieron; sus cuerpos quedaron enterrados en la pila de escombros.

En un vecindario de bloques de apartamentos densamente poblados, los habitantes alternaban entre limpiar sus casas destrozadas y correr a los refugios antibombas del sótano en medio de los ataques continuos.

Los ataques con misiles habían roto las ventanas y rociado con metralla los muebles, las paredes y los electrodomésticos.

“Mira cómo nos salva el mundo ruso”, señaló Marina Babenko, madre de dos hijos, refiriéndose con sarcasmo a la afirmación de Putin de que Rusia estaba librando una guerra de liberación. “Vivíamos bien y teníamos todo lo que necesitábamos. Ahora están bombardeando zonas residenciales, mujeres y niños”.

Los rebeldes

Dos mujeres mayores estaban sentadas en la banca de un parque de la ciudad, viendo jugar a tres niños pequeños, cuando su conversación fue interrumpida por un ominoso zumbido: la sirena de un ataque aéreo. Las mujeres siguieron conversando. Después de unos minutos, se levantaron con lentitud, metieron al niño más pequeño en una carriola y se marcharon sin mucha prisa.

Es probable que los ataques con cohetes rusos determinen el ritmo de la vida en Mykolaiv, pero muchos habitantes están decididos a tocar a su propio son.

En las últimas dos semanas ha habido un éxodo de Mykolaiv. Algunas mañanas, grandes convoyes de autos y autobuses han bloqueado el tráfico en el puente Varvarivsky.

El puente es la vía de escape. También es un premio que las fuerzas rusas codician.

No obstante, si entran a la ciudad, además de las fuerzas militares ucranianas, las tropas rusas tendrán que enfrentarse a personas como Dmitry Dmitriev, un periodista local que ha hecho a un lado su pluma para cambiarla por un subfusil. En una visita reciente a las oficinas de su medio de comunicación en línea, había más armas que periodistas y cajas de munición por el suelo.

“Todos somos parte de la resistencia”, comentó Dmitriev.

Los heridos

En el Hospital Municipal número 3, Anna Smetana estaba sentada en un catre, sollozando. Smetana es una madre de 40 años que llevaba un vestido color durazno con lunares negros y tenía el hombro y la pierna cubiertos por grandes vendas empapadas de sangre.

Dos días antes, Smetana y seis de sus colegas de un orfanato local se dirigían a un pueblito a donde se había evacuado a los niños al comienzo de la guerra. A unos 24 kilómetros de la ciudad, narró, un vehículo de combate ruso blindado abrió fuego contra la camioneta.

Tres de los compañeros de Smetana murieron calcinados por el fuego que envolvió la camioneta, afirmó. Ella recibió dos disparos en el hombro y uno en la pierna.

En un solo día, Smetana fue una de los 25 pacientes atendidos por heridas de bombardeos y ataques, según el director del hospital, Dmitri Kolosov.

“Pensamos que el coronavirus era una pesadilla” dijo Kolosov, “pero esto es el infierno”.

Los defensores

Las marcas negras de fuego de ametralladora se observan en un avión de hélice que se encuentra en la pista del pequeño aeropuerto internacional de Mykolaiv. En el interior, la zona de control de seguridad ha sido destruida.

Al principio de la guerra, las tropas rusas ocuparon el aeropuerto brevemente, pero fueron expulsadas con rapidez por los combatientes ucranianos. Desde entonces, las fuerzas rusas han seguido intentando controlarlo para que sus aviones de transporte puedan traer tropas y equipos para alimentar su lucha y continuar su avance hacia el oeste.

Por ahora, los ucranianos siguen deteniendo su marcha.

“Tenemos una posición muy fuerte y los estamos esperando”, aseveró el sargento Ruslan Khoda. “No hay nada inesperado. Sabemos que se acercan y desde dónde vienen, y estamos listos para decirles, ‘Hola, rusos tontos’”.

Una noche aburrida

El lunes, Kim se mostró serio en su videomensaje nocturno. Reconoció que la situación se había agravado.

“No tiene ninguna lógica”, dijo, “pero la iniciativa está de nuestro lado, y estamos avanzando”.

Con esa declaración, en el decimoctavo día de guerra, mandó a los habitantes de Mykolaiv a dormir diciéndoles: “Les deseo a todos una noche aburrida”.

© 2022 The New York Times Company