Su padre le contagió el SIDA a propósito cuando era un bebé

Hay muchas formas de maltrato. Pero pocas tan sádicas, ignominiosas y crueles como la que infringió Bryan Stewart a su hijo. Este médico estadounidense contagió con el virus de VIH a su propio vástago cuando solo era un bebé de 11 meses de edad. Su objetivo era matarle. Pero de manera milagrosa, fracasó. Ahora se pudre en la cárcel, y aunque ha solicitado en varias ocasiones la libertad condicional, su víctima no lo ha permitido.

La terrible historia de Brryan Jackson -pidió cambiarse el apellido por el de su madre y añadir una ‘r’ a su nombre de pila, para no tener nada que ver con su agresor- se inicia en 1991. En aquella época, sus padres eran dos médicos enamorados que trabajaban para el Ejército de los Estados Unidos. Su madre se quedó embarazada, y su padre fue destinado a Arabia Saudí, en donde trabajó en un hospital, en plena Guerra del Golfo.


Al finalizar el conflicto, su progenitor volvió a casa. Pero no era el mismo. Algo había cambiado en su cabeza. Los cuidados que antes de su viaje dedicaba a su pareja se convirtieron en maltrato y en amenazas. Stewart mostraba un comportamiento errático y paranoico, y creía que ninguno de sus dos hijos eran suyos. Incluso solicitó pruebas de ADN para comprobarlo.

La madre de Brryan Jackson no soportó el clima de violencia que se vivía en su casa y solicitó el divorcio. Como suele ser habitual en estos casos, el juez dictaminó que el padre debía pagar una pensión compensatoria hasta que los críos tuvieran la mayoría de edad. Este hecho no le hizo ni pizca de gracia a Stewart, que pronunció unas terribles palabras que resultaron proféticas, según recoge la BBC: “Tu hijo no vivirá más allá de los 5 años”.

Tras la separación, el padre no volvió a ver sus criaturas. Hasta que un día la madre le llamó angustiada para decirle que su hijo de 11 meses había tenido un ataque de asma y que se encontraba ingresado en un hospital en estado grave. “Mi madre asumió que le interesaría saber que su hijo estaba enfermo. Cuando lo llamó, sus colegas le dijeron: ‘Bryan Stewart no tiene hijos’”, recuerda el hijo en el mismo medio.

Contra todo pronóstico, el padre se presentó en la habitación y le dijo a s expareja que le dejara a solas con su hijo. En ese momento, aprovechó para cometer su atroz crimen: sacó una jeringuilla llena de sangre de una persona con SIDA y la inyectó en el cuerpo del bebé. “Esperaba que me muriera, así no tenía que pagar mi manutención”, asegura Jackson.

Cuando su madre regresó a la habitación, lo encontró gritando en los brazos de su padre. “Mis signos vitales estaban todos alterados porque no sólo me inyectó sangre contaminada con VIH, sino también incompatible con mi grupo sanguíneo”.

La sangre infectada procedía de un laboratorio en el que el agresor trabajaba en aquel momento. Al parecer, según se supo más tarde en el juicio, el hombre se dedicó a guardar en casa muestras de sangre con SIDA y a la vez le decía a sus compañeros que en caso de tener un problema con alguien, le inyectaría dicha sustancia para matarle sin que pudiera demostrarse que había sido él.

Los hechos sucedieron en 1992, una época en la que ni se vislumbraba un tratamiento efectivo contra esta enfermedad, por lo que se puede decir con total veracidad que Bryan padre intentó asesinar a su hijo.

A partir de esa fecha, empezó un calvario para Brryan y su madre. El pequeño se ponía malo cada dos por tres, y nadie sabía exactamente lo que le pasaba. Ningún médico podía sospechar lo que estaba ocurriendo: sus padres eran profesionales de la medicina, venía de un hogar de clase media-alta y jamás había tenido contacto con las drogas, por lo que nadie pensó ni de forma remota en el VIH.

Pero un día a un pediatra se le encendió la bombilla tras ver el comportamiento de las defensas de Bryan. Le hicieron las pruebas y le dieron el terrible diagnóstico. “Cuando llegaron los resultados fui diagnosticado con sida avanzado y tres infecciones oportunistas”, explica. “Me dieron cinco meses de vida y me mandaron a casa”.

El tormento de Brryan no hizo más que empezar. Los niños del colegio y sus padres le hacían el vacío. No le invitaban a fiestas y no se sentaban a su lado. Le llamaban ‘gay’ o ‘drogadicto’. Él tenía que acudir a clase con una mochila cargada de medicamentos y muchas veces con una vía conectada a sus venas.

Pero a pesar de que los doctores no tenían muchas esperanzas en él, Brryan empezó a recuperarse milagrosamente. Se sentía con más fuerzas y podía estudiar. Y coincidiendo con su recuperación, él y su madre ataron cabos: el único que pudo haber inoculado el VIH en su sangre era su padre.

(Bryan cuando era un bebé y su padre, en prisión)

“Al principio estaba enojado, amargado. Crecí viendo películas donde los padres aman a sus hijos. No podía dejar de pensar en cómo mi propio padre había sido capaz de hacerme algo así”, recuerda con tristeza. “No sólo trató de matarme, sino que cambió mi vida para siempre. Él es el responsable de los abusos, de las burlas, de todos los años de hospital. Él es la razón por la que debo estar constantemente preocupado de mi salud”.

Brryan y su madre llevaron a los tribunales a su padre. Y en 1999 consiguieron que le condenaran a cadena perpetua. En 2011, el acusado solicitó un permiso para disfrutar de unos días de libertad condicional, pero Brryan se negó en rotundo. Lo mismo acaba de ocurrir este año, con la misma respuesta.

Por su parte Brryan Jackson disfruta estos días de una salud de hierro. Se gana la vida dando conferencias sobre motivación en las que cuenta su terrible historia. Su sistema inmunológico es idéntico al de una persona que no tiene SIDA y su gran sueño es convertirse en padre. Seguramente para poder darle a su hijo todo lo que él no pudo vivir en su infancia.