El uso de las mascarillas, común en Asia, se extiende en Occidente

La gente que va al trabajo en la mañana utiliza mascarillas protectoras en la estación Shibuya de Tokio, el 7 de abril de 2020. (Noriko Hayashi/The New York Times)
La gente que va al trabajo en la mañana utiliza mascarillas protectoras en la estación Shibuya de Tokio, el 7 de abril de 2020. (Noriko Hayashi/The New York Times)
Un hombre con mascarilla se posa en los bolardos ubicados afuera del Museo de Louvre en París, justo antes de que entraran en vigor las nuevas órdenes de distanciamiento social, el 17 de marzo de 2020. (Andrea Mantovani/The New York Times)
Un hombre con mascarilla se posa en los bolardos ubicados afuera del Museo de Louvre en París, justo antes de que entraran en vigor las nuevas órdenes de distanciamiento social, el 17 de marzo de 2020. (Andrea Mantovani/The New York Times)

PARÍS — Hasta hace unas semanas, los turistas asiáticos eran las únicas personas que usaban mascarillas en París, esto provocaba asombro y sospechas entre los franceses o incluso hostilidad cuando el coronavirus comenzó a propagarse por Europa.

Después de cuatro días de cierre de emergencia nacional para detener el brote, la vocera del gobierno francés, Sibeth Ndiaye, advirtió que las mascarillas eran tan extrañas que usarlas era demasiado difícil en términos técnicos y hasta podía ser “contraproducente”. Incluso el jueves por la mañana, cuando le preguntaron si usaría una mascarilla u obligaría a sus hijos a usar una, Ndiaye respondió: “Ah, no, no para nada”.

Este tabú está desapareciendo rápido, no solo en Francia, sino en todos los países de Occidente, pues cada vez hay opiniones más encarecidas de los expertos a favor de la práctica por su eficacia para detener la pandemia del coronavirus.

Para las naciones occidentales, el cambio es profundo y ha tenido que superar no solo los desafíos logísticos de garantizar las mascarillas suficientes, los cuales son considerables, sino también una profunda resistencia cultural e incluso el estigma asociado con el uso de las mascarillas, al que algunos líderes de Occidente describieron rotundamente como “extraño”.

En apariencia, no lo será por mucho tiempo. Después de desalentar el uso de las mascarillas, Francia, como Estados Unidos, ha comenzado a instar a sus ciudadanos a que usen alguna mascarilla básica o hecha en casa cuando salgan a la calle. Además, en algunas partes de Europa se están moviendo más rápido que en Estados Unidos al exigir el uso de las mascarillas en vez de solo recomendarlo.
Esta semana, Austria se convirtió en la cuarta nación europea en exigir el uso de mascarillas en público, después de que lo hicieron la República Checa, Eslovaquia y Turquía.

El miércoles, Sceaux, una pequeña ciudad al sur de París, se convirtió en la primera municipalidad de Francia en exigir el uso de mascarillas en público. Quienes violen la orden enfrentarán una multa de 38 euros (41 dólares). La ciudad de Niza, ubicada al sur de Francia, anunció que iba a volver obligatorio el uso de mascarillas a partir de la próxima semana, y el alcalde de París señaló el martes que se iban a distribuir dos millones de mascarillas reusables de tela en la ciudad.

El domingo, los funcionarios de Lombardía, la región más afectada de la nación más golpeada del mundo, obligaron a usar mascarillas en exteriores.

En Francia, una fuerte creencia de que los franceses rechazarían la práctica por un tema cultural —y la confianza en que las mascarillas podrían importarse rápido en caso de ser necesarias— ha contribuido a una escasez desesperada. En la última década en Francia, la formidable reserva nacional de mascarillas se redujo de 1700 millones a 150 millones hasta el inicio de la pandemia actual.

El debate en torno al uso de la mascarilla simple a veces ha dado pie a una discusión más seria sobre el papel del individuo en la sociedad que contrasta el individualismo de Occidente con el colectivismo de Asia.

El presidente estadounidense, Donald Trump, dio la impresión de personificar esa ambivalencia cuando dijo que él no iba a usar una mascarilla, a pesar de haber anunciado que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades ahora respaldan el uso generalizado.

Frédéric Keck, un antropólogo francés especializado en pandemias, comentó que, en Occidente, el uso de las mascarillas se observaba a través de una perspectiva individual.

“‘Hay un virus afuera, así que uso una mascarilla solo para protegerme’, mientras que el razonamiento colectivo, en las sociedades asiáticas, sería: ‘Uso una mascarilla para proteger a los demás’”, explicó Keck.

La diferencia en la manera de pensar es crucial debido a la naturaleza de las mascarillas, excepto las de más alta calidad: se cree que las mascarillas son eficaces para proteger a quien las porta, en particular en espacios con mucha gente, pero son más eficaces para reducir los riesgos de la propagación del virus al toser o hablar.

En un inicio, el gobierno francés mencionó que la gran mayoría de la gente no necesitaba usar mascarillas porque no garantizaban la protección del portador. En Asia, y en algunas naciones europeas, la lógica ha sido fundamentalmente distinta: si todas las personas usan mascarillas, la sociedad estará protegida.

El lunes, Austria volvió obligatorio el uso de las mascarillas en supermercados y farmacias, y los pasajeros del transporte público también tendrán que usarlas la próxima semana. El canciller Sebastian Kurz señaló que el cambio iba a requerir un “gran ajuste” porque “las mascarillas son ajenas a nuestra cultura”.

Sin embargo, las mascarillas también eran ajenas para Asia hasta que recibió el ataque de la pandemia del síndrome respiratorio agudo grave en 2003.

En Japón, después de que la gente se acostumbró a usar mascarillas, siguieron usándolas en contra de las alergias estacionales o para protegerse de los gérmenes los unos a los otros. A diferencia de otras naciones asiáticas, donde muchas personas usan mascarillas para protegerse de la contaminación del aire, el uso de las mascarillas se generalizó a pesar de la ausencia de amenazas inmediatas.

El uso de las mascarillas se ha vuelto una parte tan importante de la vida diaria que ahora sirve para mantener un sentimiento general de “tranquilidad” en la sociedad japonesa, comentó Yukiko Iida, experta en mascarillas en Environmental Control Center, una empresa de consultoría ambiental con sede en Tokio.

“Cuando te pones una mascarilla, no incomodas a los demás al toser”, comentó Lida. “Les demuestras que estás respetando una etiqueta social y por lo tanto la gente se siente tranquila”.

El debate sobre las mascarillas se ha enfocado en el contraste entre Occidente y Asia. No obstante, incluso en Occidente, han surgido diferencias impactantes.

El 18 de marzo, la República Checa se convirtió en la primera nación europea en volver obligatorio el uso de las mascarillas; Eslovaquia siguió su ejemplo el 25 de marzo. Aunque nadie estaba acostumbrado, la gente de los dos países se movilizó cosiendo mascarillas en casa, a menudo para regalarlas a los doctores, las enfermeras y los empleados de las tiendas o para dejarlas en sus puertas o rejas para los transeúntes.

Según expertos, Eslovaquia y la República Checa aceptaron rápidamente las mascarillas en parte gracias al énfasis de su legado comunista en el colectivismo.

“La gente simplemente aprendió a ser obediente en momentos críticos”, comentó Michal Vasecka, un sociólogo del Instituto de Política de Bratislava.

En contraste, en Francia, donde el sentido del individualismo es más fuerte, incluso los funcionarios gubernamentales fueron pesimistas durante mucho tiempo en torno a la adopción del uso de mascarillas en contra de epidemias potenciales. De hecho, la resistencia cultural a las mascarillas estaba tan arraigada que, como medida de seguridad, en 2011, Francia se convirtió en la primera nación europea en prohibir los rostros tapados en público, incluido el uso del velo musulmán.

En un informe de 2010 del Senado francés, la cámara alta del Parlamento, se hizo notar que la práctica se había topado con una “reticencia cultural que ha demostrado ser insuperable en el corto plazo”. Y se agregó: “Más que un acto de protección individual o altruista, el uso de mascarillas se percibe como estigmatizante”.

Jean-François Mattéi, un exministro de Salud y el actual presidente de la Academia Nacional de Medicina de Francia, comentó que la reticencia cultural y los problemas presupuestales tal vez le restaron importancia al mantenimiento de la reserva nacional en la lista de prioridades del gobierno.

Aunque el gobierno francés todavía no ha vuelto obligatorio el uso de las mascarillas, agrupaciones poderosas, como la Academia de Medicina, han recomendado que lo sea.

Mattéi comentó que el uso de las mascarillas durante las epidemias tal vez “se vuelva la norma” en los países de Occidente cuando acabe la pandemia, y agregó: “Estoy convencido de que muy pronto cada uno de los miembros de una familia tendrán dos o tres mascarillas reusables”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company