Mariana Enríquez y el ‘verdadero horror’ de la vida cotidiana
La infancia de Mariana Enríquez estuvo marcada por el oscuro absurdo del autoritarismo. Durante la dictadura militar que gobernó Argentina de 1976 a 1983, un miedo latente impregnaba incluso los aspectos más mundanos de la vida.
Organizar una fiesta de cumpleaños requería el permiso de las autoridades locales. Las conversaciones eran potencialmente peligrosas: de niña, sabía que ciertas cosas que podían discutirse en casa estaban prohibidas en compañía de otras personas, pero no entendía muy bien por qué. El miedo a dejar escapar el pensamiento equivocado la hacía bastante parca, dice, y la empujaba hacia “los libros y cosas muy solitarias”.
Cuando cayó la dictadura en 1983, y sus líderes fueron juzgados dos años después, el testimonio de sus víctimas se hizo ineludible en la sociedad argentina, dijo Enríquez. Rodeada de ellos, no tuvo más remedio que cerrar las brechas en su entendimiento. Los informes de detenciones, torturas, desapariciones y asesinatos representaron su primer contacto con el “verdadero horror”, dijo, y más tarde se convertirían en el hilo conductor de su obra, repleta de fantasmas, demonios y relatos de lo oculto.
“En vez de mandarme a la cama era como: ‘¿Ves que malos que eran?’”, dijo Enríquez, al describir los testimonios de los juicios que escuchaba en la radio junto a su padre. En un caso, dijo, una mujer describió cómo la torturaban con descargas eléctricas mientras estaba embarazada.
“Nunca pensaba que eso me pudiese perturbar; ¿no?, pensaba que yo tenía que saber. Peor: Que yo lo tenía que saber para entender lo que era eso”.
Los terrores que asolaron a la Argentina en las décadas de 1970 y 1980 —los que tanto inquietaron a Enríquez de niña— juegan un papel importante en el trasfondo de su última novela, Nuestra parte de noche. Publicada el martes en Estados Unidos por Hogarth, se centra en un médium, Juan, y su hijo, Gaspar, que intentan burlar a una malvada sociedad secreta empeñada en la vida eterna. Abundan los sustos. Pero mientras Enríquez se deleita con las convenciones del terror, su escritura también insta a los lectores a recordar que son las monstruosidades de la vida real las que deberían asustar de verdad.
La violencia en América Latina se ha normalizado hasta el punto de que la reacción de la gente ante ella se ha atenuado, afirma. “Al poner el horror —incluso el jump scare, incluso la parte gore, la parte que tiene que ver con cierto pensamiento sobre el mal— es como si devolviera esa cosa que está pasando al campo de lo horrible, no al de lo cotidiano”, dijo Enríquez.
Autora de cuatro novelas, dos colecciones de cuentos y un sinfín de historias, biografías y artículos periodísticos, Enríquez, de 49 años, se ha consolidado como una figura destacada de la ficción gótica contemporánea. La traducción al inglés de su colección Los peligros de fumar en la cama fue finalista del Premio Booker Internacional en 2021, y Nuestra parte de noche ganó el Premio Herralde de Anagrama al mejor libro del año en 2019.
Enríquez es una fanática de las cosas que acechan de noche, de las películas de miedo y de los cuentos espeluznantes en la tradición de sus compatriotas argentinos Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, quien fue el tema de su libro de no ficción La hermana menor. Pero las raíces de su conciencia y fascinación por los matices más oscuros de la vida también se remontan a aquella terrible Argentina de su infancia.
“Había como un desamparo de la infancia, creo, en las posdictaduras, o en los momentos de violencia institucional o de posviolencia institucional”, dijo Enríquez. “Tiene que ver un poco —si lo metaforizas— con la falta del futuro. Entonces, al chico no se lo cuida demasiado en esas circunstancias. Te obligan de alguna manera a que tu infancia esté mezclada con toda esa violencia”.
Enríquez escribió su primera novela, Bajar es lo peor, cuando aún era una adolescente que se enfrentaba a esa realidad. Recientemente reeditada en español por Anagrama, es una historia de drogas, sexo y juventud malgastada o maltratada, temas que ahora ha retomado con una mirada adulta.
Contada desde múltiples perspectivas y abarcando tiempo y lugar, desde el Londres obsesionado con el ocultismo de las décadas de 1960 y 1970 hasta las secuelas de la “guerra sucia” argentina de la década de 1990, Nuestra parte de noche ofrece escenas de horror cinematográfico con tanta habilidad como describe el dolor psicológico. El amor de Juan por su hijo está contaminado por unos profundos celos del tipo que la escritora bell hooks explora en El deseo de cambiar: Hombres, masculinidad y amor, solo que aquí se lleva a extremos macabros.
Cuando su salud se resiente, Juan se enfrenta a la tentación de habitar literalmente el cuerpo más joven y sano de su hijo. Enríquez utiliza su relación para explorar la paternidad, que, según ella, a menudo se retrata de color de rosa o de forma simplista.
“Cuando hay que ver crecer a un hijo mientras tu vida se está terminando”, dijo Enríquez, hay algo que es más complejo que “el discurso típico de la infancia, de solo lo bueno, solo lo bello”.
Aunque ambivalente, Juan se esfuerza por proteger a su hijo de la Orden, una sociedad secreta de familias adineradas que amenazan con usar a Gaspar como su próximo médium. Los ecos de las peores realidades de la dictadura argentina son claros. Una de las prácticas más moralmente miserables del régimen consistía en robar los hijos de los disidentes y entregárselos a familias vinculadas a la dictadura. Muchos de esos disidentes formaron parte de los miles de argentinos que no solo desaparecieron, sino que fueron desaparecidos: se los llevaron los agentes de seguridad y sus familias nunca volvieron a verlos.
En Argentina, señaló Enríquez, una palabra usual para referirse a un fantasma es “aparecido”, la antítesis de estos “desaparecidos”, que aún persiguen la memoria del país. “Hasta el propio lenguaje llevaba a lo fantasmagórico de todo eso”, dijo.
Cuando escribe sobre lo extraño o lo horrible, Enríquez tiende a limitarse a lo que ella llama el “mare magnum” de la violencia en América Latina: los patrones y la prevalencia de asesinatos casi teatrales que tanto pesan en la región. Cuando se descubre una fosa común de la época de la dictadura, la colección de huesos representa una realidad más inmediata que los esqueletos apilados en las criptas europeas, afirma. Las organizaciones de derechos humanos aseguran que más de 30.000 argentinos desaparecieron o fueron asesinados durante el régimen militar.
Pero, independientemente de la resonancia particular que su obra tenga en la región, Nuestra parte de noche es también en gran medida una novela global, dijo Alejandra Laera, crítica cultural y profesora de literatura argentina en la Universidad de Buenos Aires.
“La gracia de la novela está en ese modo de armar un mundo”, dijo Laera. “Es una obra que yo llamo de largo aliento, como si fueran varias novelas a la vez”.
La escritura de Enríquez es “una exploración y expiación de traumas de todo tipo”, dijo Megan McDowell, quien tradujo Nuestra parte de noche al inglés.
“Mientras que la típica historia de Borges tiene lugar en un mundo mitológico, inventado y separado, Mariana se preocupa mucho por el lugar y por los problemas sociales”, escribió McDowell en un correo electrónico. “La pobreza, la violencia estatal y el sexismo acechan sus historias tanto como cualquier fantasma o ser sobrenatural”.
De hecho, en Nuestra parte de noche, Enríquez trabaja tanto en la tradición de Borges y Ocampo como en la de directores de cine como Steven Spielberg o Gaspar Noé, o canaliza el inquietante dolor de Beloved, de Toni Morrison, y la cruda visión de la violencia, la juventud y el abandono de Los 400 golpes, de François Truffaut.
“Se inspira en tantas tradiciones tan variadas y las hace suyas”, dijo McDowell. “Convierte sus obsesiones en narraciones atractivas, reflexivas, aterradoras, sorprendentes y, en definitiva, imposibles de olvidar”.
Como en gran parte de su obra, también hay influencias musicales. Fue el amor de Enríquez por el rock and roll lo que, en cierto modo, la llevó a la literatura en primer lugar. Escuchando los tintes del gótico sureño en la música de artistas como Nick Cave, dijo Enríquez, buscó a William Faulkner y Flannery O’Connor. Al oír a Patti Smith referirse a Arthur Rimbaud en el álbum Horses, descubrió la obra del poeta francés y se sintió cautivada por ella, así como por las historias que rodeaban su vida.
“Con los poetas malditos tenía mucha relación entre el rock y la literatura, de una manera que ahora creo que no es tan obvia, pero para mí en ese momento lo era”, afirma Enríquez.
De adolescente, Enríquez soñaba —fantaseaba, dice— con convertirse en reportera musical y entrevistar a sus ídolos. Estudió periodismo y pronto empezó a escribir para el diario argentino Página 12, donde aún publica y edita el suplemento cultural Radar. En el número actual aparece un reportaje sobre la reciente gira australiana de Cave, escrito por Enríquez.
Resulta, pues, que ese sueño se hizo realidad. Quizá sea más sorprendente el modo en que la autora se ha convertido también en una especie de estrella del rock de la literatura. Enríquez, quien se considera a sí misma una “nerd”, seguramente negaría esa caracterización. Pero el fanatismo que inspira su obra sugiere lo contrario. Desde bocetos y tatuajes hasta pinturas al óleo y esculturas, Enríquez está inundada de obras de arte de sus fans, incluidos retratos de Juan y Gaspar, de personajes de sus cuentos e incluso de sí misma. Quizá sea este el lado más alegre de las oscuras obsesiones de Enríquez.
“Están fascinados con los personajes”, dice de los fans. “A veces yo soy así también. Hubo una especie de entendimiento sin palabras muy particular”.
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