Marcelo Gallardo o el ejemplo del técnico que nunca se queda de brazos cruzados

El fútbol es de los jugadores, pero este River no depende de una, dos o tres individualidades. Sus respuestas en la cancha están supeditadas a la gestión y los ajustes de Marcelo Gallardo, un director técnico que nunca se queda de brazos cruzados ni deja de adaptarse a los cambiantes escenarios del fútbol. Que lo son más en la Argentina, donde las tesorerías exhaustas lo dejan sin una pieza esencial, Exequiel Palacios, en la recta final de una Superliga que es una deuda pendiente.

A veces parece que Gallardo disfruta de este tipo de desafíos, que los siente como asignaturas que no lo agarran sin los deberes hechos en su ascendente carrera de director técnico. Pepijn Lijnders, ayudante de Jürgen Klopp en Liverpool, expresó : "El corazón del equipo es el corazón del entrenador. A la larga, el carácter del técnico acaba siendo el carácter del equipo. Es así. No hay arma más poderosa que el ejemplo que seas capaz de dar". Llevado a Gallardo, esto significa que a su equipo le transfiere e inocula compromiso, intensidad, ambición, profesionalismo, mentalidad y disposición para asimilar soluciones a los problemas que van surgiendo.

La venta de Palacios no fue resuelta con un puesto por puesto. Pasó a un sistema con tres zagueros y adelantó a Montiel y Casco a la línea de volantes. En este 2020 se hizo habitual un esquema que solo había utilizado esporádicamente, como cuando sorprendió y dominó a Boca en la primera final de la Copa Libertadores en la Bombonera. Aquella tarde, Pinola reconoció que en la semana previa no lo habían ensayado. Pero los jugadores lo interpretaron muy bien por la credibilidad que les genera su conductor.

Anoche llegó al quinto triunfo consecutivo, le ganó a un Banfield que hacía siete partidos que no recibía goles de visitante. Dentro de un libreto y un estilo de juego muy asimilados, hay cuestiones con las que se sigue complicando, como la ineficacia en los penales (el de Borré fue el quinto que desperdició de los ocho que River tuvo en el torneo). En la voracidad por recuperar la pelota también incurre en excesos, como las fuertes entradas de Martínez Quarta y Suárez, que la sacaron barata con las amonestaciones.

Con un imperial Enzo Pérez en la función de volante central, el partido fue adquiriendo el tono dramático de las instancias decisivas: la victoria que seguía siendo corta porque River desperdiciaba situaciones, el morbo de la entrada de Daniel Osvaldo, que con una emboquillada apenas desviada estremeció al Monumental como hasta ese momento no lo había conseguido la tormenta. Al final festejó bajo la lluvia River, con Gallardo empapado y los brazos levantados al cielo, porque nunca deja de apuntar alto.