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El cambio lingüístico, en el microscopio

Madrid, 28 may (EFE).- En las lenguas hay un equilibrio que es bellísimo poder observar: el pulso oscilante entre los usos tradicionales que permiten que nos entendamos al usarlas y las novedades que irrumpen en su sistema y que, si se generalizan y no se censuran, las hacen cambiar.

El cambio lingüístico es tan antiguo como las propias lenguas, pero su estudio nunca ha sido sencillo. Este hecho condiciona nuestra percepción de las lenguas y contribuye a dar una pátina de homogeneidad que muchas veces no existe.

Es fácil creer, por ejemplo, que todo el latín que la humanidad conoció en el vasto imperio romano era como el latín clásico, una lengua erudita que ha llegado hasta nosotros en un registro literario cuidadosamente seleccionado por las grandes plumas de la antigüedad. Sin embargo, junto a él existió el latín que se hablaba en las termas, entre amigos, en las calles y en los mercados, y que apenas conservamos en algunos epitafios o en los grafitis de Pompeya.

Ralph Penny, en su Gramática histórica del español, señala: "Esta lengua contemporánea latina no es uniforme, pero tampoco lo fue nunca el latín. Todos los idiomas presentan variedades 'y el de Roma no pudo ser una excepción' desde tres ángulos: diatópicamente (en el espacio), diacrónicamente (en el tiempo) y sociológicamente (en un mismo lugar y tiempo, a causa de la diferente edad, sexo, educación, ocupación, etc.).

"La variación es inherente incluso al propio individuo -agrega-, por cuanto dispone de diversos registros que le permiten adaptar su expresión a las distintas situaciones. El hecho de que generalmente carezcamos de la oportunidad de observar tales variaciones en el latín no debe hacernos creer que hace 2000 años era esta una modalidad homogénea".

HERRAMIENTAS PARA CAPTAR EL CAMBIO

Hoy, sin embargo, sí que tenemos herramientas para captar esta variación. No podemos volver a la Roma clásica, pero sí poner nuestras antenas en el uso real y espontáneo que se hace en el ágora del siglo XXI, en las redes sociales. Por eso, en la Fundéu y en el IIC hemos querido monitorizar un uso incipiente que nos parece interesante desde el punto de vista lingüístico: el empleo de la @, la "x" y la "e" como forma de evitar la mención expresa del género.

Los datos de este estudio nos dicen que la @ es, de las tres, la marca que más se emplea como desinencia inclusiva (un 50,58 %), pero los datos también nos muestran una miríada de soluciones en las que parece imposible encontrar un patrón.

Estudiadas 4 palabras y 3 desinencias en 21 países, no en todos se emplea sistemáticamente la misma desinencia para el mismo término, ni se usa la misma para todas las voces, ni coincide la desinencia utilizada para una palabra de un país a otro.

Frente a esta dispersión, es fácil que lo primero que venga a la mente sea la idea de que esta mezcla ácrata viene a romper el español y de que si hablamos así vamos a dejar de entendernos. Bien, superemos esa idea: la reflexión es siempre más interesante que la mera censura.

REFLEXIÓN O CENSURA

Normativamente, es claro que estas opciones no se recomiendan y que la RAE no admite el uso de ninguna de ellas, pero este no es un artículo normativo.

El sistema vocálico del latín tenía diez fonemas, en español hay cinco vocales, esto es lo normativo, lo correcto en cada lengua; pero lo que interesa aquí es ver en qué puntos ese sistema latino fue cambiando, reduciéndose hasta convertirse en el del español. En qué momento la gente que oía "venit" ("él vino"), con una "e" larga, pasó a entender "venit", con una "e" breve ("él viene").

Ahí la cantidad vocálica (que opone vocales breves y largas) dejó de ser un rasgo distintivo y ese fue uno de los grandes hitos surgidos en el vocalismo latino, que, aunque en su inicio fuera "incorrecto", hoy se estudia entre las grandes transformaciones del latín al español.

Suponemos que ese cambio en la cantidad vocálica no sucedió de un día para otro, la gente no se despertó una mañana y empezó a pronunciar sistemáticamente de manera diferente "hic", con "i" larga, que significa "aquí", e "hic", con "I" breve, que significa "este". Tampoco debió de pasar en todos los territorios a la vez.

Cabe pensar que paulatinamente se darían esas variaciones diatópicas, diacrónicas y sociológicas a las que aludía la cita de Penny. Habría gente más cuidadosa con la articulación vocálica tradicional y habría usos más relajados, hasta que estos últimos acabaron por imponerse y por generalizarse. La lástima es que carecemos de los datos. No tenemos cifras.

LA IMPORTANCIA DE LAS CIFRAS

Si las tuviéramos, y aquí empiezan las suposiciones, quizá estas nos dirían que había palabras en las que la "i" o la "e" breve ya no se pronunciaban como tales, que se pronunciaban en algunas palabras sí y en otras no, o que en unas zonas el cambio iba más adelantado que en otras.

Quizá las cifras nos darían justamente una mezcla ácrata. Datos que parecerían imposibles de ordenar dentro del sistema del latín porque ya no eran solo latín. Eran otra lengua que nacía.

Si tuviéramos las cifras, hoy podríamos saber a ciencia cierta qué significan verdaderamente los datos que recoge nuestro estudio sobre el uso de la @, la x y la e. ¿Es la fragmentación, la mezcla ácrata que observamos, el punto de partida de todos los cambios que afectan a las lenguas? Probablemente, sí. ¿Es eso suficiente para que un cambio se generalice y se consolide en el sistema de una lengua? Probablemente, no.

Solo el tiempo nos dirá cuál es el futuro de estos usos, y únicamente estudios como este nos permitirán ir viendo "en tiempo real" cómo suceden esos cambios, cuáles se apagan y cuáles triunfan. Por lo pronto, nos quedamos con poder apreciar este bello equilibrio, el pulso entre el uso tradicional y la novedad que hemos podido extractar y conservar. Un testimonio pequeño pero real, como una inscripción no oficial en los muros de Pompeya.

Judith González Ferrán (Fundéu BBVA)

(c) Agencia EFE