"¡Mamma mia! Han sido meses duros"

(Material enviado por el Servicio Sindicado)

Inder Bugarin, enviado

CESENA, Italia, julio 11 (EL UNIVERSAL).- Luego del tsunami, la calma regresa cautelosamente al Hospital Morgagni-Pierantoni di Forlì, ciudad de la región nororiental italiana de Emilia-Romaña, una de las más golpeadas por la pandemia de Covid-19.

Los dos últimos pacientes con el virus internados en la clínica serán dados de alta en cualquier momento. Llegaron por problemas ajenos a la enfermedad, uno de ellos por fractura de cadera; a ambos les realizaron la prueba por Covid-19 y dieron positivo; sólo así se enteraron.

Debido a que ya no llegan nuevos casos infecciosos graves, a partir del 1 de julio el centro médico ha vuelto a ofrecer a la población sus servicios de rutina; se ha reactivado la agenda ordinaria. "¡Mamma mia! Sí que han sido meses muy duros", dice a EL UNIVERSAL Elisabetta Briganti, médica de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital Morgagni-Pierantoni.

Briganti, con casi dos décadas de experiencia en esa especialidad, se muestra extremadamente agotada; durante el pico de la epidemia trabajó ocho domingos de corrido, sin parar un solo día. Aquellos días, los tres turnos operaban a capacidad máxima las 24 horas. "Algunos compañeros lloraban, otros no hablaban, había quienes hacían bromas, probablemente de los nervios. Hubo quien colapsó quedándose en casa".

El desgaste fue físico, mental, emocional y con secuelas en el entorno familiar. En algún momento la médica estuvo a punto de quedarse en la calle. Su marido y sus hijos temían ser contaminados por ella y, a su vez, transferir la enfermedad a los abuelos.

"Llegó un momento en que ya no me querían en casa", afirma frente a su marido, Marco, quien admite que el desconocimiento, el miedo y la confusión lo llevaron a plantearse situaciones extremas. Italia era en ese momento el mayor foco de infección del mundo fuera de China y epicentro de la enfermedad en el Viejo Continente.

Entre lo más doloroso durante las horas más álgidas, recuerda Briganti, era el negarle a personas conocidas en su vida privada la posibilidad de ver al familiar internado, convertirse en la única vía entre el enfermo y una familia aterrorizada, describir cada noche por teléfono la evolución del enfermo hasta transmitir la devastadora noticia.

Una marea de enfermos

Emilia-Romaña es, después de Lombardía, la región italiana con mayor registro de defunción por coronavirus, con más de 4 mil 264; y la tercera con más casos, agregando al listado Piamonte.

El elevado número de defunciones responde a que la región fue una de las primeras en enfrentar un enemigo desconocido.

"Los médicos de base no sabían qué hacer. Cada vez llegaban más y más personas", comenta, resaltando que hubo pequeñas clínicas habituadas a tratar 50 personas al año en cuidados intensivos y de un día para otro se vieron invadidas con 800 pacientes.

El personal médico tampoco sabía cómo reaccionar ni qué medicamento suministrar. No había suficientes unidades de Terapia Intensiva ni tampoco personal especializado en el manejo de equipo para estabilizar a pacientes con graves problemas respiratorios. "Problemas de acceso a salas de Terapia Intensiva y la falta de personal especializados fueron factores importantes", admite.

Otro elemento que influyó fue el sociocultural. A los hospitales llegaban personas con historial médico de hasta 10 días con calentura. "No es como en Alemania, en Italia las personas llegan a las unidades de Terapia Intensiva cuando ya están gravísimas".

Para el 9 de abril, el Instituto Superior de Sanidad de Italia reportaba 13 mil 522 trabajadores de la salud infectados y 105 profesionales fallecidos a causa del Covid-19. Entre los abatidos se encontraban Antonio De Pisapia, médico general y odontólogo en Salerno; Massimo Bosio, médico general en Brescia, y Norman Jones, cardiólogo en el centro de rehabilitación Trabattoni-Ronzoni, en Seregno. La Federación Nacional de Órdenes de Cirujanos y Dentistas contabiliza hasta el 27 de junio la muerte de 171 trabajadores de la salud.

"No sabíamos cómo protegernos ni cómo nos infectábamos. No sabíamos si en cada tratamiento había que cambiarnos todo el traje o sólo los guantes. De ese nivel era el desconcierto. Al inicio había miedo, estábamos agotados", confiesa.

Al Morgagni-Pierantoni ya no llegan pacientes mostrando cuadros clínicamente severos, ni siquiera con los síntomas de alerta, como tos seca y temperatura. La epidemióloga no tiene elementos científicos para explicar lo que ocurre en Italia, pues afirma que la enfermedad sigue entre la población, pero no se está manifestando como en los meses de marzo.

Sólo hay las hipótesis: el calor, la circulación de un virus más humano, más débil. A la pregunta de si están preparados para enfrentar una segunda ola, no titubea ni un instante para contestar: "Como médica sí, contamos con el conocimiento y la capacidad institucional para adaptarnos a una nueva situación, pero mentalmente no. Estamos exhaustos".

Pero de la pandemia y sus estragos hay elementos rescatables. Dice que la gente se había olvidado de la importancia de lavarse las manos para eliminar microbios y prevenir enfermedades infecciosas. "La gente ha aprendido muy rápido la importancia del lavado de manos y se está convirtiendo en un hábito. Esto contribuirá a la prevención".