Magnicidio del presidente de Haití resultado de años de conflicto y parálisis

Protestas callejeras contra Moïse en Les Cayes, Haití, en 2019. (Meridith Kohut para The New York Times)
Protestas callejeras contra Moïse en Les Cayes, Haití, en 2019. (Meridith Kohut para The New York Times)

La nación isleña, que fue liberada de la colonización francesa por una sublevación organizada por los habitantes esclavizados, ha batallado con un legado de corrupción, violencia y estancamiento político.

El magnicidio del presidente Jovenel Moïse de Haití en un vergonzoso ataque perpetrado en su residencia privada el miércoles agravó la inestabilidad de la nación caribeña y profundizó el temor de que aumente la violencia política generalizada.

El primer ministro interino, Claude Joseph, dijo que el mandatario fue “cobardemente asesinado” y llamó al país a “estar en calma” en un intento por tranquilizar a los haitianos y al mundo al asegurar que la policía y el ejército habían controlado la situación.

Pero el mensaje de Joseph hizo poco por mitigar la preocupación ante la posibilidad del caos.

“Ya no hay Parlamento, el Senado ha estado ausente durante mucho tiempo, el Tribunal de Casación no tiene presidente”, dijo Didier Le Bret, embajador de Francia en Haití y añadió: “Todo depende de él”, refiriéndose a Joseph.

Una historia de violencia política

El magnicidio de Moïse es la culminación de años de inestabilidad en el país, que desde hace largo tiempo ha estado controlado por el caos y la violencia. Haití, que alguna vez fue una colonia esclavista famosa por la brutalidad de sus colonizadores, adquirió la independencia de Francia después de una revuelta organizada por la población esclavizada y derrotó a las fuerzas de Napoleón Bonaparte en 1803. Pero en los dos siglos transcurridos desde entonces, Haití ha tenido dificultades para liberarse de ciclos de dictaduras y golpes que han mantenido al país en la pobreza y sin poder brindarle a la mayoría de sus habitantes los servicios más esenciales.

Durante casi tres décadas, el país padeció la dictadura de François Duvalier, llamado Papa Doc, y luego la de su hijo, Jean-Claude, conocido como Baby Doc. En 1990, Jean-Bertrand Aristide, un sacerdote de una zona pobre, se convirtió en el primer presidente haitiano que fue elegido democráticamente. Pero antes de cumplir un año en el poder fue depuesto por un golpe de Estado y luego retornó al poder en 1994 con la ayuda de miles de tropas estadounidenses.

Aristide fue reelegido en el año 2000 pero volvió a ser depuesto después de otra revuelta armada y se marchó al exilio. Ha dicho que el episodio fue un “secuestro” orquestado por actores internacionales entre los que se cuentan los gobiernos de Estados Unidos y Francia.

Terremoto, cólera y corrupción

Cuando un terremoto demoledor arrasó con gran parte del país en el año 2010, el desastre fue considerado como una oportunidad para resucitar una infraestructura muy afectada y empezar de nuevo dándole al gobierno la capacidad de dirigir la reconstrucción. Más de 9.000 millones de dólares en asistencia humanitaria y donaciones inundaron el país, reforzados por unos 2.000 millones adicionales de suministros de petróleo a bajo costo y préstamos de Venezuela, que por ese entonces era un poderoso aliado del gobierno. Las organizaciones de asistencia internacional acudieron para ayudar a gestionar la recuperación.

Pero el dinero no logró que Haití enfilara en una nueva dirección, y muchos expertos consideran que el país se encuentra en peores condiciones que cuando comenzó la reconstrucción. Poco después del terremoto, un brote de cólera que ocasionó el fallecimiento de al menos 10.000 haitianos ha sido vinculado a la llegada de miembros de las fuerzas de pacificación de Naciones Unidas que estaban infectados. La organización solo admitió su participación años después pero negó tener responsabilidad legal y se escudó en los tratados internacionales que le otorgan inmunidad diplomática. Michel Martelly, un cantante popular que se convirtió en presidente en 2011, fue acusado de corrupción rampante y de malversación de fondos destinados a la reconstrucción.

Los informes de auditores nombrados por los juzgados haitianos revelaron con gran detalle que gran parte de los 2.000 millones de dólares que Venezuela le prestó al país fueron malversados o derrochados en el transcurso de ocho años. Antes de dedicarse a la política, el presidente Moïse, hasta entonces un exportador de fruta poco conocido, estuvo involucrado en uno de los informes por su participación en un esquema para desviar fondos destinados a la reparación de carreteras.

El hartazgo de los haitianos llegó a la calle

En los años siguientes, un malestar económico persistente y el incremento de la delincuencia y la corrupción desencadenaron protestas de los ciudadanos que, hartos de su gobierno, exigían la renuncia de Martelly. Pero se aferró al poder y eligió a Moïse para sucederlo en las elecciones de 2015.

La pretensión de Moïse de acceder al poder fue controversial desde el principio. Su campaña fue acusada de fraude y corrupción y asumió el poder 14 meses después de que los votantes acudieron a las urnas, luego de que un tribunal electoral no encontrara evidencia de irregularidades generalizadas en las votaciones. Asumió la presidencia en 2017 mientras enfrentaba una acusación de corrupción relacionada con la ayuda venezolana.

A lo largo de los años siguientes, Moïse utilizó su control del poder judicial para desestimar el proceso y socavar a la oposición, que nunca reconoció su victoria electoral. El resultado fue un gobierno cada vez más inmóvil que quedó completamente bloqueado a principios de 2020 justo cuando el país enfrentaba la pandemia de coronavirus.

Crisis de liderazgo, vacío de poder y COVID-19

Un desacuerdo entre Moïse y la oposición sobre el inicio de su mandato presidencial se convirtió en una gran crisis política que dejó al país sin parlamento ni fechas para los nuevos comicios. Al prolongarse la crisis, Moïse comenzó a gobernar a través de decretos impopulares lo que mermó aún más la legitimidad de su gobierno. Las protestas se aceleraron.

Este atasco político perjudicó enormemente al sistema de salud, de por sí débil, al extenderse los casos de coronavirus. Haití sigue siendo el único país del hemisferio occidental que no ha recibido ninguna vacuna para covid y ahora lucha para controlar el más reciente aumento de contagios. Aunque la cantidad de muertes oficiales por coronavirus sigue siendo reducida porque no se realizan suficientes pruebas, los trabajadores de las organizaciones de asistencia han reportado que los hospitales están colapsados.

La catedral de Puerto Príncipe sufrió daños severos tras el terremoto de 2010. (Lynsey Addario para The New York Times)
La catedral de Puerto Príncipe sufrió daños severos tras el terremoto de 2010. (Lynsey Addario para The New York Times)

Grupos criminales y el reino del terror

El vacío de poder de Haití ha sido ocupado por líderes del crimen organizado, que desde el año pasado controlan algunas zonas de la capital, instaurando un reino del terror.

Los secuestros, los saqueos y la violencia asociada a las pandillas han vuelto ingobernables algunas regiones del país, lo que ha hecho que muchos haitianos sientan miedo al momento de salir de sus hogares y ha obligado a algunas organizaciones de ayuda, cruciales para la sobrevivencia de muchos en el país, a reducir sus actividades.

Las organizaciones de derechos han vinculado el aumento en la violencia criminal a la parálisis de la política nacional y han acusado a destacados políticos de aliarse con el crimen organizado para amedrentar a sus opositores y ejecutar ajustes de cuentas a falta de un gobierno funcional.

El mes pasado, los más conocidos integrantes de las pandillas haitianas declararon la guerra contra las élites tradicionales del país e hicieron un llamado a saquear los comercios establecidos.

“Es su dinero el que está en los bancos, las tiendas, los supermercados y las concesionarias”, dijo en un video en las redes sociales Jimmy Cherizier, un líder criminal conocido por su alias de Barbecue. “Vayan y reclamen lo que les pertenece”.

Harold Isaac colaboró con reportería.

© 2021 The New York Times Company

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