A quien madruga Dios le ayuda: así es la vida del puerto Palo Seco en Panamá

Mariato (Panamá), 19 nov (EFE)-. El sol aún no se asoma para calentar un poco la tierra luego de una noche lluviosa debido a los efectos de una tormenta, pero en el puerto de Palo Seco, en el Pacífico de Panamá, ya los pescadores están en movimiento.

Adán Pérez repara un trasmallo bajo un frondoso árbol de almendras, un lugar ideal para protegerse del sol cuando está en todo su esplendor, y comenta a Efe cómo es la vida en Palo Seco, donde los pescadores "salen al mar desde tempranas horas y otros están desde la noche anterior".

En este poblado, situado en la provincia panameña de Veraguas y a unas cinco horas de viaje por carretera de la Ciudad de Panamá, se vive al ritmo suave de las olas, no hay apuros, al punto de que a nadie le importa si la selección panameña de fútbol juega un partido amistoso o si la pandemia de la covid-19 está acabando con el mundo.

A las siete de la mañana, a los lejos se ve que aprieta el paso una lancha, los perros y los gallinazos alertan el regreso de la primera embarcación, y como por arte de magia aparecen personas que toman sus puestos de trabajo y el puerto toma vida.

Ya descargado el pescado, entran en acción las mujeres, que con todas las medidas de bioseguridad y cuchillo en mano, se ponen a limpiar el pescado y a prepararlo para que salga esa primera carga del día hacia los puestos de venta.

El trabajo se detiene cuando la camioneta gris se va con las neveras llenas de pescado y el puerto, luego de una limpieza, vuelve a quedar en silencio... como si nada hubiese pasado.

En un momento, vuelve a escucharse un estruendo. Son los gallinazos y los perros que persiguen a María González, una de las limpiadoras, que se aleja unos 200 metros del lugar y vierte las tripas de los pescados: el desayuno que los animales esperaron pacientemente desde la madrugada.

"Esto es siempre así, ellos esperan este momento", comenta sonreída para luego tomar camino y perderse entre los caseríos cercanos al puerto.

Con todos afuera o en sus casas, hasta que vuelva el trabajo, Adán queda acompañado del sonido de las olas y la fuerte brisa que silba en su paso por las ramas del almendro.

Adán teje su trasmallo, roto por una mantarraya que intenta robar algo de la pesca del día, y rezonga: "el pescador no gana mucho y todo el trabajo depende del día y si el mar es benévolo. En una semana puedes ganarte unos 200 dólares" que se reparten entre el bote, el capitán y el marino.

Y cómo con esa ganancia se costean los gastos, que se pueden elevar hasta los "800 dólares en solo tres trasmallos, boyas e hilos: gracias a Dios eso lo absorbe la cooperativa, de lo contrario fuera difícil ser pescador por aquí", explicó.

Se trata de la Asociación Agropecuaria de Pesca y Ecoturismo de Palo Seco (Aapeps), fundada en 2011 y que administra el puerto y un hostal.

A las 10:30 de la mañana parte el bote Kawabunga con Lorenzo Batista, un pescador de 40 años de experiencia, y Omar Mejía, su novel ayudante, para adentrarse en el golfo en busca de la pesca del día.

"Hacemos un lance y dejamos el trasmallo y regresamos después a recoger para ver qué cayó (...) pueden que regresen con mucho o nada... hay veces que nada cae y es una salida por gusto", apunta antes de la partida y mientras prepara su trasmallo.

La espera de la hora y media del regreso del bote Kawabunga con Batista y Mejía se hizo larga. El puerto vuelve a tomar vida a su llegada.

Batista se muestra satisfecho por los frutos que le concedió el mar, por lo menos con 20 libras de pescado pero solo cayeron dos camarones y algunos tiburones pequeños que fueron devueltos al mar.

"Hay días así, pero siempre que se pesque algo hay que agradecer a Dios", puntualiza Batista en su andar hacia la cooperativa, en donde termina el día de trabajo de los pescadores del Puerto de Palo Seco, en Mariato.

Rogelio Adonican Osorio

(c) Agencia EFE