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El nuevo Máximo: la influencia en ascenso del jefe del bloque oficialista

Dicen que a este fanático hincha de Racing le encanta jugar al fútbol y que, en cada partido, siempre ocupa la misma posición: la de mediocampista, un lugar que le permite mirar el juego, armar estrategias y articular con los demás jugadores. Podría decirse que en política Máximo Kirchner, jefe del bloque de diputados del Frente de Todos, ocupa un rol similar: habla con gobernadores, intendentes y empresarios, negocia con dirigentes oficialistas y opositores, tiene diálogo fluido y privilegiado con el Presidente y discute (y mucho) de política con su madre, la expresidenta Cristina Kirchner.

Podría aseverarse, entonces, que el papel que cumple Máximo Kirchner va mucho más allá que el de liderar un bloque de diputados nacionales. Siempre amparado en el bajo perfil, su campo de acción ya no es solo la provincia de Buenos Aires -el terruño electoral suyo y de la expresidenta-, sino todo el territorio nacional, adonde pretende expandir y consolidar el proyecto político del Frente de Todos, del que es uno de los artífices. Con esa obsesión combina encuentros con dirigentes aliados, pero también con opositores, se reúne con gobernadores cercanos, como Axel Kicillof, como con aquellos que antikirchneristas declarados, como el cordobés Juan Schiaretti, a quien conoció hace pocos días en la Casa Rosada.

"Solo media docena de dirigentes integran el núcleo duro del Gobierno. Máximo es sin duda uno de ellos", enfatizan quienes lo frecuentan. El hijo de la expresidenta participa de manera activa en la gestión de Alberto Fernández y forma parte de la toma de decisiones. Pero su vocación innata es la de negociador, la de articular consensos incluso allí donde parece estar todo roto. Es esa vocación la que lo animó a conciliar a su madre con Fernández, un vínculo que estaba quebrado desde que este dio un portazo como jefe de Gabinete, en 2008.

"Máximo nunca cortó la relación con Alberto, siempre mantuvo el vínculo. Igual que con Sergio (Massa)", cuentan en su entorno.

A Massa lo conoce desde 2007, cuando el tigrense se desempeñaba como jefe de la Anses y compartían picados de fútbol los viernes en Olivos. La relación se enfrió en 2013, cuando Massa rompió con Cristina y la enfrentó en las elecciones legislativas. Pese a la tensión, el hijo de la expresidenta supo mantener el contacto con Massa. Tras la derrota electoral de 2015, Kirchner se atrincheró en Buenos Aires, donde tejió una alianza con intendentes que terminó con la mayoría peronista encolumnada detrás de Cristina en 2017, con la boleta de Unidad Ciudadana. Con Massa y Florencio Randazzo en la vereda de enfrente, Cristina no ganó, pero la derrota sirvió, paradójicamente, para empezar a articular el éxito electoral de 2019 a partir de la unidad de todo el peronismo.

La relación con Massa, devenido presidente de la Cámara de Diputados tras el triunfo de octubre último, es óptima, aseveran los voceros de ambos. Eso sí, tienen estilos distintos. El tigrense, extrovertido y ampuloso en sus declaraciones públicas, contrasta con el modo silencioso que cultiva Máximo Kirchner, renuente a hablar con los periodistas (salvo con unos pocos conocidos) y a mostrarse en los medios. Algunos lo atribuyen a su timidez; otros creen que es su forma de hacer política y que difícilmente la modifique.

"Lo cierto es que Máximo es una persona totalmente distinta del estereotipo que muchos se hicieron sobre él, del pibe al que solo le importa jugar a la PlayStation. Máximo es un estudioso, se forma permanentemente y conoce en profundidad los problemas de la Argentina", supo decir de él Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados durante la gestión de Cambiemos, quien solía mantener ocasionales reuniones con el líder de La Cámpora.

El resto de la oposición, sin embargo, mantenía sus prejuicios. Salvo Cristian Ritondo, jefe del bloque de Pro, los demás diputados nunca habían cruzado palabra con el hijo de la expresidenta, porque veían en él a un talibán del kirchnerismo. Máximo pudo darles motivo para ello: durante sus primeros cuatro años como diputado nacional, sus pocos discursos fueron incendiarios contra el gobierno de Mauricio Macri. Por eso, cuando se confirmó su designación como jefe de bloque, no pocos lamentaron la noticia.

"Al final Máximo nos sorprendió. Si bien lo conocemos poco, lo cierto es que nos llama, nos consulta y nos mantiene al tanto de cómo viene la agenda de la Cámara. Es un tipo que sabe escuchar y parece entender nuestras posiciones, aunque no las comparta. Igualmente, todavía le falta mucho para adquirir el volumen político que tiene su madre", confía un legislador de la oposición.

En su despacho, donde abundan fotos y cuadros de Néstor y Cristina Kirchner y pilas desordenadas de papeles, Kirchner recibe a dirigentes peronistas y también del Frente de Todos. Siempre de jeans, zapatillas, remera y camperita tipo canguro, mate en mano, hace preguntas y escucha "con mucha humildad", según contó un dirigente de primera línea de Cambiemos.

La cualidad de la escucha fue una de las razones por las que Kirchner fue oficializado como presidente del bloque del Frente de Todos, una decisión de cúpulas que no fue tan bien recibida en un principio por la tropa peronista, que vio en esa decisión el retorno de la centralidad de las decisiones en cabeza de la mesa chica de Cristina.

Pero Fernández lo bendijo con palabras tranquilizadoras. "Lo conozco desde que era un chico. Ese chico ya no es un chico. Es un hombre hecho y derecho y me pone muy contento que hoy esté alcanzando la jefatura del bloque. Ha tenidos dos padres espléndidos. Heredó lo mejor de Néstor: prestarles atención a todos. Para él no hay dirigentes importantes y dirigentes menos importantes. Les dedica a todos el mismo tiempo. Así fue tu padre, no aflojes", dijo Fernández, que se quebró al recordar al fallecido expresidente.