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Lula, la nostalgia por bandera

Sao Paulo, 28 sep (EFE).- Veinte años han pasado desde que Luiz Inácio Lula da Silva ganó sus primeras elecciones y, a pocos días de una nueva cita de los brasileños con las urnas, es el claro favorito para colgarse la banda presidencial de Brasil, en su caso por tercera vez.

Lula, de 76 años, no hace más que recordar la época en la que llegó por primera vez a la Presidencia, comparando la crisis actual con la delicada situación económica y social en la que se encontraba el país en aquel entonces y edulcorando el recuerdo de la época de bonanza que se vivió en sus ocho años de Gobierno.

La nostalgia impregna todos los anuncios de la campaña de Lula, que siguen usando el mismo lema "sin miedo de ser feliz" que popularizó desde su primer intento por llegar a la Presidencia, en 1989, cuando era un combativo líder sindical temido por los empresarios y por las clases pudientes.

Tres décadas después, Lula se apoya hoy en una decena de partidos progresistas de tendencia diversa y, para hacer frente al presidente Jair Bolsonaro, incluso se ha abrazado a antiguos adversarios, como el conservador Geraldo Alckmin, su candidato a vicepresidente.

Con estos apoyos y el recuerdo de la experiencia de sus ocho años de Gobierno (2003-2010), ahora Lula ya no da miedo.

Por el contrario, es visto con agrado por el sector privado, al que recuerda los pingües beneficios que obtuvieron las empresas privadas en su gestión, una época de fuerte crecimiento económico.

Ahora les promete volver a mover la rueda de la economía, generar empleo con obras públicas y calentar el consumo con programas de distribución de renta.

LA CARTA DEL COMBATE AL HAMBRE

Pero el mensaje de Lula, con su voz ronca y la forma de expresión llana y directa propia de alguien que nunca pasó por la universidad, donde más cala es entre los más pobres.

A ellos les asegura que "cuidará del pueblo" y repetirá la hazaña de acabar con el hambre, en momentos en los que la crisis económica ha vaciado las despensas de 33 millones de brasileños.

Para identificarse con ellos, su campaña ha recurrido a otra foto en blanco y negro: el recuerdo de que el propio Lula, siendo un niño, huyó del hambre con su familia del empobrecido noreste de Brasil, para buscar empleo en Sao Paulo, la región más industrializada del país, donde edificó su carrera sindical y política.

Esos orígenes humildes y obreros convirtieron a Lula en todo un fenómeno de masas; pero ahora, a pesar de que lidera con holgura las encuestas de intención de voto, ya no arrastra a multitudes a la calle.

UNA RESURRECCIÓN POLÍTICA

El motivo de ello es el desgaste que le causaron a su imagen los sucesivos escándalos de corrupción que se destaparon en su gestión y en la de su sucesora, Dilma Rousseff.

Lula llegó a ser condenado dos veces por esos escándalos y pasó un año y medio en prisión, lo que le impidió ser candidato en las elecciones de 2018.

Un año después, el Tribunal Supremo anuló esas dos causas por errores e irregularidades procesales, devolviendo a Lula su libertad y sus derechos políticos.

Desde entonces, ha tratado de limpiar su nombre y de defender que el motivo de sus condenas fue puramente político, para permitir el triunfo electoral de Bolsonaro.

A pesar de esos esfuerzos, la corrupción sigue siendo el punto débil al que apuntan la mayoría de los ataques de sus detractores y es la razón que subyace por detrás de las altas tasas de rechazo a Lula, que llegan al 38 %.

Un número alto, pero que no ha impedido que su popularidad lo haya impulsado como el único candidato con posibilidades de desbancar a Bolsonaro, con la bandera de la defensa de la democracia y la reminiscencia de un Brasil feliz.

Manuel Pérez Bella

(c) Agencia EFE