El desamor ha sido más rival para Lorenzo Musetti que Novak Djokovic

WINSTON SALEM, NORTH CAROLINA - AUGUST 23: Lorenzo Musetti of Italy reacts to a missed shot during his loss to Federico Coria of Argentina on Day 3 of the Winston-Salem Open at Wake Forest Tennis Complex on August 23, 2021 in Winston Salem, North Carolina. (Photo by Grant Halverson/Getty Images)
Photo by Grant Halverson/Getty Images

Ahí está Lorenzo Musetti, la gran esperanza del tenis italiano, a sus diecinueve años, levantando el puño y mirando desafiante ni más ni menos que a Novak Djokovic, número uno del mundo. Musetti, semifinalista ya en Acapulco, semifinalista ya en Lyon, le va cogiendo el gustillo a esto de subir en el ránking (pronto se colará entre los sesenta mejores) y poner en apuros de paso a las grandes estrellas, incluso a las que casi le doblan la edad. Es el nuevo prodigio de una explosión transalpina que en tres años nos ha dejado a Matteo Berrettini, a Yannick Sinner y ahora a este chico que ha compartido adolescencia competitiva con Carlos Alcaraz durante años y años en los distintos torneos de la ITF.

Un año mayor que el murciano, es normal que la fama le llegue antes. Es normal que sea él y no Alcaraz el que esté en octavos de final de Roland Garros desafiando puntos de break en contra y llevándose tie-breaks ante el, quizá, mejor jugador de la historia. En dos horas y poco, dos sets a cero. Djokovic, que en cada partido de Grand Slam lucha contra su rival y lucha contra la historia, se pone nervioso. Está a un paso del abismo en el torneo que siempre le ha sido más esquivo. El chico italiano sabe lo que hace... hasta que decide tomarse un respiro en el tercer set. Una pequeña tregua para volver con más fuerzas.

Error. Error inmenso. Musetti no vuelve ya nunca al partido: Djokovic le pasa por encima en la tercera manga y le vuelve a pasar por encima en la cuarta. Cuando la historia está a punto de repetirse en la quinta, el italiano decide retirarse. Viene de jugar cinco sets en la anterior ronda y está demasiado cansado, apenas puede correr tras la bola y su servicio es un chiste. Al fin y al cabo, hablamos de una derrota que uno puede asimilar fácilmente, que puede dejar atrás sin problema. Un partido que tiene que servirle para demostrarse que está ahí, antes incluso de lo previsto, que el futuro se ha adelantado en el tiempo y que 2021 será su año.

O no. Desde aquel final de segundo set en París, no hemos vuelto a saber prácticamente nada de Musetti. Nueve partidos y dos victorias. Hasta cinco torneos seguidos, cayendo en la primera ronda. No ha habido rastro del chico alegre que deslumbraba con su entusiasmo y su revés a una mano, con su control táctico de los partidos y su altanería ocasional, la arrogancia propia del recién llegado. ¿Estará lesionado? ¿Se estará equivocando de táctica? ¿Habrá tenido mala suerte en los sorteos? Peor aún, se le ha cruzado la vida.

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Negar que la vida mancha es mucho negar. No nos gusta mezclar el deporte con los sentimientos porque nos da un cierto pudor... y, sin embargo, no queda otra. Nos lo enseñó Naomi Osaka en ese mismo Roland Garros, nos lo enseñó Simone Biles en Tokio y nos lo enseña Mardy Fish en Netflix, en un prodigioso documental donde nos cuenta cómo la ansiedad, el estrés -la vida, de nuevo- se pueden colar en cualquier lugar y que pensar que tu lugar de trabajo es un recinto sagrado e inaccesible para los miedos es ser demasiado inocente.

Lorenzo Musetti lo dejó con su novia. A los diecinueve años, eso es un drama. Una fama exagerada y una situación sentimental inestable es una combinación peligrosa a determinadas edades. Es lo que le pasó a Musetti. Estaba triste, estaba desganado, no veía la manera de remontar la situación, acumulaba derrotas con una facilidad pasmosa para alguien acostumbrado a ganar y ganar y volver a ganar en el circuito ITF o en el circuito Challenger. ¡Ah, el amor! Pero no es el amor, claro, es la vida. Es la inseguridad y la soledad y la tristeza y el sentimiento de "¿de verdad yo puedo hacer esto, de verdad es este mi sitio?".

De repente, algo no cuadra. Un set, una chica, una molestia. Algo no cuadra y el edificio entero se viene abajo. Esto no es cuestión de poder con la responsabilidad o de fortaleza mental. O no solo, al menos. Los problemas de Musetti no se limitan a la cancha sino que están fuera. "Desde Tokio, estoy yendo al psicólogo", reconoce en La Gazzetta dello Sport. Yo desconfío mucho de la gente que no va al psicólogo porque intuyo que puede explotar en cualquier momento. Musetti explotó y ahí está, el pobre, recogiendo pedazos. Este mismo lunes, otra derrota en primera ronda, esta vez en Bulgaria.

Al italiano, como a cualquier joven deportista, le habían preparado contra los rivales conocidos. Cómo hacer frente a un revés cruzado, cómo combinar los saques, cómo colocar la raqueta en la red para que la pelota no se vaya a la grada... Musetti estaba preparado para la pista central de Roland Garros y para Novak Djokovic. No lo estaba para lidiar con las consecuencias. Con el mundo que queda después de la ducha en el vestuario. Si consigue salir de este bache de cuatro meses, será un jugador maravilloso, precisamente porque en la pista no tiene miedo. En la pista, es un número uno. Fuera de la misma, es como usted y como yo. Se enamora y se desenamora y se pierde en los detalles y no encuentra ayuda. Naufragia. Y los naufragios post-adolescentes son, por definición, los más profundos... aunque, también, los que menos tiempo duran. Le esperamos pronto.

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