Línea 12: El Metro se cayó hace un año y todavía nos parece una pesadilla

Metro de la Línea 12 tras el derrumbe del 3 de mayo del 2021. (REUTERS/ Luis Cortes)
Metro de la Línea 12 tras el derrumbe del 3 de mayo del 2021. (REUTERS/ Luis Cortes)

El Metro se cayó. Todavía parece increíble. La Línea 12 nos dio un mazazo de realidad. ¿Cuántas veces alguien habrá pensado en esa posibilidad? Quizá ni los más fatalistas hubieran imaginado algo así. No es que el ambiente que se respira en un vagón invite al optimismo, pero era imposible adivinar que la trabe se vencería y el tren caería al piso partido por la mitad. Sucedió y todavía nos asombran aquellos funestos videos. Lo que pasó después, desde luego, es sello de autor. Todos los posibles implicados se echaron la bolita o ni siquiera eso: les fue suficiente con decir que la culpa no era de ellos, pero no dijeron de quién sí lo es.

A un año de distancia, nadie se ha hecho responsable. No hay detenidos. Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno que impulsó la construcción de la Línea 12 en 2006, se quitó toda responsabilidad: “Yo hice lo que tenía que hacer, si no, no podría dar la cara”, dijo en octubre luego de que la Fiscalía acusara de homicidio a diez funcionarios que trabajaron para él durante su mandato (2006-2012).

Miguel Ángel Mancera, que se encargó de hacer reparaciones entre 2013 y 2014, y Claudia Sheinbaum, encargada del mantenimiento desde 2018, han seguido la misma lógica. Lo mismo puede decirse del formidable y admirable Carlos Slim, cuya empresa construyó el tramo que se cayó. La consultora noruega DNV determinó tras su peritaje que el tramo afectado no superó las normas de construcción. Pero que no cunda el pánico, el magnate ya se ha comprometido a rehabilitar la línea y, para que nadie dude de su generosidad, ha alcanzado varios acuerdos con las familias afectadas a cambio de no sufrir consecuencias penales. Hasta el presidente López Obrador le reconoció tamaña muestra de humanidad.

No hay una fecha estimada ni siquiera para el inicio de las reparaciones. Es un hecho que los habitantes del sur de la Ciudad pueden olvidarse de la Línea 12 por un largo tiempo. Mientras tanto, los políticos seguirán con sus juegos infantiles, en eso son expertos. El oportunismo se hizo presente desde el primer día. A la ceguera y cinismo de unos se sumó la politización barata de los otros, aquellos que ven en una tragedia la mejor vía para lucrar con el dolor y el abandono. Su hipocresía, sin embargo, ya no se la traga nadie: no les importa la justicia, les importa obtener algún beneficio, el que sea, para levantarse el cuello y llevar agua a su molino.

Si la tragedia y sus 26 muertos ya eran motivo de plena indignación, amén de denuncias de olvido gubernamental hacia los afectados, hay que reparar en el abandono en el que se ahondó con esta tragedia. Los trayectos de una hora son historia para los habitantes de la periferia, que ahora deben volver al transporte público o al RTP, la solución de cajón para todo problema de movilidad, según la impecable lógica del gobierno citadino. Un trayecto corto se convierte ahora en un martirio de más de dos horas, con el riesgo siempre latente de ser asaltado en cualquier momento.

Los familiares y amigos de las víctimas visitaron el lugar del derrumbe para honrar su memoria. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)
Los familiares y amigos de las víctimas visitaron el lugar del derrumbe para honrar su memoria. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)

Quizá no había línea del Metro más reconfortante que la dorada. Sin vendedores ambulantes y raramente atascada, casi siempre con espacio suficiente para viajar decentemente. En las pantallas de los vagones se podía escuchar música que estimulaba la relajación. Cada detalle de esa línea estaba perfectamente cuidado para hacer menos pesado el arduo trayecto sureño.

Nada queda ni quedará de eso. Y tan solo hay que imaginar cómo será volver a subirse a esos andenes y sentir ese miedo irracional (o racional, quizá) que invadirá a más de uno cuando el tren pase por el tramo maldito entre Tezonco y Olivos. La tragedia estará ahí para siempre, en cada metro que esos trenes ultramodernos recorran por las vías manchadas de sangre, por esas vías que unos irresponsables construyeron mal, otros no revisaron y unos más ignoraron. Por culpa de todos ellos ya nunca sonará absurdo ni increíble decir que el Metro se cayó.

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