Limpiaban casas y ahora temen haberse contagiado

A MENUDO LAS PERSONAS QUE SE DEDICAN AL TRABAJO DOMÉSTICO EN NUEVA YORK SON INMIGRANTES INDOCUMENTADOS. MIENTRAS EL VIRUS CAUSA ESTRAGOS EN LA CIUDAD, MUCHOS DE ESTOS TRABAJADORES TEMEN POR SU SALUD Y POR SUS INGRESOS.

NUEVA YORK — Cuando el coronavirus atacó a la ciudad de Nueva York y se ordenó que la mayoría de los negocios cerraran, los jefes de Luz en una casa del Upper East Side de Manhattan le permitieron tomar un descanso. Dos días después, le enviaron un mensaje: “Regresa”.

“Me preguntó si estaba bien, si estaba enferma”, dijo Luz de sus empleadores, una familia de cuatro con dos niños en edad escolar. Luego la madre le dijo: “Si en tu casa todos están bien, necesito que me ayudes con los niños y la casa”.

Luz, quien es de México y se encuentra indocumentada en Estados Unidos, vive en el Bronx y es trabajadora doméstica y niñera, y se ha convertido en el único sostén de su familia desde que la economía de la ciudad se derrumbó y su marido perdió su trabajo en un restaurante.

Su dilema —si trabajar y arriesgarse a estar expuesta al virus, o quedarse en casa y perder la posibilidad de seguir manteniendo a su familia— es compartido por muchos neoyorquinos de bajos ingresos, ahora que la ciudad se ha convertido en el epicentro de la pandemia en Estados Unidos.

Para miles de trabajadoras del hogar que limpian y cocinan para la gente más adinerada, la crisis ha dejado en evidencia la estratificación de la ciudad. Estas personas tienen dificultades financieras incluso en los buenos tiempos y no pueden darse el lujo de priorizar su salud ahora.

Algunas ya han perdido su fuente de ingreso, porque sus empleadores se han ido a sus casas de playa o al norte del estado. Las que siguen trabajando se suben al metro y a los autobuses para ir a limpiar y apoyar en el cuidado de casas de personas que pueden permitirse una cuarentena autoimpuesta.

“Uno corre riesgo desde cuando sale de la casa”, dijo Luz, de 36 años, quien, como varias personas entrevistadas para este artículo, pidió ser identificada solo por su nombre de pila debido a su estatus migratorio.

Al igual que Luz, muchas trabajadoras del hogar están en el país sin documentos y no tienen derecho a casi ninguna de las formas de asistencia del gobierno.

Los funcionarios de salud del estado de Nueva York anunciaron hace poco que los inmigrantes que se encuentran en Estados Unidos de manera indocumentada podrían acceder a los beneficios de emergencia de Medicaid para cubrir el costo de las pruebas y el tratamiento si contraen el coronavirus.

Los funcionarios federales también han dicho que la búsqueda de atención médica no activará la llamada regla de la carga pública, que penaliza a los solicitantes de residencia permanente si han utilizado beneficios públicos.

Sin embargo, los defensores de las comunidades inmigrantes dicen que eso no es suficiente. Han criticado la exclusión de los inmigrantes indocumentados del paquete de estímulo de 2 billones de dólares del gobierno federal. Incluso las parejas en las que uno de los cónyuges está en el país de manera legal y el otro no, no son elegibles.

Argumentan que, independientemente de su estatus legal, los inmigrantes constituyen una gran parte de la mano de obra que realiza trabajos que mantendrán al país a flote: trabajo agrícola, abastecimiento en tiendas de comestibles, entrega de alimentos, cuidado de ancianos y discapacitados, así como limpieza de casas y edificios.

“Los inmigrantes siguen estando en la primera línea de defensa de esta respuesta”, dijo Steven Choi, director ejecutivo de la Coalición de Inmigración de Nueva York.

Desde que surgió la crisis del coronavirus, la carga de trabajo de Luz se ha incrementado. Ahora tiene que cocinar para la familia, que está en cuarentena debido a que se detectó el virus en la escuela de uno de los niños y debe entretener a los chicos, de 8 y 12 años, que se inquietan cuando terminan la tarea y no pueden salir.

Luz los lleva al pasillo fuera del departamento a jugar pelota para que los padres puedan trabajar en silencio dentro de casa. También para ellos está dura la situación”, dijo de sus empleadores.

También debe limpiar más: lavarse las manos, mantener limpias las superficies, cuidar que las toallas que usa para secarse las manos no se mezclen con la lavandería de la familia. Sus turnos de 10 horas son agotadores. Su salario semanal de 700 dólares sigue igual.

Hay casi medio millón de inmigrantes indocumentados en la ciudad de Nueva York, según un informe reciente de la Oficina de Asuntos de Inmigración del Alcalde. Más de tres cuartas partes de ellos integraban la fuerza laboral el año pasado, según el informe, pero tenían los ingresos anuales medios más bajos de cualquier grupo de neoyorquinos trabajadores: poco más de 26.000 dólares.

Para recibir uno de los pagos de 1200 dólares en efectivo incluidos en el paquete de ayuda federal, más 500 dólares por niño, los trabajadores deben haber hecho su declaración de impuestos federales sobre la renta con un número de seguridad social.

Los trabajadores indocumentados no tienen derecho a obtener números de seguridad social y, en su lugar, utilizan los números individuales de identificación de contribuyentes para hacer su declaración.

Pero muchos señalan que de todos modos presentan declaraciones de impuestos. Un limpiador de Manhattan, Celsio, quien es de Ecuador, dijo: “Yo me considero que he venido aquí a trabajar pero también he pagado impuestos”.

Celsio, de 45 años, dice que ahora limpia las casas de diez clientes por semana en lugar de cincuenta y está preocupado por la renta del próximo mes. No está seguro siquiera si va a poder comprar los materiales básicos de su oficio, pues los productos de limpieza como Lysol han desaparecido de muchas tiendas y a veces se encuentran a precios exorbitantes.

Los trabajadores domésticos dicen que deben seguir trabajando no solo por su propia necesidad económica, sino porque hay muchos habitantes de la ciudad enfermos, discapacitados o de la tercera edad que dependen de ellos.

A Bessie Dozis, de 75 años, le ayuda Rosa, originaria de México, quien va a su casa en Astoria siete días a la semana para bañar y vestir a su esposo, Peter Dozis, quien tiene 75 años y Parkinson. También lo lleva a sus citas médicas. “Le pregunté si necesitaba quedarse en casa, le di la opción de decidir”, dijo Dozis.

Rosa, de 52 años, ha seguido trabajando. “Cuando yo llego el señor se pone alegre porque sabe que voy a ayudarle a pararse del recliner”, dijo. Luego de atender a Dozis come junto con la pareja.

Cuando sale de su casa rumbo al trabajo sus hijos le dicen: “Cuídate, mami”.

Estar en el país sin documentos ha añadido más ansiedad a trabajadores que ya de por sí están nerviosos de enfermarse.

El Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por su sigla en inglés) ha subrayado su política de no arrestar a los inmigrantes en los hospitales ni en sus alrededores y dio a entender a mediados de marzo que suspendería la mayoría de los arrestos para evitar la posibilidad de introducir el coronavirus en los centros de detención. (El jefe del Departamento de Seguridad Nacional, que supervisa el ICE, más tarde intentó retractarse de esa declaración).

Sin embargo, muchos inmigrantes siguen escépticos, y los rumores abundan. Algunos creen erróneamente que las pruebas de coronavirus cuestan 3000 dólares.

Los impedimentos para hacerse las pruebas —como no tener un auto para llegar en él a los sitios de prueba— han dejado a muchos sintiéndose abandonados.

Pero algunos sí se sienten apoyados. En muchos casos, los empleadores habituales de las trabajadoras del hogar, aunque hayan cancelado los servicios de limpieza, se han ofrecido a seguir pagándoles y a ayudar en caso de emergencia.

Leticia Aparicio, de 34 años, es de México y se dedica a la limpieza, dijo que sus clientes habían cancelado en las últimas semanas, pero que seguían pagándole. “No sé, me siento mal, no estoy acostumbrada a eso”, dijo Aparicio, rompiendo en llanto.

Aun así, ahora puede darse el lujo de quedarse en casa con sus dos hijas pequeñas, que no están yendo a la escuela, mientras su marido va a su trabajo en una obra de construcción.

This article originally appeared in The New York Times.

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