Lidiando con el sexo, el secretismo y la seguridad mientras se libra una guerra a tu alrededor
KAMIANSKÉ, Ucrania— Cuando las sirenas que alertaban de los ataques aéreos cesaron, Olena salió del refugio y regresó a la orilla de la carretera, a la espera de clientes en busca de sexo.
Mientras las bombas rusas caían sin parar, los trabajadores sociales vieron escasear los tratamientos para el VIH, y también cómo las personas que los necesitaban desaparecieron de las calles.
Y ahora, cuando los soldados, por lo general armados, se acercan a Tetyana, a menudo le solicitan descuentos que ella no puede rechazar por seguridad. “Los soldados llegan y me dicen: ‘Tanya, vamos por una hora’”, contó, pero luego le piden más tiempo. “Así que voy y los entretengo toda la noche por el mismo precio”.
La invasión rusa ha afectado a todas las ciudades, industrias y ocupaciones de Ucrania. Ha matado a miles de civiles y obligó a millones a abandonar sus hogares. Quienes venden sexo, un sector de la población especialmente vulnerable incluso en tiempos de paz, se encuentran en mayor riesgo de pobreza, coerción y riesgos para la salud, con implicaciones para la lucha de Ucrania por detener la propagación del VIH, afirman los trabajadores sociales y sexuales.
La prostitución es ilegal pero ampliamente tolerada en Ucrania, uno de los destinos más populares de Europa para el turismo sexual antes de la guerra. La industria era próspera, con un estimado de 53.000 trabajadores sexuales, según el Centro de Salud Pública de Ucrania, gestionado por el gobierno.
La guerra ha reducido de modo significativo los ingresos de los trabajadores e interrumpió gravemente los programas de ayuda para la adicción a las drogas y el tratamiento del VIH. Antes de la invasión, Ucrania tenía un alto número de personas que vivían con VIH, por lo que había sido una prioridad de los servicios de salud del país.
Según el centro de salud, alrededor de un tercio de las personas que calificaban para recibir ayuda por infecciones de VIH o adicciones a las drogas antes de la guerra ya no la recibían a finales del verano. La guerra destruyó años de progreso hacia prácticas más seguras, afirmaron los trabajadores sociales.
Pero varios trabajadores sexuales, entrevistados bajo la condición de que solo se utilice su primer nombre, preocupados por sus familias y con miedo a la policía, aseguraron que necesitan el trabajo para sobrevivir.
“El primer día de la guerra no salí a trabajar en absoluto”, contó Olena al costado de una carretera en Kamianské, en el centro de Ucrania. “Pero al segundo día sí salí”.
Otra mujer, Liudmyla, contó que ahora cobraba alrededor de 6 dólares por hora, la mitad de la tarifa antes de la guerra. “Incluso mis clientes habituales no podían acudir a mí porque no tenían dinero”, afirmó.
Varios trabajadores afirmaron que la movilización de cientos de miles de hombres en Ucrania había cambiado el negocio: ahora los soldados llenan las ciudades y las armas se convirtieron en algo común.
Liudmyla afirmó que algunos soldados habían sido especialmente amables, y le habían dado tanto propinas como flores, pero otras mujeres expresaron temor. Olena contó que no se subía a un automóvil donde hubiera más de un hombre.
Tetyana contó que algunos hombres se niegan a pagar la tarifa completa. “A veces un hombre promete 12 dólares, hago mi trabajo, pero me termina pagando solo 7 dólares”, afirmó. “Me dicen: ‘Oye, ahora gano menos’, y yo les respondo: ‘Entonces no me busques’”.
La guerra ha reducido significativamente el número de clientes extranjeros, afirmó una trabajadora llamada Rita, quien mantiene a dos niños pequeños. Vlada, que trabaja en el mismo burdel y contó que ayuda a cuidar a su madre y hermanos, afirmó que pasó de tener 18 clientes al día, a unos siete.
“Los clientes solían dejarnos tan buenas propinas que hasta nos olvidábamos de cobrar nuestros sueldos”, afirmó. “Ahora, lo único que nos quedan son unos 40 dólares, tras darle la mitad al dueño del negocio”.
Denys, que vive en la capital, Kiev, y que trabaja principalmente con hombres homosexuales, contó que vivió en el metro durante las primeras semanas de la guerra, donde evitó los bombardeos, pero no ganó nada de dinero.
Incluso después de eso, el negocio no iba bien. “Las personas están mentalmente agotadas”, afirmó. “Están cansadas de vivir con estas sirenas de ataques aéreos. Tienen otras prioridades en lugar de venir a verme”.
Actualmente, Denys intenta compensar la pérdida de ingresos ayudando a los trabajadores sociales, cuyos escasos recursos se han visto gravemente perjudicados por la guerra.
En la ciudad de Dnipró, la organización benéfica Virtus ha registrado 2300 trabajadores sexuales, pero muchos más se han mudado a la ciudad para escapar de los combates, según Iryna Tkachenko, trabajadora social de Virtus.
“Toma tiempo construir la confianza”, afirmó.
Con la interrupción de las cadenas de suministro, los trabajadores sociales tienen menos condones para distribuir, y menos agujas limpias para evitar que quienes consumen drogas las compartan.
La propagación del VIH es una de las mayores preocupaciones de los trabajadores sociales.
El tratamiento con medicamentos antirretrovirales ayuda a reducir la transmisión de los trabajadores sexuales a los clientes y por lo tanto, en la sociedad en general. Pero en el transcurso del último año, alrededor de 40 de los centros de tratamiento del VIH de Ucrania han dejado de funcionar, cerca de la mitad de ellos debido a daños causados por los bombardeos, afirmó el centro de salud.
Otra mujer llamada Tetyana, una trabajadora social que tiene 15 años ayudando a trabajadores sexuales en Kamianské, reparte lo que puede y les recuerda que deben tomar medicamentos.
“Nos esforzamos mucho para enseñarles a cuidarse”, afirmó. “Los conozco a todos como una madre, pero a menudo no nos prestan atención”.
“Por eso me quedo aquí y trato de protegerlos”, agregó.
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