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Licorice Pizza vs. Marvel: el cine que resiste

Cooper Hoffman y Alana Haim se llevan el mundo por delante en Licorice Pizza
Melinda Sue Gordon

“Hay más cine en dos minutos de Licorice Pizza que en las 274 películas de Marvel”, tuiteó hace unos días el crítico y programador Diego Lerer. Sobrevoló en muchos después de leer esta declaración el recuerdo de la polémica abierta por Martin Scorsese en octubre de 2019, cuando declaró que solo podría identificar las películas de superhéroes con parques temáticos. “No es el cine de seres humanos tratando de transmitir experiencias emocionales y psicológicas a otros seres humanos”, dijo entonces.

Poco después, cuando estaba a punto de estrenarse El irlandés, Scorsese reforzó su idea en una columna para The New York Times. Allí nombra a varios cineastas (entre ellos Paul Thomas Anderson, el director de Licorice Pizza) y sostiene que cuando mira alguna obra de esos realizadores “sé que voy a ver algo absolutamente nuevo y que experimentaré algo inesperado y difícil de definir”.

Del otro lado estaba el universo Marvel, compuesto –según Scorsese- de historias sin riesgo, elaboradas en laboratorios de marketing y probadas a través de focus group. “Se hacen para satisfacer una batería de demandas específicas y son diseñadas como una constante variación de un número finito de temas”, agrega.

Una polémica que repercutió en todo Hollywood

De inmediato, nombres fuertes e influyentes (desde Robert Downey Jr., a Paul Rudd, Jon Favreau y James Gunn) salieron a responderle a Scorsese y a defender a Marvel, de cuyas películas son parte esencial. El pequeño rebote local de esa polémica no llegó a tanto. El propio Lerer, en un tuit posterior, escribió: “No pasa por si son mejores películas o no, es un tema de lenguaje, de vocabulario. Varias de Marvel pueden ser entretenidas y hasta muy buenas películas, pero pocas veces tienen alguna idea cinematográfica mínimamente relevante”.

No podría hablarse, por lo tanto, de “ellos” versus “nosotros”. Mucho menos corresponde llevar las cosas al maniqueo escenario del bien contra el mal. Lo que adquiere relevancia en este renovado (e imprescindible) debate es nada más y nada menos que el valor de la novedad. La aparición de algo distinto. El estreno local de Licorice Pizza, la película más reciente de Paul Thomas Anderson, recupera esa idea fuerza como hacía tiempo no ocurría en nuestro medio.

Licorice Pizza es una película extraordinaria en el más amplio sentido de la palabra, recibida justificadamente con una ola de entusiasmo inmediata y casi unánime entre los especialistas y amantes del cine que ya se pronunciaron en medios y redes sociales. La película obtuvo en LA NACION la máxima calificación de nuestros críticos. “Una obra maestra con espíritu adolescente”, es el título del texto desde el que Natalia Trzenko saluda, entre otros prodigios, la vitalidad con que uno de los personajes parece estar traspasando la pantalla mientras corre.

Ese movimiento constante atraviesa a los protagonistas de esta hermosa historia de amor y también, por supuesto, a Anderson, un artista que no quiere saber nada con quedarse quieto. Nos maravilla el relato y también el camino incierto, apasionante, asombroso, que lleva a esa pareja hacia un destino que ya estaba fijado desde el principio. Pero nos maravilla más todavía la posibilidad de disfrutar de la aventura en una pantalla de cine, junto a varias personas que palpitan y celebran todo lo que pasa frente a sus ojos al mismo tiempo.

Alana Haim y Cooper Hoffman en Licorice Pizza
Photo Credit: Paul Thomas Anderson


Alana Haim y Cooper Hoffman en Licorice Pizza (Photo Credit: Paul Thomas Anderson/)

Seguramente nos vamos a emocionar igual cuando Licorice Pizza esté disponible en alguna plataforma de streaming y podamos verla de nuevo en un televisor HD desde la comodidad del hogar. Pero en el cine, el lugar para el que fue concebida esta película, los personajes de una historia como esta se agigantan y con ellos crecen esas emociones que Anderson nos muestra desde un lugar que no esperábamos. ¿Cuántas veces más podríamos vivir esa experiencia si los espacios para ver este tipo de películas en el cine se achican cada vez más?

El placer de lo distinto, lo inesperado

Más que el reproche por las supuestas malas artes de Marvel, lo que Scorsese y quienes se hacen eco de sus planteos señalan es la imposibilidad cierta de volver a vivir en el cine la experiencia reveladora de lo nuevo, de lo distinto, de lo inesperado, porque no hay lugar para hacerlo. Sin la variedad perdemos el gusto. Todas las pantallas posibles están ocupadas por Spider Man: sin camino a casa, una película inteligente, muy entretenida y con momentos de genuina emoción que nos puede sorprender con algún giro inesperado o la aparición de un personaje que no imaginábamos volver a ver. Pero en definitiva todo lo que ocurre allí tiene forzosamente que ver con un marco gigantesco que de un modo u otro va a condicionar lo que veamos.

Con la llegada del multiverso, este inabarcable mundo de ficción está ahora en condiciones de abrirse a cualquier novedad. A cambios temporales y espaciales, a la aparente ruptura de toda clase de lógica. ¿Pero hay novedad aquí? Para nada. Todo es posible mientras responda a las reglas de un universo que ya ha sido configurado. Películas, series, videojuegos y toda clase de expresiones audiovisuales retroalimentan un mismo concepto que, al agrandarse, le deja cada vez menos espacio a todo lo demás.

Ansel Elgort en Amor sin barreras, una magistral remake de Steven Spielberg que tuvo un estreno en cines casi inadvertido
Photo by Niko Tavernise


Ansel Elgort en Amor sin barreras, una magistral remake de Steven Spielberg que tuvo un estreno en cines casi inadvertido (Photo by Niko Tavernise/)

En ese “todo lo demás” está por ejemplo Licorice Pizza, que difícilmente hubiese encontrado un lugar para su estreno en cines sin las aspiraciones ciertas que tiene en este momento de alcanzar cosas grandes en la carrera por el Oscar. Apenas hay 67 pantallas disponibles para verla en los cines argentinos, frente a las 278 que todavía tiene Spider Man: sin camino a casa. Menos todavía (50) fueron asignadas a El callejón de las almas perdidas, otra película de autor (Guillermo del Toro) y con pretensiones de Oscar estrenada este jueves.

Las evidencias se acumulan. Dos de las mejores películas de la temporada actual de premios (y de todo 2021) tuvieron estrenos casi invisibles en la Argentina. La magistral remake de Amor sin barreras, de Steven Spielberg, convocó a los cines nada más que a 14.000 personas. Rey Richard: una familia ganadora, un poco más: casi 18.000.

Ambas son también protagonistas de la temporada de premios y si llegan a ganar algo (Will Smith es amplísimo favorito para ganar el Oscar como mejor actor protagónico por Rey Richard) muchos querrán verla. Pero en ese momento no habrá más pantallas a la altura de la grandeza de estos títulos. Otra película grandiosa de estreno reciente en cines, La crónica francesa, de Wes Anderson, llegó a vender apenas 34.000 tickets. Las tres tuvieron lanzamientos acotados, a la sombra de los grandes tanques, y sin continuidad. Quedaron escondidas en un puñado ínfimo de salas después de la primera semana.

El streaming, ¿la única salida?

Para completar la ecuación, nos quedamos sin ver en pantalla grande películas de aliento y expresión muy variada que merecían largamente esa posibilidad. Desde la genial comedia Barb y Star van a Vista del Mar hasta Pig (con un insuperable Nicolas Cage), pasando por El caballero verde (David Lowery), Annette (el extraño y desmesurado musical de Leos Carax, apertura de Cannes 2021), The Tender Bar (George Clooney) y Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino).

Unidas (salvo la todavía inédita Pig) por el destino común de haber llegado primero a las plataformas de streaming, sin pasar por los cines. Hay muchas más. Todas ellas, aun con sus caprichos y altibajos, son capaces de generar en el público emociones a flor de piel y poner en juego experiencias humanas (o sobrenaturales) que se hacen más grandes que la vida precisamente porque pueden verse en una pantalla grande y a través del ritual de toda la vida: el cine como experiencia colectiva.

Anderson, con Licorice Pizza, y Guillermo del Toro, con El callejón de las almas perdidas, tuvieron más suerte. La mayoría de las películas que proponen caminos nuevos o reveladores directamente ya no se estrenan en los cines. “En muchos lugares alrededor de este país y del mundo, las películas de superhéroes son la primera opción en las salas. Es un tiempo peligroso para la exhibición de cine. La ecuación se dio vuelta y el streaming es la forma de distribución principal de las películas”, escribió Scorsese en su ya famosa columna contra Marvel, que además resulta visionaria. Se publicó en 2019, antes de que la pandemia profundizara esa tendencia a la velocidad del rayo.

Barb y Star van a Vista del Mar, una de las grandes películas de 2021 que la pantalla grande se perdió
Archivo


Barb y Star van a Vista del Mar, una de las grandes películas de 2021 que la pantalla grande se perdió (Archivo/)

No solo las plataformas más poderosas (Netflix, HBO Max, Amazon, Star+, ahora Apple TV+) abren sus puertas de par en par para recibir a los cineastas más prestigiosos y respaldar sus nuevas producciones. También apareció un espacio para el “streaming de autor”, la plataforma Mubi, que ahora se asegura el estreno directo de algunos de los títulos más importantes surgidos de los grandes festivales. Esos que hasta no hace mucho podíamos estar seguros de que llegaban a los cines. Pero el Covid no solo redujo todavía más que antes la diversidad en los estrenos. Alejó ¿para siempre? de los cines a una franja importante de público que estaba dispuesta y deseosa de sorprenderse frente a la pantalla grande.

Se dirá que hoy no queda otra opción. La lógica del negocio, mucho más en este tiempo de salida de la pandemia, nos dice que casi todos los espacios disponibles en los cines están (y estarán) ocupados por las secuelas, los regresos y las historias “franquiciadas”. ¿Qué nos queda mientras tanto? Salir corriendo al cine a ver Licorice Pizza una, dos, diez veces, y quedarnos con la sensación palpable de que el cine en su máxima expresión está vivo. Sigue vivo.