El auge de los lectores sensibles: cuando la censura se convierte en profesión

Los libros del famoso escritor británico Roald Dahl ya han sido objeto de revisionismo por parte de los lectores sensibles. (Photo by ASTRID RIECKEN For The Washington Post via Getty Images)
Los libros del famoso escritor británico Roald Dahl ya han sido objeto de revisionismo por parte de los lectores sensibles. (Photo by ASTRID RIECKEN For The Washington Post via Getty Images)

Los sensitivity readers o lectores sensibles no son unos recién llegados al mundillo editorial, aunque cada cierto tiempo surge una nueva información que los pone en el ojo del huracán, como si fueran una figura del todo inédita. La última tiene que ver con la decisión de la editorial Puffin Books, en Reino Unido, de reescribir los libros de Roald Dahl para adaptarlos al lenguaje inclusivo y no ofensivo de nuestros tiempos. Así, desaparecen términos como ‘gordo’, ‘bruja’ o ‘feo’ de clásicos infantiles como Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate. Alfaguara, que tiene los derechos de las ediciones en castellano, se desmarcó de la decisión de su homóloga británica (ambas pertenecen a Penguin Randon House) y no revisará los cuentos del escritor británico.

Roald Dahl es solo el último de una larga lista de autores cuya obra ha sucumbido al revisionismo moderno. Las novelas del famoso agente 007 de Ian Fleming, James Bond, también han pasado por el filtro de los lectores de la sensibilidad y a partir de ahora se publicarán sin referencias machistas ni racistas. Ladybird Books, otra editorial de Penguin, está en pleno proceso de revisión de libros infantiles como Blancanieves o La Cenicienta para detectar posibles sesgos que o bien perpetúan los roles de género o bien atentan contra la diversidad racial. Al margen de la decisión que tome la editorial, esta tarea de corrección de obras ya publicadas supone deconstruir un documento original escrito en un momento histórico determinado y añadirle o restarle pasajes bajo la mirada actual.

De acuerdo con una guía de la Universidad de Alberta, una de las más prestigiosas de Canadá, los lectores sensibles son personas encargadas de identificar contenidos ofensivos, tergiversados o que promueven sesgos y estereotipos. A partir de su trabajo, elaboran un informe en el que señalan esos “problemas”, como los define la universidad, y ofrecen soluciones para enmendarlos. La institución recomienda que el lector sensible encargado de revisar el texto forme parte del grupo poblacional o minoría al que hace referencia la obra. Esto con el objetivo de que su experiencia personal sirva para detectar fallos y emitir recomendaciones. Según esta publicación, en 2019, la tarifa promedio de uno de estos profesionales se situaba entre los 0,005 y los 0,01 centavos de dólar por palabra. Es decir, por unas 60.000 palabras, que es la extensión de un libro estándar, puede facturar entre 300 y 600 dólares.

Cada vez son más los autores que optan por contratar ellos mismos a estos profesionales, antes incluso de que el manuscrito llegue a manos de la editorial. Tiene sentido en un mundo donde cualquier error o tratamiento desacertado de temas polémicos es susceptible de generar un revuelo desproporcionado, con consecuencias nefastas para la reputación del escritor, como le sucedió a J.K. Rowling, creadora de la saga Harry Potter, en 2016. Tras publicar Historia de la magia en Norteamérica, recibió duras críticas por parte de nativos estadounidenses que la acusaron de retratar la cultura de sus pueblos desde una perspectiva colonialista.

¿Censura o corrección justificada?

“A mí me contrató una editorial que elabora material educativo infantil. Querían que trajera los contenidos de libros que publicaron hace unos años a la actualidad, que fueran más inclusivos con las realidades que hoy manejamos”, explica una lectora sensible freelance que prefirió no ser identificada. Cuenta que tuvo que hacer una revisión exhaustiva y eliminar cualquier concepto que pudiera estar desactualizado: “Por ejemplo, en vez de escribir ‘transexual’, se cambió el término por ‘persona transgénero’. En vez de hablar de ‘discapacitados’, se reforzó el uso de ‘personas con una discapacidad cognitiva o física’. No se habla ya de ‘tribus’, sino de ‘pueblos originarios’. El concepto de familia también se amplió a familias monoparentales o familias con dos mamás o dos papás”.

Para un editor que también pidió que su nombre ni el de la editorial internacional para la que trabaja aparecieran en este artículo, la polémica que está suscitando la labor de los lectores de sensibilidad es desmedida. “No tienen tanto poder como se quiere hacer ver. Ellos emiten recomendaciones y es la editorial y el autor quienes, de forma conjunta, deciden si tiene sentido incluirlas en relación con otras variables: el tono de la obra, la función de la misma (si es educativa, por ejemplo, o es una novela de ficción), en qué contexto se utilizan los conceptos que pueden herir sensibilidades, etc.”.

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Según este profesional del mundo editorial, en la mayoría de los casos ni siquiera es necesario recurrir a una revisión de los libros: “Me explico: los escritores ya vienen aprendidos de casa, como quien dice. Los tiempos han evolucionado y los escritores son parte de esa cultura hegemónica que evoluciona. Están influenciados por ese cambio de paradigma y lo que ahora llamamos ‘corrección política’, aunque no sean del todo conscientes, e, inevitablemente, impregna su obra y la forma en la que se refieren a ciertos temas”.

Por su parte, la lectora sensible freelance considera que es importante diferenciar en qué casos hablamos de una corrección justificada y cuándo de censura. “Reeditar novelas escritas hace décadas porque no se ajustan a los parámetros de reconocimiento y avances en derechos actuales me parece una barbaridad. Eso merma cualquier pensamiento crítico del lector y capacidad de identificar cuánto hemos evolucionado como sociedad. Y eso tiene un nombre: censura. Eso no tiene nada que ver con editar obras nuevas que van a ser publicadas o corregir libros de texto antiguos dirigidos a los niños de hoy. Ese material les sitúa en el mundo que viven, el de ahora, por eso tienen que estar actualizados: para que luego puedan leer libros infantiles como La Cenicienta y entiendan que lo que ahí está escrito no tiene sentido”, concluye.

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