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Latinoamérica perdió por culpa de las sequías US$13.000 millones en diez años

En esta imagen, tomada el 23 de marzo de 2018, un agricultor muestra granos de soja que no maduraron a causa de la sequía cerca de Pergamino, Argentina. Se estima que la cosecha de soja será un 31% menor que en la temporada 2016-2017. (AP Foto/Sebastián Pani)
En esta imagen, tomada el 23 de marzo de 2018, un agricultor muestra granos de soja que no maduraron a causa de la sequía cerca de Pergamino, Argentina. Se estima que la cosecha de soja será un 31% menor que en la temporada 2016-2017. (AP Foto/Sebastián Pani)

Por Sebastián Aguirre Eastman

Entre 2005 y 2015, Latinoamérica y el Caribe perdieron 22.000 millones de dólares en producción agrícola como consecuencia de desastres producidos por amenazas naturales; de ellos, 13.000 millones fueron producto de las sequías que afectaron la región en ese periodo. Para hacerse una idea de la dimensión del problema, el presupuesto oficial del Gobierno de Brasil -el país con más territorio y población de esta parte del mundo- fue de 1.025 millones de dólares para 2018.

El dato lo suministró la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación -FAO por sus siglas en inglés- en su informe The Impact of disasters and crises on agriculture and Food Security 2017 (El impacto de los desastres y las crisis en la agricultura y la seguridad alimentaria), publicado a comienzos de abril.

Anna Ricoy, oficial de Gestión de Riesgos de Desastres de la Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe (FAO RLC), le respondió desde Chile a Yahoo Finanzas que “en caso de ocurrir un desastre en el sector agrícola, los países enfrentan escenarios económicos complejos en los que deben reasignar presupuestos existentes para responder a la emergencia, asegurar la seguridad alimentaria y la recuperación, muchas veces a través de la importación de alimentos, mientras que al mismo tiempo ven caer sus exportaciones”.

La funcionaria agregó que en LAC han aumentado de forma considerable las pérdidas por desastres de cultivos y ganadería, con extremos en 2012 y 2014 debido a las sequías severas asociadas al fenómeno de La Niña en este lapso, que devastó cultivos en Argentina y Brasil en 2012 y tuvo un impacto fuerte en El Salvador, Guatemala y Honduras.

Entre finales de 2017 y principios de 2018, Argentina padeció una de las peores sequías de las últimas décadas –“la peor en 70 años”, aseguró la Sociedad Rural de Rosario, citada por el portal Perfil-, que ha provocado que el país deba importar cerca de 240.000 toneladas de soja desde Estados Unidos, algo paradójico siendo uno de los cuatro mayores productores de este grano (cerca de 40 millones de toneladas al año; comparte ese grupo con Brasil, China y Estados Unidos).

En esta imagen, tomada el 23 de marzo de 2018, Jorge Josifovich, un ingeniero agrónomo que asesora y arrienda tierras a los propietarios de la zona, observa vainas de soja afectadas por la sequía cerca de Pergamino, en Argentina. “No solamente está la pérdida de rendimiento de grano físico, también la (mala) calidad, que se castiga en el precio final del producto”, dijo Josifovich. (AP Foto/Sebastián Pani)

Entre 2010 y 2015 Chile vivió su peor sequía en cinco siglos, y en Colombia el principal afluente del país, el río Magdalena, que recorre once departamentos -donde vive el 80% de la población y se genera el 85% del PIB nacional- en sus 1.500 kilómetros de longitud, registro mínimos históricos en 2016: en zonas donde la profundidad era de dos metros en promedio, llegó a tener 33 centímetros.

Agrega la FAO que hay otros eventos relacionados con situaciones hidrometereológicas, como son las pérdidas por eventos de origen geológico (deslizamientos, sismos, entre otros), fito (por ejemplo plagas) y zoosanitario (provenientes de los animales). Y añade: “también se deben contabilizar las pérdidas económicas adicionales asociadas a la pérdida de superficie de suelos arables o daños en la funcionalidad de los ecosistemas asociados a los desastres. Esto conlleva necesariamente pérdidas económicas en años siguientes”.

La FAO estima que los cultivos, con un 69%, es el principal rubro afectado por los desastres naturales; le siguen la silvicultura (17%), ganadería (9%) y pesca y acuicultura (5%)

Guatemala, Honduras, Haití y Nicaragua, complementa Anna Ricoy, son cuatro de los diez países en el mundo que lideran el índice de riesgo climático global que publica la ONG Germanwatch.

Por su parte, el índice de Gestión de Riesgos 2017 InfoRM, un proyecto colaborativo de la Comisión Europea y The Inter-Agency Standing Committee, identifica a siete países de la región entre los 20 más expuestos a amenazas naturales: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, Guatemala y México.

¿Hay prevención?

Lo anterior da una dimensión de problema que los desastres naturales, y en especial las sequías, representan para Latinoamérica y el Caribe.

Ricardo Lozano, experto en cambio climático y exdirector del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales en Colombia, le comentó a Yahoo Finanzas que los países de la región siguen haciendo mal las cosas, en relación con la oferta del recurso hídrico para su desarrollo.

Explica Lozano: “nos brincamos lo que teníamos que hacer en cuanto a conectar el conocimiento de la oferta de nuestros recursos naturales, en este caso el agua, con la productividad agropecuaria, seguridad alinmentaria, salud, energía, transporte o con cualquier actividad que demanda el ser humano. Eso es gravisimo, y así seguimos”.

Vista del lecho semiseco del río Jacarei, en Piracaia, durante una sequía en el estado de Sao Paulo, el miércoles 19 de noviembre en Brasil (AFP | Nelson Almeida)
Vista del lecho semiseco del río Jacarei, en Piracaia, durante una sequía en el estado de Sao Paulo, el miércoles 19 de noviembre en Brasil (AFP | Nelson Almeida)

El experto se refiere a que las actividades productivas que mantienen las economías locales no están conectadas con la información que de cuenta de la oferta de recursos naturales que proveen el desarrollo de las comunidades asentadas en cada lugar.

Hoy se siguen haciendo proyectos de adaptación al cambio climático en LAC sin una línea base seria y real de lo que sucede con nuestras veredas, con los campesinos, con las quebradas y microcuencas, porque esa es la mirada que se debe dar, partiendo desde lo local, yendo uno a uno, vereda a vereda y luego irse ampliando hasta las ciudades, la región, la nación, luego a todo LAC y por último lo global”.

En ese sentido, Anna Ricoy, de la FAO, cuenta que la entidad está apoyando a los países de la región “para aumentar la resiliencia de los medios de vida agrícola” mediante la implementación de acciones a nivel local nacional y regional, y las enumera: “(i) Gobernanza de los riesgos y las crisis, (ii) monitoreo de riesgos y alerta temprana, (iii) prevención y reducción de la vulnerabilidad, (iv) preparación y respuesta ante emergencias”.

Para la funcionaria, este tema debe ser una prioridad para los gobiernos latinoamericanos y del Caribe, toda vez que la agricultura familiar, afirma, agrupa cerca del 81% de las explotaciones agrícolas de América Latina y El Caribe. Y en cada país, internamente, provee entre el 27% y el 67% del total de la producción alimentaria.

El riesgo incrementa la vulnerabilidad económica

En el informe “¿Desarrollo económico inestable? Choques agregados en América Latina y el Caribe”, presentado por el Grupo Banco Mundial en 2017, los autores Javier E. Báez, Alan Fuchs y Carlos Rodríguez-Castellán advierten que en la región cuatro de cada diez hogares salieron el año pasado de la pobreza, pero no pasaron a la clase media sino que quedaron en situación vulnerable, aunque las posibilidades de que vuelvan a caer en la medición es muy alta debido a los desastres naturales que sacuden estos territorios.

Se lee en el documento: “La incidencia de estos fenómenos se triplicó a nivel regional y global entre 1970 y el 2014. La presencia de lluvias y sequías extremas se ha convertido, prácticamente, en una amenaza constante en la región. De cada diez eventos naturales registrados en la región, siete se deben a tormentas e inundaciones (Holt 2014)”.

Y sigue: “en el Caribe, al menos un país —y a menudo más de uno— se ve impactado por un huracán o ciclón fuerte cada año. El corredor seco, una región de bosque seco tropical en Centroamérica que se extiende desde algunas zonas de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, se ve afectado regularmente por sequías recurrentes que ponen en peligro los cultivos, la ganadería y la seguridad alimentaria”.

El problema, dicen los autores, golpea a todos por igual. Sao Paulo, el estado más poblado de Brasil, sufre escasez de agua debido a las sequías que han afectado el suroriente del país.

En esta imagen, tomada el 28 de enero de 2017, una muñeca convertida en espantapájaros en un campo de patatas arrasado por un incendio en Florida, Chile. Las llamas han quemado el centro y sur del país, avivados por fuertes vientos, altas temperaturas y una prologada sequía. (AP Foto/Esteban Félix)
En esta imagen, tomada el 28 de enero de 2017, una muñeca convertida en espantapájaros en un campo de patatas arrasado por un incendio en Florida, Chile. Las llamas han quemado el centro y sur del país, avivados por fuertes vientos, altas temperaturas y una prologada sequía. (AP Foto/Esteban Félix)

“La primera manifestación de un choque negativo severo a nivel macroeconómico es la caída de la producción. Las crisis financieras, terremotos, inundaciones, sequías y conflictos civiles alteran el funcionamiento habitual de los sistemas económicos y de las instituciones. Las crisis macroeconómicas a menudo se caracterizan, e incluso se definen, por las pérdidas que se generan en los principales agregados económicos, como el crecimiento del PIB, la inversión y el empleo”.

Otro problema derivado de las sequías, plantea el informe del Grupo Banco Mundial, es el de las migraciones que se derivan de las condiciones climáticas extremas. “Las personas se ven con frecuencia obligadas a migrar como una estrategia de sobrevivencia (…). Los hogares se quedan sin acceso a cuidados básicos de salud, educación y servicios sociales. Los ingresos disminuyen mientras que activos como la vivienda y la tierra se destruyen o son confiscados de manera ilegal, y el capital social queda fracturado”.

Dado que las previsiones señalan que en los próximos años el clima sufrirá variaciones extremas producto del cambio climático, la oficial de Gestión de Riesgos de Desastres de la Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe, Anna Ricoy – con base en información suministrada por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)-, advierte que habrá un aumento de la frecuencia e intensidad de los eventos inusuales o extremos (huracanes, inundaciones, lluvias torrenciales o sequías) que afectarán directamente el desempeño de los sistemas agrícolas.

“Se espera que afecten los parámetros hidrológicos y de temperatura, provocando la disminución del potencial productivo de este sector en grandes zonas de la región. En base a estudios de CEPAL se prevé que en el noreste de Brasil, la Región Andina y Centroamérica el cambio climático afectaría el rendimiento de los cultivos, las economías locales y comprometía la seguridad alimentaria de estas zonas que ya presentan importantes índices de vulnerabilidad”, cierra Ricoy.

Y los gobiernos, según Ricardo Lozano, “siguen sin entender que el clima influye directamente en las productividades de nuestros alimentos y la escasez de alimentos por déficit de lluvias, lo que hace que se disparen los precios y suba la inflación, impactando las metas de cada país, y siguen el círculo vicioso de tomar medidas de contingencia que no son preventivas, se incrementarán las tasas de interés, la gente se endeudará más, y en definitiva no se le apuntará a atender las necesidades puntuales de las poblaciones”.

“Cuando eso se entienda desde los gobiernos, los bancos centrales y las entidades autoridades sectoriales encargadas de ligar el clima con productividad y desarrollo, mejoraríamos los indicadores”, concluye.

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