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El laberinto de Trump y la lujuria del poder | Opinión

“Torres más altas han caído”, dice el refrán en desafío al poder de quienes se creen intocables. Tales desplomes han sucedido numerosas veces a lo largo de la historia. Y está volviendo a suceder aquí y ahora, con la particularidad de que son los mismos que ayudaron a levantar “la torre” quienes quieren desmoronarla para construir una nueva.

Cada día crece más la distancia entre los republicanos “tradicionales” y Donald Trump. Ya no le soportan, ni le temen. Lo consideran una apuesta segura para seguir perdiendo, un lastre para rehabilitar la dañada marca GOP, que de alguna forma tienen que eliminar. En ese tira y afloja están, en una guerra sorda y fratricida con la cada vez más diminuta pero bombástica ala trumpista radical.

El objetivo del establishment republicano es evidente: lavarse la cara haciendo de Trump el chivo expiatorio. A lo cual él irónicamente les ayuda con sus reacciones de narcisismo psicopático. La gran pregunta a largo plazo es si el trumpismo MAGA desaparecería con Trump o simplemente cambiaría de ropajes sin alterar su esencia autoritaria, antidemocrática, y alabadora de la ignorancia y brutalidad políticas.

Mientras ese futuro se esclarece, en el presente la estrategia es trasparente: ir desdeñando a Trump con cada resbalón que él dé, hasta que consigan el divorcio.

El ninguneo al anfitrión de Mar-a-Lago solo ha hecho aumentar desde su deslucido anuncio de postulación a la presidencia, al que ni siquiera asistió su hija Ivanka, ni ningún senador, ni nadie de la cúpula del partido, ni nadie de importancia, solo un grupito de su decreciente pero fiel comparsa MAGA.

Apareció esa noche con el aspecto atribulado y el tono aburrido de quien no actúa por convicción o entusiasmo sino porque no le queda otra opción. Aspirar de nuevo a la Casa Blanca lo ve como su única salida del laberinto de investigaciones penales y civiles en el que se ha metido, esperando no solo que le inmunicen contra una (muy probable) imputación de cargos, sino que le sirva para recaudar fondos y poder costear la montaña de facturas legales, que ya no le paga ni el Comité Nacional Republicano ni su propio Super-PAC (Political Action Committee).

La elección presidencial vuelve a ser una herramienta de relaciones públicas y financiación, como lo fue desde su primera candidatura en 2016. Pero quizá le convendría recordar otro sabio refrán: “Nunca segundas partes fueron buenas”.

El Trump de 2022 está muy debilitado, primero porque todo el mundo (literalmente) le ha visto actuar y convertirse en ejemplo universal de la infamia, (salvo para ese 20% de republicanos que padecen un caso agudo de ceguera voluntaria y “atracción fatal” por quien les usa y desprecia sin pudor). Y segundo porque ya su histriónico discurso vendiendo miedo y rabia suena como un disco rayado, incluso para muchos trumpistas, convertidos ahora en “desantistas”.

Si Trump pensaba que este era el mejor momento para que su candidatura sirviera de disuasorio a otros potenciales rivales y a la masa crítica dentro del partido, el instinto le ha fallado. El establishment conservador de Estados Unidos le está dando la espalda: donantes, operativos políticos, miembros de su administración, y cargos electos así como el imperio mediático de Rupert Murdoch: Fox News, The Wall Street Journal y The New York Post, que le están lanzando ataques feroces.

Unos lo dan por acabado, otros lo quieren acabar, aunque él sigue pataleando como si la magia todavía le acompañara y la justicia no le persiguiera.

Y es hasta cierto punto entendible que aún crea que puede seguir sometiendo con impunidad, porque han sido muchos años de explotar la cobardía política de un partido que le ha perdonado lo imperdonable: abusos de poder, ataques a la democracia, destrucción del civismo, chabacanería, corrupción, indecencia, etc.

Pero esta vez es distinto. La licencia para la crueldad que le dieron en 2016 estaba exclusivamente condicionada a que los votos de sus airadas huestes trumpistas abastecieran de éxitos al Partido Republicano. El fin justificaba los medios. Y él les repetía: “Se van a cansar de tanto ganar”.

El cansancio sin embargo ha sido de tanto perder: el Congreso en 2018; la presidencia y el Senado en 2020; y en 2022 el Senado y otros muchos puestos estatales de relevancia, gobernadores, secretarios de estado, etc. La lista de derrotas es larga y culpan por ello al extremismo virulento de los candidatos elegidos por Trump, cuyo único requisito era que negaran estridentemente la validez legal de la elección de Joe Biden.

Y cansados no solo de perder elecciones sino la reputación. La más difícil de recuperar, a menos que sigan el consejo del gran filósofo griego Sócrates: “La manera de ganar la reputación es dedicarse a SER lo que deseas aparentar’‘. ¡Eso sí que sería un milagro político!

A falta de que tan sobrenatural prodigio acontezca, en la realidad terrenal la única moraleja deducible es que los republicanos no se quieren deshacer del ex presidente por moralidad o principios ante el inmenso daño que Trump ha hecho a la nación. Les mueve exclusivamente la lujuria de poder.

A quienes las batallas por el poder están dejando desorientados es a los MAGA de a pie. No saben qué pensar, esperando que alguien se lo diga. Con el desconcierto de los adictos a cualquier atadura; apenas despertando de una “atracción fatal”. Lo cual no quiere decir que cuando se les pase, queden enterradas las nocivas semillas del trumpismo. Ni mucho menos. Como dijo recientemente el estratega republicano Stuart Stevens: “Trump no ha secuestrado al Partido Republicano, lo ha revelado”.

Rosa Townsend es periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.