Anuncios

La sombra de la palma aceitera amenaza América Latina

En el verano de 2015 varios países del sudeste asiático sufrieron los efectos de la bruma provocada por los incendios forestales en Indonesia. La gigantesca niebla ascendía de regiones quemadas para abrir paso a cultivos como la palma africana. Y aunque el humo de aquellos fuegos jamás llegó a las costas latinoamericanas, la avidez que despierta el aceite de palma ya ha engendrado alarma en el continente.

image

El cultivo de palma aceitera ha acelerado la deforestación en Indonesia y Malasia (AFP)

Hace dos décadas el mundo apenas consumía 15 millones de toneladas de ese aceite. Esa cifra se ha cuadruplicado gracias a la creciente demanda, en especial de la industria cosmética y alimenticia. Se estima que la mitad de los productos vendidos en los supermercados contienen ese ingrediente.

Las plantaciones se expandieron rápidamente en Malasia e Indonesia. En esta última el área cultivada aumentó ocho veces desde 1985. Pero varios países de Centro y Sudamérica también han visto una oportunidad. En México, Guatemala, Honduras, Ecuador, Colombia, Perú y Brasil la palma aceitera ha desplazado cultivos tradicionales, pastos y miles de hectáreas de selva.

La fiebre del aceite de palma, como suele ocurrir cuando una materia prima enciende la ilusión de obtener riqueza fácil, ha dejado una amarga huella ecológica y social. Poblaciones campesinas y comunidades indígenas han sido víctimas del engaño, la extorsión y la violencia armada para despojarlos de sus tierras. En algunos países, quienes trabajan en las plantaciones soportan pésimas condiciones laborales. Organizaciones de derechos humanos han denunciado casos de explotación infantil y trabajo forzoso.

image

La escasez de tierras en el sudeste asiático ha aumentado el interés de los cultivadores en América Latina y África (AFP)

Los claroscuros de la palma

Una reciente investigación publicada por la revista científica PLoS ONE señala a Perú, Ecuador y Brasil como los países latinoamericanos más vulnerables a un incremento acelerado del cultivo de palma africana. El estudio The Impacts of Oil Palm on Recent Deforestation and Biodiversity Loss alerta sobre el impacto de esta expansión en la cobertura boscosa y sus consecuencias sobre la biodiversidad.

El texto explica cómo en Centroamérica la palma aceitera ha conquistado espacio desde 1989 a costa de tierras antes ocupadas por otras plantaciones y pastizales para la ganadería. Es precisamente en esta región donde han ocurrido varios de los incidentes que demuestran el alto costo social del nuevo cultivo.

En Guatemala la producción de aceite de palma ha sido monopolizada por un pequeño grupo de familias que extraen el 98 por ciento de las ganancias. Esa concentración de poder ha dejado indefensas a muchas familias campesinas, cuyas tierras han desaparecido bajo la marejada voraz de los empresarios del sector. Los campesinos terminan como empleados de las nuevas fincas, mal pagados y más vulnerables a los vaivenes de una industria manejada por intereses ajenos.

Grupos de derechos humanos han fustigado al gobierno guatemalteco por su inacción y en ocasiones complicidad con violaciones de derechos humanos en las zonas donde crece la palma. La organización de defensa de derechos laborales Verité encontró evidencias de trabajo forzoso, explotación de menores, violencia contra las mujeres, condiciones laborales inaceptables y perjuicios ambientales.

image

El cultivo de palma aceitera en Honduras ha reavivado tensiones por la propiedad de las tierras (AFP)

En la vecina Honduras las plantaciones de palma aceitera en el valle de Bajo Aguán, al noreste de Tegucigalpa, han sido el escenario de enfrentamientos entre campesinos y empresas latifundistas. Los conflictos por la propiedad de la tierra han causado la muerte a más de 130 personas.

Organizaciones campesinas han denunciado la presión que ejercen compañías productoras de aceite de palma para que los pequeños propietarios vendan sus lotes de tierras comunales. Reportes de la prensa local afirman que quienes se niegan de inicio pueden recibir la visita de asesinos a sueldo o finalmente ceden ante sobornos.

Esa situación se repite al sur del continente. En Perú el Grupo Melka ha sido acusado de adquirir alrededor de 15.000 hectáreas de bosques de manera ilegal. Ese conglomerado de empresas, dirigido por el estadounidense Dennis Melka, ha corrompido a autoridades locales para obtener propiedades en las regiones de Uyacali y Loreto. Mediante el engaño o la amenaza, la compañía ha despojado de sus lotes a campesinos de la zona.

Mientras, en Colombia planean aún dudas sobre la compra de tierras para el cultivo de palma aceitera en Mapiripán, una zona traumatizada por la guerra civil en ese país suramericano. Organizaciones no gubernamentales han señalado al grupo italo-español Poligrow por las presiones que habría ejercido para desalojar a familias campesinas, con el apoyo de grupos paramilitares. La producción colombiana de aceite de palma ocupa el cuarto lugar a nivel mundial.

La fiebre de la palma aceitera repite el ciclo de la explotación de materias primas en América Latina. Empujados por el mercado internacional, los países de la región caen una y otra vez en el torbellino del monocultivo, la extracción de minerales, la explotación petrolera… la seducción de las materias primas.

Las riquezas fluyen durante años, no para beneficio de las comunidades locales, sino de empresas extranjeras y de las elites nacionales. Hasta que el espejismo se esfuma. Atrás queda entonces el rastro de poblaciones y entornos empobrecidos. Luego el ciclo recomienza en otro lugar, como una maldición.