La primavera árabe dejó paso al otoño


El terremoto político vivido en el Medio Oriente desde 2011 no redujo sus conmociones este año. Las revoluciones en Túnez, Libia y Egipto dieron paso a gobiernos que intentaron apaciguar la resaca de los levantamientos populares y constituir estados democráticos en equilibrio con la tradición islámica. Pero reconstruir sociedades regidas durante décadas por regímenes autoritarios ha probado ser tarea difícil.
El 2012 cerrará con una cruenta guerra civil en Siria, donde Bashar al Asad se negó a dejar el poder y los rebeldes no obtuvieron el apoyo internacional necesario para inclinar la balanza militar a su favor. La insurrección siria ha comenzado a contagiar a los países vecinos. En el Líbano la muerte del jefe de los servicios secretos en octubre derivó en protestas en Beirut. Los manifestantes exigían la demisión del primer ministro Nayib Mikati, relacionado con el grupo Hezbolá, uno de los soportes de Damasco en el área.

En ese convulso contexto, la evolución del diferendo en torno al programa nuclear iraní podría definir de manera dramática el futuro de una región que no conoce la paz desde hace muchos años.

La línea roja pasa por Teherán

En septiembre el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu mostró en la Asamblea General de Naciones Unidas su ahora famoso dibujo de una bomba, sobre la cual trazó una línea roja. La marca señalaba el momento cuando los iraníes ya estarían en condiciones de construir su primera arma nuclear. “Creo que, enfrentado a una clara línea roja, Irán retrocederá”, afirmó el gobernante judío.

Para Tel Aviv la nación persa se acerca rápidamente a un elevado por ciento de enriquecimiento de uranio que les permitiría desarrollar un arsenal nuclear. Sin embargo, sus aliados en Occidente no parecen tan persuadidos de la urgencia.

Durante la campaña presidencial, Barack Obama reiteró sus intenciones de incrementar las sanciones económicas a Teherán para socavar el avance de su programa nuclear, pero se opuso a una intervención militar como primera opción. Cuando el candidato republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan, alertó sobre la amenaza atómica iraní y la política negligente de los demócratas hacia Israel, el vicepresidente Joe Biden le respondió con desdén: “This is a bunch of stuff!” –lo cual podría traducirse como “¡Eso es una estupidez!”.

El reinicio de las conversaciones entre Teherán y la Agencia Internacional de Energía Atómica podría ser el prólogo para un acuerdo de mayor alcance con respecto al programa nuclear iraní. Un diálogo directo entre Estados Unidos y el país persa, si bien improbable por ahora, reduciría las tensiones en el área y aumentaría las posibilidades de una salida diplomática. El factor clave en esta frágil ecuación hacia la paz sigue siendo la ansiedad del gobierno de Israel, cuyos cálculos colocarían entre la primavera y el verano de 2013 el punto de no retorno antes del emprender una acción militar contra Irán.

Infierno en Siria

El presidente Bashar al Asad ha repetido que no abandonará el poder. Su gobierno ignora públicamente el estallido de la guerra civil en el país, aunque las protestas y los combates no han cesado desde marzo de 2011. El mandatario acusa a sus opositores de practicar el terrorismo contra el Estado y ha advertido a Occidente sobre las consecuencias internacionales de una intervención extranjera en el conflicto.

“Creo que el costo de una invasión extranjera en Siria, si eso ocurre, sería mayor de lo que todo el mundo puede soportar”, declaró al Asad en noviembre a la cadena Rusia Today. “Esto tendrá un efecto dominó que impactará al mundo desde el Atlántico al Pacífico”, aseguró.

En noviembre los grupos de la oposición alcanzaron un acuerdo de unidad en Doha, Qatar, para integrar la Coalición Nacional para las Fuerzas de Oposición y la Revolución Siria. Este consenso podría animar a Estados Unidos y sus aliados a mostrar un apoyo más decidido a la insurrección. Los intentos de la comunidad internacional de mediar entre las partes en pugna han fracasado hasta el momento. Ni el ex secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, ni el nuevo enviado, el argelino Lakhdar Brahimi, han convencido al régimen sirio de establecer negociaciones de paz.

Los efectos de la guerra salpican ya a las naciones vecinas. La ONU reporta que el número de refugiados sirios instalados en el Líbano, Jordania, Irak y Turquía se acerca al medio millón. Entre 2.000 y 3.000 personas huyen diariamente de los enfrentamientos entre rebeldes y tropas leales al régimen de al Asad. El Comité de la Cruz Roja Internacional ha alertado sobre el empeoramiento rápido de la situación.

Las tensiones en la frontera con Turquía e Israel también se han incrementado en las últimas semanas. Aunque estos países no han declarado aún una guerra  contra Siria, sus ejércitos han respondido a disparos desde zonas limítrofes.

Los rebeldes afirman que más de un año y medio de sublevación han provocado la muerte de entre 27.000 y 36.000 personas, una cifra que varía según la fuente. Nada hace pensar que esa masacre se detendrá en el futuro próximo.

El eterno conflicto

Una nueva escalada de la disputa entre israelíes y palestinos aconteció en noviembre la Franja de Gaza, cuando el ejército de Tel Aviv ripostó con golpes aéreos a un atentado con cohetes que hirió a cuatro de sus soldados. El primer ministro Benjamín Netanyahu señaló que su país no se quedaría de brazos cruzados ante los ataques de grupos palestinos. “Estamos preparados para intensificar nuestra respuesta”, advirtió.

El viejo diferendo entre Palestina e Israel tampoco parece dirigirse hacia una solución de paz. Tras la ruptura del último intento de diálogo en 2010, la violencia se ha mantenido en la región, alternando con esporádicos períodos de virtual calma. Estados Unidos, el principal mediador entre ambos contendientes, tampoco manifiesta demasiado apuro en encontrar una salida a corto plazo pues sus prioridades en política internacional se sitúan más al noreste, en Irán.

El presidente palestino, Mahmoud Abbas, ha presionado a Naciones Unidas para que le otorgue un estatus de estado no miembro (similar al del Vaticano), lo cual despejaría el camino hacia el reconocimiento internacional de la independencia de Palestina. Pero ese propósito choca con los intereses de la Casa Blanca, que se opuso el año pasado en el Consejo de Seguridad a la entrada de la nación árabe como miembro pleno del organismo multilateral. La administración Obama considera que palestinos e israelíes deben resolver sus diferencias mediante un diálogo bilateral.

Sin embargo la posibilidad de un retorno a las conversaciones se aleja. El primer ministro Netanyahu se presentará a las elecciones del 22 de enero frente a un electorado mayoritariamente opuesto a una solución que propicie el surgimiento de un estado Palestino independiente. Medio millón de israelíes habitan ya en asentamientos en la Banda Occidental, dentro de los territorios ocupados. La convivencia pacífica de un estado judío y otro palestino ha dejado de ser una opción viable para muchos expertos en la región, aunque ambas partes la mencionen aún como la mejor manera de resolver el diferendo.

El epílogo de la revolución egipcia

En junio los egipcios eligieron a su primer presidente después de tres décadas de dictadura de Hosni Moubarak. El ingeniero Mohamed Morsi, respaldado por la Hermandad Musulmana, derrotó en la segunda vuelta de los comicios a Ahmed Shafik, el último primer ministro del régimen anterior.

En los primeros meses del gobierno de Morsi no ha reinado la calma total. El mandatario ha tenido que enfrentar levantamientos de militantes extremistas islámicos en la península de Sinaí, así como manifestaciones de opositores a su administración en El Cairo. El gobernante también ha desafiado a los militares, cuya cúpula retuvo el poder tras la caída de Moubarak.

Morsi deberá manejar en el futuro próximo los crecientes reclamos de los sectores islamistas radicales para que implemente la Sharia (código legal musulmán), contrarios a sus aspiraciones de presentarse como el presidente de un nuevo estado egipcio democrático. La nueva constitución del país más poblado del mundo árabe debe de ser aprobada por referendo popular, pero su redacción definitiva ha puesto en evidencia las profundas contradicciones entre los partidarios del Islam por un lado y los cristianos y liberales por el otro.