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La peligrosa impunidad que brinda el prestigio

Ilustración: Robert Dugarte
Ilustración: Robert Dugarte

Por María Gabriela Cuevas vía La vida de nos

Nora Carpio era una joven estudiante de secundaria cuando fue remitida a un psicólogo forense para sustentar un expediente contra un profesor por acoso sexual. En la consulta hablaron de muchas cosas. Él le dejó su tarjeta para cuando necesitara conversar de sus problemas y, en efecto, ella un día lo llamó. No lo sabía, pero allí comenzaría una historia que revelaría una oscura trama donde ella era apenas una de las víctimas.

Hay quien tiene la dicha de vivir en lo plano, mientras a otros les tocan las laderas de acentuadas pendientes, donde la vida se reduce a buscar a qué aferrarse para no caer. Nora Carpio es de los segundos.

En 2011 tenía 14 años y estudiaba en un instituto del municipio Sucre, en Caracas, Venezuela. A esa edad, algunas chicas ya empiezan a lucir como mujercitas, y a César Quiroz, el profesor de inglés, le gustaba hacerles saber que él lo notaba. A Nora, por ejemplo, le decía cosas como “las notas te las doy en el hotel”. En varias ocasiones se atrevió a invitarla al cine, y a sus compañeros de clase les llegó a pedir fotos de ella en traje de baño. Y lo hacía frente a todos los alumnos. Se podría pensar que asumía que no estaba actuando mal. O se sentía seguro de que ninguna autoridad se ocuparía del asunto.

Un error de cálculo.

Puede que no a todas les incomodaran las maneras y comentarios del profesor. Incluso habría la que se sintiera halagada al saberse en una posición de privilegio frente al resto. Pero una de las que no disfrutaba de aquello lo denunció y esto condujo a que le abrieran un procedimiento formal para investigarlo.

Por ese motivo, se les indicó a cuatro estudiantes asistir ante una oficina pública para, entre otras cosas, verificar el daño que se les podía haber causado. Nora fue una de las citadas. Como a las otras jovencitas, le hicieron una evaluación psiquiátrica y psicológica que estuvo a cargo del prestigioso profesional Luis Tapia, directivo de la institución forense encargada del caso y reconocido profesor universitario.

Todo parecía indicar que la investigación había sido confiada a las mejores manos.

Ilustración: Robert Dugarte
Ilustración: Robert Dugarte

Tapia la escuchó con interés y ella se sintió comprendida y segura. El ambiente ayudaba a reforzar esa sensación. En la consulta se respiraba orden y autoridad, elementos ausentes en su vida. Ella no tenía una idea previa sobre lo que conversarían, por lo que estuvo abierta a lo que él le fue planteando, y así hablaron de muchas cosas. Respondiendo a las preguntas, se desahogó contándole su situación familiar, en la que se sentía agobiada por tener que asumir demasiadas responsabilidades; era una de seis hermanos, con un padre ausente y una madre que solía abusar del alcohol y ponerse violenta. Por esto, dos de sus hermanos menores estaban en una entidad de atención para niños.

Era tan grata la sensación de haber podido conversarlo con alguien que parecía entenderla, que lo hicieron sobre otros temas. Hablaron, por ejemplo, sobre la academia de modelaje a la que ella asistía. El ambiente llegó a ser tan agradablemente relajado que la conversación se escurrió hacia temas íntimos, pues él quiso saber si ella había tenido relaciones sexuales.

Terminada la sesión, Tapia le dio su número telefónico personal. Y ella se aferró a esa tarjeta como quien lo hace a una saliente del camino cuando la cuesta se pone muy empinada.

La llamada que no debió hacer

Nora lo llamó un mes después, buscando ayuda. Pudo haber dudado antes de hacerlo. Él era un hombre de 41 años y ella una adolescente de 14. Ese solo hecho pudo haberle generado temor. Pero necesitaba ser escuchada. Pasaba por uno de esos días duros en casa. La noche anterior casi no había dormido. La imagen de su madre, borracha y violenta, batiendo frente a su rostro un enorme cuchillo, se repetía en su cabeza una y otra vez. El aliento a alcohol que su madre le había dejado impregnado mientras gritaba la acompañó durante el intermitente sueño.

Él le propuso que se tomaran un café. La citó a una panadería y allí se vieron. Después de eso siguieron encontrándose. Ella sintió que se estaba enamorando, y que era recíproco.

Cuando tuvieron la primera relación Nora tenía 15 años. La llevaba al Hotel Country en Plaza Venezuela, una zona bastante céntrica de la ciudad. Entraban discretamente en el carro de él. Iban una vez al mes y habrán ido, en total, unas veinte veces.

A ella le gustaba que él era fuerte, aunque a veces le daba temor cuando se molestaba. Tenerlo en su vida le daba esa sensación de protección que tanto ansiaba, por lo que evitaba contradecirlo. Incluso en esas ocasiones en que cedía ante peticiones en las que no se sentía totalmente a gusto, como cuando él le tomaba fotos íntimas, pero optaba por restarle importancia.

Ilustración: Robert Dugarte
Ilustración: Robert Dugarte

Pasado un tiempo él se desapareció. Dejó de contestar sus mensajes y llamadas. Tuvo una depresión muy fuerte, porque no sabía nada de él. Con la complicidad de una amiga, se puso a buscarlo en Facebook donde, por supuesto, lo encontró. En fotos con esposa e hija, lo cual no debió extrañarle. Una bonita familia, sin duda. Eso hizo que Nora se sintiera aún peor. Hasta ese momento había sentido que la mano de Luis le servía como un punto de apoyo. Ahora sentía su empujón, cayendo al vacío, con una tristeza enorme y con un ahogo asfixiante por no poder contar lo que había vivido.

Sentía mucha vergüenza. Pensaba que nadie le iba a creer.

El hallazgo de Sandra

Luis Tapia estaba casado con Nubia Mora. La conoció cuando Sandra, la hijita de ella, tenía tres años. Cuatro años después se casaron. Nubia se sentía feliz por haber logrado rehacer su vida con un hombre maravilloso, que las amaba a ella y a su hija.

Ilustración: Robert Dugarte
Ilustración: Robert Dugarte

Tras catorce años de matrimonio, la pareja tuvo una crisis que los llevó a separarse definitivamente. ¿La razón? Nubia se enteró de que Luis mantenía una relación con una jovencita de 21 años, la edad que tenía su hija Sandra. Su mundo se derrumbó, como si una catástrofe natural hubiera arrasado con todo. Aunque él intentó, de distintas maneras, recuperar su espacio junto a ella, Nubia logró mantenerse firme.

En medio de esa fuerte crisis, un día, mientras trabajaba con el computador familiar, Sandra encontró en los archivos de Luis fotografías que su padrastro le había tomado a ella desde que tenía aproximadamente 12 años. No estaban junto a otras fotos familiares, sino cuidadosamente guardadas aparte. Las primeras podían parecer cándidas, pero conforme Sandra iba creciendo y su cuerpo se fue desarrollando, las imágenes fueron enfocándose en sus partes íntimas, algunas tomadas incluso mientras ella dormía.

En ese momento quedaron develadas una serie de rarezas con las que ellas habían convivido durante años. Comprendieron el origen de los temores nocturnos de Sandra, que le llevaban a afirmar que sentía que alguien la miraba. Optaron por dormir juntas, hasta que Sandra recobraba la seguridad y se convencía de que no había nada que temer. Entendieron por qué Sandra no se sentía cómoda con los intentos cotidianos de acercamiento de Luis. Les quedó claro que las dificultades de entendimiento entre hijastra y padrastro se debían a que en ella operó el instinto de poner límites, a diferencia de lo que pensaba su madre, quien creía que se debían a su malacrianza, en tanto su padrastro insistía en que la chica estaba mentalmente desequilibrada.

Si ese hallazgo las horrorizó, lo que Sandra encontró después fue peor. Se trataba de fotos pornográficas de unas 45 mujeres, unas adultas y otras muy jóvenes; y una hoja de cálculo en Excel con los nombres de 97 mujeres y adolescentes con las que habría tenido intimidad sexual, clasificadas según la institución en la que Tapia había accedido a ellas.

Nora vuelve a ser llamada a declarar

El eminente catedrático, encargado de llevar adelante infinidad de evaluaciones forenses en investigaciones por abuso sexual, fue denunciado por Sandra Díaz, su hijastra. Identificada como una de las víctimas, Nora fue llamada a declarar, ahora en el marco de una investigación policial contra el profesional otrora convocado a determinar el posible daño causado por aquel profesor que ofrecía entregarle las notas “en el hotel”.

Para el momento de esa denuncia, tanto Sandra como Nora tenían 21 años.

Sandra tenía fundados motivos para pensar que nadie le iba a creer, que las instituciones encargadas de investigar podían preferir mantener la reputación de uno de sus miembros más connotados. Sin embargo, sabía que su carácter fuerte y sagaz, manifestado con firmeza desde muy pequeña, la había protegido de Luis Tapia. Pero esas no eran cualidades comunes en todas las niñas.

Entre las fotos que encontró en los archivos de Luis, lo que más la estremeció fue ver que ya había escogido a otra niña como objeto de su predilección. Por eso, para proteger a esa potencial víctima, fue que lo denunció.

Por su parte, Nora hubiese podido continuar ahogada en su silencio, pero decidió participar en ese proceso para que a otras no les pasara lo mismo que a ella. Ya cansada de vivir aferrándose a las laderas, quiso que su relato fuera oído por quienes tienen el poder de hacer justicia y de brindarle, siquiera en ese aspecto, la sensación de vivir en lo plano del terreno.

Esta historia fue cedida por el portal venezolano La vida de nos