La plaga de las teorías conspirativas crece sin control, y dos niños lo han pagado con sus vidas

El asesinato de dos niños estadounidenses a manos de su propio padre, que en días recientes se los llevó de California a México para luego quitarles la vida a sangre fría, es un ejemplo extremo y perturbador de los estragos que ha provocado la creencia en teorías conspirativas y otras falsedades.

El sujeto, de nombre Matthew Taylor Coleman, al parecer creía en QAnon y otras teorías conspirativas y asesinó a sus propios hijos por pensar que ellos tenían "ADN de serpiente" proveniente de su madre.

Seguidores de Donald Trump, creyentes de teorías conspirativas diversas, atacan el Capitolio en Washington DC el pasado 6 de enero de 2021 para tratar de evitar la certificación del triunfo electoral de Joe Biden. (Brent Stirton/Getty Images)
Seguidores de Donald Trump, creyentes de teorías conspirativas diversas, atacan el Capitolio en Washington DC el pasado 6 de enero de 2021 para tratar de evitar la certificación del triunfo electoral de Joe Biden. (Brent Stirton/Getty Images)

La historia es horrible y estremecedora, y muestra cómo en algunos casos el descarrilamiento provocado por la creencia en absurdos y falsedades puede conducir a crímenes y tragedias.

Otro ejemplo del daño individual y social que producen esas ideas y distorsiones se vive diariamente en el contexto de la pandemia de covid-19: mentiras y conspiraciones en relación al uso de mascarillas y a la vacuna contra el nuevo coronavirus han provocado que muchas personas opten por no protegerse (a ello hay que añadir un componente político-ideológico notorio) y el triste resultado es que miles y miles de personas se han contagiado y muchas han debido ser hospitalizadas e incluso han fallecido.

Todo ello podría haberse prevenido si las personas hubiesen optado por el sentido común y el conocimiento científico, en lugar de abandonarse a teorías conspirativas y a la manipulación política ideológica (como la que Donald Trump hizo en 2020 de las medidas de mitigación contra el coronavirus) que en el contexto de la pandemia han lamentablemente pululado en tiempos recientes.

No es un fenómeno nuevo

Podría pensarse que quienes creen en teorías conspirativas son personas ignorantes, crédulas, desvinculadas de la realidad y fácilmente engañadas con desinformación y argumentaciones que explotan sus prejuicios, miedos y obsesiones.

Pero el auge de las teorías conspirativas y la gran cantidad de personas que creen en ellas -en su multitud de modalidades- también abreva en una desconfianza hacia las instituciones y el sistema político o económico, en una sensación de estar en el desamparo o bajo el dominio de terceros hostiles y en la convergencia y retroalimentación de todo ello con posiciones políticas, ideológicas o partidistas que buscan atraer agua a su molino.

Manifestantes antivacunas y seguidores de teorías conspirativas participan en una manifestación contra las vacunas y las autoridades en Salem, Oregon. (Photo by John Rudoff/Anadolu Agency via Getty Images)
Manifestantes antivacunas y seguidores de teorías conspirativas participan en una manifestación contra las vacunas y las autoridades en Salem, Oregon. (Photo by John Rudoff/Anadolu Agency via Getty Images)

Y se apuntala en parte en la realidad de que gobiernos y estamentos de poder en efecto han manipulado y mentido en aras de impulsar sus propios intereses.

Ese fenómeno no es nuevo y tiene expresiones diversas.

Por ejemplo, en Estados Unidos grandes cantidades de personas creen que la versión del asesinato de John F. Kennedy a manos de un solitario Lee Harvey Oswald es falsa y que otros son los verdaderos culpables; muchos creen que la llegada del hombre a la Luna nunca sucedió y que las misiones Apollo fueron una suerte de montaje cinematográfico; muchos son los que creen que el gobierno estadounidense oculta la verdad sobre la presencia de extraterrestres en el planeta y guarda evidencia en la llamada Area 51; y hay quienes, incluso, han creído que las aves fueron exterminadas décadas atrás y fueron reemplazadas por drones.

Sí, incluidas esas palomas a las que un viejito da semillas en un parque.

Y también hay las teorías conspirativas que, en menor o mayor medida, reflejan y explotan conductas racistas, autoritarias y anticientíficas y más allá de una duda o una reivindicación promueven el conflicto, buscan chivos expiatorios y son eco de malestares, miedos y animadversiones persistentes.

Distorsión, oportunismo y tragedia

Así, si bien es cierto que las teorías conspirativas crecen como hongos gracias a la ignorancia y la confusión de muchos, también hacen eco de tensiones y desconfianzas estructurales. En todo caso, son expresiones perniciosas que, como una plaga, crecen y causan estragos.

Y muchos se han servido de ello para lograr un lucro político o económico, y con ello catalizan la mentira y agrandan sus torcidas raíces.

Médicos entuban a un paciente grave de covid-19 el pasado 10 de agosto en un hospital de Louisiana. Más del 90% de los hospitalizados por covid-19 son personas no vacunadas. La vacuna habría prevenido mayormente que esos pacientes desarrollasen la enfermedad grave. (Photo by Mario Tama/Getty Images)
Médicos entuban a un paciente grave de covid-19 el pasado 10 de agosto en un hospital de Louisiana. Más del 90% de los hospitalizados por covid-19 son personas no vacunadas. La vacuna habría prevenido mayormente que esos pacientes desarrollasen la enfermedad grave. (Photo by Mario Tama/Getty Images)

Recientemente, a la par de otros ejemplos ya mencionados, teorías conspirativas como QAnon, amalgamadas con las que propagaron la falsa noción de que en la elección de noviembre de 2020 se cometió un fraude que le arrebató la presidencia a Trump, condujeron al asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, un golpe en contra de la democracia que mostró el grado de crispación y descontrol al que se ha llegado por la creencia en esas teorías y su manipulación por parte de Trump y su entorno.

En paralelo, y a veces entrelazándose con las otras, figuran teorías conspirativas que alegan que el covid-19 no existe, que las vacunas son inútiles, peligrosas o instrumentos de dominación y que la cobertura facial, el quedarse en casa, la reducción de actividades y otras medidas para prevenir el contagio son formas de opresión. Eso ha causado que muchas personas ignoren esas necesarias protecciones y se expongan a sí mismas y a los demás al azote del coronavirus.

Ciertamente, algunas personas son alérgicas o por ciertas condiciones médicas las vacunas les son contraindicadas y hay algunas excepciones religiosas o filosóficas que son legalmente aceptadas en varios estados de EEUU para exentar a una persona (sobre todo en el caso de los menores) de la vacunación. Pero las teorías conspirativas que atacan las vacunas propagan mentiras y distorsiones que, al prevenir que muchas personas se vacunen, afectan la salud pública e incrementan los riesgos y sufrimientos.

Aprovechadas por políticos, sobre todo republicanos de derecha radical o simplemente oportunistas, esas teorías conspirativas se enraízan y amplifican, contribuyendo a la polarización del país y afectando los esfuerzos de combate a la pandemia. La desinformación que al respecto cunde en redes sociales y algunos medios ahonda la situación de confusión y aunque en ello hay una parte de tontería o ignorancia también la hay de estertor ideológico y de explotación política o económica.

A muchos políticos, por ejemplo, defender posiciones oscurantistas e incluso mentiras les ha dado buenos dividendos electorales y de recaudación de fondos, y algunos medios de comunicación en aras del rating y de mantener influencia han añadido gasolina al fuego de la desconfianza y la tensión.

Una seguidora de la teoría conspirativa QAnon se manifiesta contra la posibilidad de una vacunación obligatoria en Boston, Massachusetts. (Photo by Jessica Rinaldi/The Boston Globe via Getty Images)
Una seguidora de la teoría conspirativa QAnon se manifiesta contra la posibilidad de una vacunación obligatoria en Boston, Massachusetts. (Photo by Jessica Rinaldi/The Boston Globe via Getty Images)

La salida del laberinto

Creer que las misiones Apollo nunca llegaron a la Luna puede resultar inocuo, pero otras teorías conspirativas refuerzan conductas antisociales y de riesgo.

En casos extremos y estremecedores, creer en teorías conspirativas puede conducir a violencia y horror, como el asesinato de dos niños a manos de su propio padre, o a intentos antidemocráticos de desestabilización general como fue el violento asalto al Capitolio.

Y, como continúa padeciéndose durante la pandemia de covid-19, esas falsas creencias y quienes las aprovechan provocan afectaciones y mayores riesgos a la salud pública al propiciar el rechazo a las mascarillas y las vacunas, y ello conduce a más contagios, hospitalizaciones y muertes prevenibles.

Ahora, cuando está por comenzar el nuevo año escolar, la oposición a que el uso de mascarillas sea obligatorio en las escuelas -una medida a considerar dado el auge de la variante Delta del covid-19, que está infectando considerablemente a los niños, para quienes aún no hay vacuna- se apoya en una mezcla de objeciones a las decisiones de autoridad, del derecho de los padres a decidir sobre sus hijos y también de desinformación y falsedades que soslayan la grave realidad de la pandemia y el valor de la cobertura facial y la vacunación para reducir drásticamente su impacto.

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En ese contexto, una parte importante de la sociedad estadounidense está en una suerte de laberinto que se está cobrando sufrimiento y vidas. Ciertamente, las libertades han de ser preservadas, pero ello debe matizarse con la urgencia de proteger a la población y los derechos de los demás vía medidas con base científica para reducir los riesgos de la pandemia.

Las teorías conspirativas, la desinformación y el oportunismo polarizante de quienes las explotan son nocivas para la salud pública e individual, para la convivencia social armónica y para la democracia y la institucionalidad republicana.

Es por ello necesario desactivarlas mediante educación e información certera, de base científica y de beneficio general y, al mismo tiempo, restablecer la credibilidad de las instituciones con programas y políticas que beneficien a las comunidades y permitan un ejercicio armónico de las libertades y los derechos. En ello deben participar tanto autoridades y políticos, medios de comunicación y redes sociales como instituciones e individuos, aunque en muchos casos la polarización y la confrontación agraven las circunstancias y mermen sus impactos.

Promover el bienestar individual y colectivo es, en ese sentido, tan importante como refutar falsedades y mostrar datos y hechos reales para neutralizar las teorías conspirativas y prevenir sus estragos.

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