La ingeniosa manera de localizar a los hijos abandonados en un hospicio en la Inglaterra del siglo XVIII
Durante la primera mitad del siglo XVIII se dio una singular circunstancia en la que, en Inglaterra, el número de niños y niñas abandonados por alguno de sus progenitores aumentase de una manera abismal. La mayoría de estos pequeños eran fruto de una relación adúltera, violaciones, hijos no deseados o de madres solteras e incluso de familias empobrecidas que no podían hacerse cargo de ellos.
Hasta entonces los lugares donde solían dejarse abandonados los pequeños era en los conventos, donde las religiosas los recogían y se encargaban de su cuidado hasta que encontrasen una familia de acogida.
Pero ese considerable aumento de niños dejados en los conventos provocó que las religiosas no dieran abasto ni pudieran dar cobijos a todos, motivo por el que en las calles de Londres estuvieran llenas de pequeños abandonados.
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La mayoría no sobrevivían demasiado tiempo pero quienes lograban crecer acababan dedicándose (en la mayoría de casos) a delinquir. Muchos fueron también los adultos que se aprovecharon de los pequeños y los explotaban laboral y sexualmente.
En 1739, Thomas Coram, un marino y hombre de negocios que había amasado una importante fortuna, decidió legar todo su dinero a los más desprotegidos, motivo por el que creó una institución privada donde acoger a los niños y niñas que eran abandonados.
Conocido como ‘Hospital de Niños Expósitos’ (por aquel entonces el término ‘hospital’ se utilizaba como concepto de hospitalidad no como centro de salud) Coram comenzó a dar cobijo a docenas de abandonados, hasta tal punto que aquel lugar se les quedó pequeño y tuvo que mandar construir uno muchísimo más grande que abrió sus puertas una década más tarde.
Thomas Coram era consciente de que el motivo por el que muchos de los niños y niñas que eran dados a la institución para que ésta cuidase de ellos era la pobreza extrema de sus familias o por alguna situación irregular de la madre y que con los años (una vez solucionasen sus problemas) muchas serían las que querrían recuperar a sus hijos, así que se le ocurrió hacer un registro de cada una de las entradas para que así, en un futuro, los progenitores pudiesen localizarlos más fácilmente.
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Los primeros registros que se realizaron en el ‘hospicio Coram’ (como era conocido popularmente) era rasgando un trozo de la ropa que portaba el pequeño a la hora de ser dejado en la institución. Un trozo se adjuntaba a la ficha y el otro se lo quedaba la persona que allí lo había llevado. Pero en aquella época las telas se estropeaban con mucha facilidad debido a sus mala calidad y a los pocos años era casi imposible distinguir entre dos trozos de ropa si eran iguales o no.
Otro de los inconvenientes era que la inmensa mayoría de progenitores que dejaban allí a sus hijos eran analfabetos y no sabían leer ni escribir, por lo que también complicaba el asunto de hacerles escribir y firmar documento alguno o un recibí.
Así que el método ideado por Coram acabo siendo pequeños objetos personificados: por ejemplo una concha, moneda, trozo de madera, etc, a los que se le hacía una determinada marca. Marcas que tan solo la persona que dejaba al pequeño allí conocía. Esta pieza se guardaba junto al expediente de cada niño y niña y así, cuando los progenitores querían recuperar a sus hijos unos años después, tan solo tenían que decir qué objeto era y la marca distintiva.
Este método se estuvo utilizando eficazmente durante un par de décadas, hasta que se impuso un registro mediante fichas y recibís que el gobierno de la Corona Británica obligó hacer a partir del momento en el que empezó a subvencionar el Hospital de Niños Expósitos. En 1751 había fallecido el benefactor Thomas Coram y los recursos económicos se habían prácticamente agotado tras la construcción del nuevo edificio.
Los niños y niñas que eran dejados en este hospicio fueron cuidados, educados y se les proporcionó estudios y al cumplir los 14 años de edad los chicos y 16 las chicas, se les enseñaba un oficio que les serviría para independizarse y mantenerse cuando fueran adultos.
Actualmente, la institución Coram continua dando cobijo a aquellos niños abandonados, huérfanos o en peligro de exclusión social.
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