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La impunidad del zar: ¿Por qué nadie se atreve a enfrentar a Putin?

POR JOAQUIM UTSET-. Si hiciera falta alguna prueba más del desdén del Kremlin hacia los gobiernos occidentales, solo hace falta ver la farsa de entrevista que su canal de televisión oficial hizo a los dos sospechosos del atentado contra un exespía ruso en el Reino Unido.

El presidente ruso, Vladímir Putin (d), y el ministro ruso de Defensa, Sergei Shoigu (i), hablan durante una ceremonia de las Fuerzas Armadas rusas en Moscú, Rusia, hoy, 19 de septiembre de 2018. EFE/ Alexei Nikolsky/sputnik/kremlin
El presidente ruso, Vladímir Putin (d), y el ministro ruso de Defensa, Sergei Shoigu (i), hablan durante una ceremonia de las Fuerzas Armadas rusas en Moscú, Rusia, hoy, 19 de septiembre de 2018. EFE/ Alexei Nikolsky/sputnik/kremlin

Los dos hombres identificados por las autoridades británicas contaron una milonga de coartada que hasta el inspector Clouseau podría haber desmontado en un par de minutos. ¿Dos “turistas” se van a Londres dos días y se los pasan visitando Salisbury -por casualidad, la desconocida ciudad en la que vivía un odiado desertor- porque admiran el capitel de su catedral?

Lo que evidencia tan burda explicación es que quien la ha orquestado tiene tan poco temor a las consecuencias de sus acciones, que ni siquiera se devana demasiado los sesos para justificarlas. A este punto ha llegado la sensación de impunidad de que goza el Moscú de Vladimir Putin, quien desde su llegada al poder en el ya lejano 1999 nunca ha perdido la ocasión de desafiar los límites en la proyección del poder por muchas protestas que genere.

Nada más mudarse al Kremlin acabó con enorme brutalidad la rebelión en Chechenia, para luego invadir la respondona Georgia que era cortejada por la administración Bush. Ocupó Crimea y apoyó la división de Ucrania armando a los separatistas, al tiempo que rescató militarmente al régimen sirio para que aplastara sin miramientos a sus opositores.

Eso sin contar la guerra cibernética y la intromisión en otros países rivales, como la sufrida por Estados Unidos en las pasadas elecciones presidenciales.

En esta fotografía del 2001, el entonces presidente de EEUU George W. Bush y Vladimir Putin se estrechan la mano al finalizar una reunión en Eslovenia. (AP Photo/J. Scott Applewhite, File)
En esta fotografía del 2001, el entonces presidente de EEUU George W. Bush y Vladimir Putin se estrechan la mano al finalizar una reunión en Eslovenia. (AP Photo/J. Scott Applewhite, File)

En todo ese tiempo, ninguno de las sucesivas administraciones estadounidenses ni sus aliados europeos han dado una respuesta convincente a los retos que les ha ido planteando Moscú en su esfuerzo por reocupar el vacío en la esfera internacional que dejó la Unión Soviética.

Por eso, pese a las expresiones de solidaridad que ha recibido la primera ministra británica Theresa May tras acusar a la inteligencia rusa del envenenamiento en Salisbury que le costó la vida a una persona y casi mata a otras cuatro, en Downing Street no esperan que la indignación de sus aliados se traduzca en contundencia.

Negar la evidencia

Desde que George W. Bush dijo que había mirado a los ojos de Putin y le había encontrado el alma, los líderes occidentales han tratado de seducir al exagente de la KGB en las distancias cortas y unas palabras de cariño.

Barack Obama se propuso darle al botón de reset en las relaciones bilaterales y hasta se burló de su rival Mitt Romney cuando en uno de los debates en las elecciones de 2012 dijo que Moscú era el principal peligro en la esfera internacional. Ya sabemos quién acabó teniendo la razón.

“Hasta hace poco, los líderes occidentales se han negado a creer lo que veían con sus propios ojos y lo que le decían sus agencias de inteligencia”, señalaba recientemente el columnista de asuntos exteriores Simon Tisdall, quien palpa un temor genuino en las cancillerías occidentales a desatar un conflicto abierto con una Rusia que no teme flexionar su musculatura militar y se ha mostrado, como en Georgia o Ucrania, capaz de actuar por la fuerza pese a quien le pese.

Si en 1938 nadie quería ir a la guerra con Alemania por Checoslovaquia, nadie en el 2018 quiere derramar sangre propia por defender la soberanía de Ucrania.

El presidente ruso, Vladímir Putin (d), asiste a las maniobras militares “Vostok-2018”, las mayores que realiza el país en casi 40 años, en el polígono militar de Tsogul, en la frontera con China y Mongolia, hoy, 13 de septiembre de 2018. EFE/ Alexey Nikolsky / Sputnik /
El presidente ruso, Vladímir Putin (d), asiste a las maniobras militares “Vostok-2018”, las mayores que realiza el país en casi 40 años, en el polígono militar de Tsogul, en la frontera con China y Mongolia, hoy, 13 de septiembre de 2018. EFE/ Alexey Nikolsky / Sputnik /

Fuera de la fuerza, en el arsenal de las relaciones internacionales también existe como arma disuasoria el aislamiento, el convertir a un determinado país en un paria. Una herramienta que, sin embargo, es inefectiva en el caso de una potencia como Rusia, uno de los cinco países con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, y a la que se tiene que tener en cuenta para cualquier gran empresa multilateral.

Que se lo expliquen a Obama, que sin la anuencia de Moscú no hubiera podido alcanzar el acuerdo nuclear con Irán, piedra angular de su legado exterior.

Así igual en cualquier asunto complejo de la agenda global, desde el cambio climático a la lucha contra el terrorismo. Precisamente ese poder de Moscú en el Consejo de Seguridad ha servido para proteger a Siria de cualquier acción multilateral sancionada por la ONU, además de hacer imposible referir a los tribunales internacionales los crímenes cometidos por los esbirros de Bachar al Asad.

La debilidad de la coalición atlántica

Si enfrentarse a un rival osado como Putin es ya complicado de por sí, hacerlo con las fuerzas divididas es una tarea prácticamente imposible. El Kremlin sabe que enfrente no tiene a una oposición ni resuelta ni unida.

Líderes de los países miembros de la OTAN posan para una foto poco antes de la ceremonia de apertura de la cumbre de la coalición el pasado mes de julio. (Photo: Ludovic Marin, pool via AP)

A las fracturas en la relación de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) que ha supuesto la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, se le suman las internas en ambos socios generadas por la inestabilidad que atraviesan las democracias occidentales desde que la Gran Recesión hizo tambalear sus estructuras hace 10 años.

Si bien es verdad que bajo el actual gobierno estadounidense se han adoptado nuevas sanciones contra Moscú que le permitieron a Trump decir que “nadie había sido más duro” con Rusia que él, también es cierto que los mensajes que emite la Casa Blanca son contradictorios.

No solo porque el mismo presidente jamás ha apuntado con su arma favorita –Twitter– al Kremlin por muchos méritos que haga Putin, es que sigue sembrando dudas sobre las acusaciones de sus propias agencias contra los rusos respecto a las interferencias en las presidenciales de hace dos años.

Por no decir que al igual que Bush y Obama en su momento, confía en desarrollar una relación personal con su homólogo ruso, de quien parece admirar su fortaleza. Y ya se sabe que entre las características de un líder que aprecia el magnate neoyorquino, esa es la primera de la lista.

El presidente de los EEUU, Donald J. Trump (i) estrecha la mano de su homólogo ruso, Vladimir Putin (d), durante una rueda de prensa tras su reunión en el Palacio Presidencial de Helsinki (Finlandia) el 16 de julio de 2018. EFE/ Anatoly Maltsev
El presidente de los EEUU, Donald J. Trump (i) estrecha la mano de su homólogo ruso, Vladimir Putin (d), durante una rueda de prensa tras su reunión en el Palacio Presidencial de Helsinki (Finlandia) el 16 de julio de 2018. EFE/ Anatoly Maltsev

Las grietas internas también se extienden a Europa, que más que nunca ha hecho cierto ese viejo dicho de que la UE es un gigante en lo económico, un enano en lo político y una lombriz en lo militar. Con una crisis económica sorteada pero no superada, y la cohesión política debilitada por la presión migratoria en sus fronteras, ningún líder en Europa se ve ni con fuerzas ni con ganas de sacar pecho ante Moscú. Menos cuando a Putin le salen admiradores dentro de la misma UE entre la nueva camada de políticos ultranacionalistas.

No por nada fue el invitado de honor en la boda en agosto de la nueva canciller austríaca Karin Kneissl, a la que obsequió con la actuación de un coro de cosacos del Don Matteo Salvini, el populista primer ministro italiano (admirador declarado del líder ruso) de quien aseguró que a su país le hacía falta “una docena de hombres” como él. Ya se ve que los hombres fuertes vuelven a estar de moda en Europa.

Italia es uno de los países que más se ha quejado de las pérdidas que le ha ocasionado a su comercio exterior las sanciones impuestas Moscú tras su intervención en Ucrania en 2014. Pero no es el único al que le duelen.

Como quedó claro en la reunión de Putin con Angela Merkel el mes pasado, pese a interferencias, envenenamientos e invasiones, se puede seguir haciendo negocios.

El 40% del petróleo y el 35% del gas que importa Alemania proviene de Rusia, una dependencia que se acentuará con la construcción del gaseoducto Nord Stream 2 que unirá por el lecho del mar Báltico a los dos países sin tener que pasar por terceros. Sin gas ruso, el invierno en Alemania sería mucho más duro.

Los trazados de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania/AFP

El talón de Aquiles

El resquebrajamiento del frente antiPutin es una gran noticia para el Kremlin justo cuando la aplicación del arma a la que más le teme -las sanciones- le podría hacer daño de verdad.

Si bien en los medios rusos controlados por el Kremlin se pasa de puntillas por el tema, lo cierto es que la economía del país está en serios aprietos tras varios años de crecimiento mediocre.

El rublo es una de las divisas que más valor ha perdido frente al dólar este año, el crecimiento económico previsto para el próximo quinquenio no pasa de un discreto 1.5% y la estabilidad de la economía depende de los volátiles mercados de hidrocarburos. Fuera de petróleo y gas, que suman el 70% de sus exportaciones, Moscú vende muy pocas cosas más al exterior.

“Cuanto más al alza esté el precio del barril de crudo Brent y los mercados de gas natural, mayor es la tranquilidad doméstica en Rusia y su capacidad de influencia internacional”, apuntaba el excorresponsal en Moscú y académico Markos Kounalakis en The Miami Herald.

Eso quiere decir que si se desploma el precio del petróleo, a Putin no le salen las cuentas de su presupuesto y se le erosiona una de los pilares, la estabilidad económica, que ha apuntalado su régimen. Su popularidad, que a todas luces sigue siendo alta, puede evaporarse si la economía se hunde por mucha propaganda que se venda en los medios controlados por el poder.

Pero pararle los pies a Moscú con sanciones realmente punitivas comporta una acción coordinada, decidida y dolorosa que los actuales responsables de EEUU y Europa no parecen dispuestos a emprender.

Sus enemigos ladran, pero no muerden. Esa es la ventaja de Putin y él lo sabe.