La estrella más cercana a nuestro Sol podría albergar vida después de todo

Impresión artística de la superficie del exoplaneta Próxima b orbitando a su estrella roja. (Crédito imagen: Observatorio Europeo Austral – ESO).
Impresión artística de la superficie del exoplaneta Próxima b orbitando a su estrella roja. (Crédito imagen: Observatorio Europeo Austral – ESO).

Hace menos de tres años, los aficionados a la astronomía quedábamos maravillados con la noticia. En Alfa Centauri, la estrella más cercana a nuestro sol (en realidad un sistema estelar doble), existía un exoplaneta orbitando dentro de la zona de habitabilidad. Le llamamos Próxima b, y en seguida internet se convirtió en un hervidero de interés sobre las posibilidades reales de que este planeta, a un tiro de piedra, fuera una segunda Tierra potencial.

Lamentablemente, incluso con la más optimista de las perspectivas hoy a nuestro alcance (véase proyecto Breaktrough), enviar sondas exploratorias a Próxima Centauri b podría requerir de un viaje de 2 o 3 décadas, más lo que se tardase en planificar la misión. Por tanto, de momento poco se puede hacer para conocer más datos sobre este vecino planeta rocoso, situado a 4,2 años luz de nuestro sistema solar.

Lo que sí sabemos es que poco después del descubrimiento los astrónomos echaron un jarro de agua fría sobre nuestras expectativas de habitabilidad. La estrella alrededor de la que gira Proxima b es una enana roja, y se sabe que estas estrellas son poco estables en lo que a emisión de radiación se refiere. Esta variabilidad, junto al hecho de que Próxima b estuviera atada por el efecto marea a su estrella (es decir que siempre se observase la misma cara, como le sucede a nuestra luna respecto a la Tierra), reducía las posibilidades de encontrar vida allí, tal y como la conocemos.

Pero hete aquí que ahora una nuevo estudio, publicado por Jack O’Malley-James y Lisa Kaltenegger (ambos del Instituto Carl Sagan de la Universidad Cornell), ha vuelto a darle posibilidades de éxito vital a Próxima b. Ambos investigadores, han examinado los niveles de radiación ultravioleta (UV) que riegan a nuestro vecino interestelar más próximo (en realidad a todos los que orbitan una estrella de tipo M, o enana roja, similar) y los han comparado con las condiciones de la Tierra primitiva.

Las enanas rojas son estrellas muy longevas, de hecho Alpha Centauri es más vieja que nuestro sol, lo cual un punto a favor de cara a permitir la aparición y evolución de formas de vida. Además parecen ser la forma de estrella más común del universo (un 85% de las estrellas de nuestra galaxia son de este tipo) y según las estadísticas sobre exolplanetas encontrados hasta la fecha, parecen ser también el tipo de estrella con mayores posibilidades de poseer planetas rocosos orbitando a su alrededor.

Pero no todo son ventajas, las enanas rojas también presentan impedimentos serios para que la vida – tal y como nosotros la conocemos – emerja y se sustente. Por ejemplo la citada naturaleza inestable de las enanas rojas, astros capaces de enviar ráfagas de radiación mortífera de forma regular hacia sus alrededores, que pueden barrer la atmósfera incipiente de los planetas que las orbitan. Además, su pequeño tamaño y baja temperatura hacen que la zona de habitabilidad quede siempre muy cerca de la propia estrella, lo cual hace que resulte prácticamente imposible escapar al peligro de las citadas ráfagas de radiación UV y rayos X, salvo que sus exoplanetas cuenten con una atmósfera muy densa e – idealmente – con una magnetosfera protectora.

Para determinar si la vida podría surgir bajo estas condiciones, la pareja de investigadores de Cornell tomó en consideración las condiciones que había en la Tierra hace 4.000 millones de años. Durante esa etapa, la superficie de nuestro planeta era inhabitable ya que el sol la bombardeaba con radiación UV de un modo que recuerda al de los exoplanetas que orbitan enanas rojas a día de hoy.

Kaltenegger y O’Malley-James modelaron los niveles ambientales de UV presentes en cuatro exoplanetas vecinos que aparentemente se presentan como potencialmente habitables. Se trata de Proxima-b, TRAPPIST-1e, Ross-128b y LHS-1140b, todos los cuales fueron dotados de diferentes composiciones atmosféricas que variaban entre las de nuestro planeta actual, hasta otras que no bloqueaban bien la radiación o que carecían de capa de ozono.

Los modelos demostraron lo que ya sabíamos. Cuanto más delgada era la atmósfera y menor era la capa de ozono, mayores niveles de radiación alcanzaban la superficie. Sin embargo, cuando compararon estos resultados con los niveles de radiación que bañaban a la Tierra hace 4.000 millones de años la cosa se puso interesante. Todos los niveles de radiación actuales observados en los modelos de exoplaneta eran más bajos que los que la Tierra experimentó en su juventud.

Teniendo en cuenta que la vida en la Tierra surgió muy temprano, aproximadamente hace 3.500 millones de años, ¿por qué no va a ser posible que haya vida – aunque sea microbiana – en mundos como Próxima b?

Como dije anterioremente, nuestro sistema estelar doble vecino nació hace 4.853 millones de años, es decir que es más de 200 millones de años “más anciano” que nuestro sol. ¿Habrá sido tiempo suficiente para que la vida – tal y como la conocemos – haya podido surgir?

Todo dependerá de densidad atmosférica, de la composición, y de la presencia o no de una capa de ozono y una magnetosfera en Próxima b, pero lo cierto es que la posibilidad no es cero. Además, hago siempre hincapié en decir “vida tal cual la conocemos en la Tierra”, pero lo cierto es que la evolución podría haber encontrado soluciones alternativas al problema de la radiación en formas de vida extraterrestre. Soluciones que ni siquiera podamos imaginar.

Sea como sea de mínima la posibilidad de encontrar vida allí, deberíamos de mantener vivo el sueño exploratorio de nuestro vecino estelar más cercano. ¿No creéis?

El trabajo de O’Malley-James y Kaltenegger se ha publicado en Montly Notices of the Royal Astronomical Society.

Me enteré leyendo Universe Today.