La esposa embarazada de uno de los suicidas se inmoló junto a sus dos hijos

La iglesia de San Antonio custodiada por dos policías días después del atentado. (Getty Images).
La iglesia de San Antonio custodiada por dos policías días después del atentado. (Getty Images).

Con el paso de los días, continúan apareciendo nuevos y escalofriantes detalles sobre el atentado perpetrado en Sri Lanka durante el Domingo de Resurrección que acabó con la vida de 359 personas y dejó heridas a alrededor de medio millar. El ministro de Defensa, Ruwan Wijewardene, confirmó que fueron nueve los terroristas suicidas que se inmolaron en cuatro hoteles de Colombo, la ciudad más poblada de la isla, y tres iglesias en ésa y otras dos ciudades: Batticaloa y Negombo. Entre los autores materiales fallecidos se encontraba una mujer que estaba embarazada, era la esposa de uno de los organizadores de la masacre, Ilham Ibrahim.

Miembro del grupo yihaidista, National Thowheed Jamath, Ibrahim fue el responsable de detonar su dispositivo en el restaurante del hotel Cinnamon Grand. Dos horas después de los ataques sincronizados, la Policía se puso manos a la obra para buscar a otros sospechosos. En las investigaciones iniciales, determinaron que debían acudir a una residencia particular ubicada en un barrio de clase alta de Colombo.

Una familiar llora a una de las hasta ahora contabilizadas 359 víctimas del atentado en Sri Lanka (Eranga Jayawardena/AP)
Una familiar llora a una de las hasta ahora contabilizadas 359 víctimas del atentado en Sri Lanka (Eranga Jayawardena/AP)

Se trataba de la casa donde vivía Ibrahim junto a su esposa embarazada y sus dos hijos. En el momento en que tres de los policías accedieron a la vivienda, la mujer detonó su bomba y todos murieron al instante. Fue la última de las explosiones de una jornada fatídica.

Ibrahim y su esposa ejecutaron un plan que afectó a decenas de personas inocentes que murieron por su culpa en el hotel Cinnamon Grand. Además, también acabaron con la vida de dos hijos y uno que estaba por nacer. Fueron víctimas inmaculadas e inconscientes de lo que sus padres estaban urdiendo: un asesinato masivo y una reacción sin contemplaciones en el momento en que la Policía acudiera a su hogar. El destino de los dos pequeños y el que estaba por nacer fue escrito por dos treintañeros de buena familia con ideas extremistas que optaron por llevarlas a cabo hasta sus últimas consecuencias.

Trabajadores de un cementerio de Sri Lanka durante un momento de descanso. (Gemunu Amarasinghe/AP)
Trabajadores de un cementerio de Sri Lanka durante un momento de descanso. (Gemunu Amarasinghe/AP)

A Ibrahim y a su hermano, Inshalf Ibrahim, les han puesto el sobrenombre de ‘los hermanos de sangre’. Inshalf fue el suicida que acudió al restaurante del hotel Shangri-La, el emplazamiento hotelero más concurrido y el que más víctimas registró. Era propietario de una fábrica de cobre y era conocido por su generosidad con sus empleados y con las personas que más lo necesitaban, a los que realizaba donaciones continuas. Estaba casado con la hija de un conocido joyero de Colombo.

Ilham, reconocido miembro del grupo terrorista de Sri Lanka, National Thowheed Jamath, como Inshalf, de ideas menos radicales, eran hijos de Mohamed Ibrahim, un comerciante de especias muy adinerado que desde que se produjeron los atentados se encuentra en prisión para sorpresa de todos aquellos que le admiraban. Los ‘hermanos de sangre’ dejan atrás cuatro hermanos más y tres hermanas.

Algunas personas acudieron a uno de los cementerios a rendir respeto a la víctimas. REUTERS/Athit Perawongmetha
Algunas personas acudieron a uno de los cementerios a rendir respeto a la víctimas. REUTERS/Athit Perawongmetha

Los Ibrahim y la esposa de Ilham, son claros ejemplos de cómo los terroristas no sólo arruinan las vidas de sus víctimas, sino la de sus propias familias también. Dos de los 45 niños que murieron el Domingo de Resurrección eran hijos de dos implicados. Esos padres (como Mohamed), hermanos, tíos, primos o sobrinos que vivirán bajo la mirada juiciosa de las autoridades y, sobre todo de su gente, de una comunidad musulmana que en Sri Lanka representa poco menos del 10 por ciento de la población y que ahora teme que el otro 90 por ciento repartido entre budistas (70 por ciento), hindúes (casi el 13 por ciento) y cristianos (el 7 por ciento) tome medidas contra los que profesan el islam de manera pacífica.