La ciencia ficción que viajó a la Luna antes que el Apolo

La visión del director Georges Melies de un viaje a la Luna en 1902 (Photo by Hulton Archive/Getty Images)
La visión del director Georges Melies de un viaje a la Luna en 1902 (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

Estos días celebramos el 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna. La hazaña de Armstrong, Aldrin y Collins no solo fue el mayor logro en la historia de la humanidad, también significó la consecución de un sueño milenario. Desde la antigüedad los hombres han mirado al cielo y han querido viajar a las estrellas. La Luna ocupa un lugar especial en la inmensa mayoría de las mitologías y culturas, sin embargo, solo unos pocos soñadores elaboraron un relato con el que pisar físicamente el suelo lunar. Nuestro único satélite, iluminado en las oscuras noches, representaba el mayor misterio del horizonte y algunos fantasiosos arriesgados imaginaron cómo sería un viaje hacia ella.

No es de extrañar que la primera obra en la historia calificada como “ciencia ficción” tratara precisamente de un viaje a la Luna. En el siglo II d.C, el autor greco-sirio Luciano de Samósata escribió un conjunto de relatos, recopilados en una novela titulada “Historia verdadera”, en la que un barco era elevado durante una tempestad por una gigantesca ola que lo arrastró hasta la misma Luna. Luciano llegó incluso a conocer a los selenitas, una civilización tan avanzada que eran capaces de hacer hilo con el vidrio para construir armaduras ligeras y resistentes, mientras se preparaban para la guerra contra los habitantes del Sol.

Astolfo a lomos de su mitológico hipogrifo | imagen Wikipedia
Astolfo a lomos de su mitológico hipogrifo | imagen Wikipedia

El Renacimiento supuso un fuerte impulso a las ciencias, sobre todo a la Astronomía, y con un renovado afán por mirar los cielos llegó también la fantasía de imaginar cómo serían aquellos mundos lejanos. En una de las novelas de caballerías más famosas, el Orlando Furioso, uno de sus protagonistas, Astolfo, vuela hasta la Luna a lomos del mitológico hipogrifo donde encuentra un escenario muy poético. Nuestro satélite es el destino de los sueños incumplidos, de los anhelos y suspiros de los amantes o de las ideas y proyectos que nunca se realizaron. Esta obra recoge las ideas de Plutarco que pensaba que la Luna servía como un receptáculo para las almas tras abandonar los cuerpos terrenales después de la muerte.

El mismo Johannes Kepler, uno de los astrónomos más influyentes de la historia, también se dejó llevar por la fantasía y en su obra El Sueño o Astronomía de la Luna, el joven islandés Duracotus, viaja a la Luna mediante hechizos. Allí se encontrará con dos tribus rivales, los pripolvani y los subvolvani, cuyas guerras y enfrentamientos serán la razón de los cráteres lunares.

Entre las obras más ingeniosas se encuentra la escrita por el clérigo inglés Francis Godwin que, en 1638, publicó El hombre en la luna. En esta imaginativa novela, el español Domingo González es un náufrago que termina varado en la isla de Santa Elena y que, para escapar de allí fabrica una cesta voladora impulsada por enormes gansos que viven en la isla y que terminan llevándole a la Luna. Curiosamente, ese mismo año se publicaba la primera novela en la que aparece una máquina voladora capaz de realizar un viaje a la Luna. La escribió otro reverendo inglés, John Wilkins, que proponía una especie de carroza voladora impulsada con grandes cantidades de polvora… para estar escrita a mediados del siglo XVII, no resultó tan diferente de lo que realmente sucedió en 1969 con el programa Apolo.

John Wilkins en su carroza voladora durante el ascenso hacia la Luna | imagen Allan Chapman
John Wilkins en su carroza voladora durante el ascenso hacia la Luna | imagen Allan Chapman

El Romanticismo nos ofreció una verdadera avalancha de escritores de fantasía que abordaron en sus escritos un hipotético viaje a la Luna. Las nuevas tecnologías y avances científicos se incorporan a los relatos de ficción y nos dejan obras que comienzan a vislumbrar el verdadero viaje a la Luna con medios técnicos. Surgen así escritores bien conocidos como Edgard Alan Poe, que en su obra La aventura sensacional de un tal Hans Pfaall, narra como llegar a la luna mediante un globo lleno de un gas extraído del Azoe, treinta y siete veces más ligero que el hidrógeno.

Dejo para el final a los dos autores más evidentes. El primero, por supuesto, Julio Verne que dedicará dos de sus obras más célebres a un viaje a la Luna mediante el uso de un gigantesco cañón… curiosamente instalado en Florida. El segundo H.G. Wells que, además de escribir sobre la máquina del tiempo, también destinó una de sus novelas a alcanzar nuestro satélite mediante una fantástica sustancia, la cavorita, que poseía la propiedad de anular la fuerza de la gravedad.