La libertad de expresión como amplificador de falacias en la quimera independentista

Carles Puigdemont escribió una columna en The Guardian. (Getty Images)
Carles Puigdemont escribió una columna en The Guardian. (Getty Images)

La causa catalana se vive en la cárcel, en los juzgados, en la calle y en los medios de comunicación. Es precisamente a través de sus publicaciones, con su teclear en la sombra y escondido tras una pantalla de ordenador, desde donde Carles Puigdemont amplifica su campaña internacional de victimismo. El político catalán, huido poco después de su declaración la independencia unilateral de Cataluña el 27 de octubre de 2017, escribió un artículo de opinión en el influyente medio británico, The Guardian, titulado, ‘El encarcelamiento por parte de España de líderes catalanes es un movimiento desesperado que se volverá en su contra’. Lo hizo pocas horas después de que se confirmara la sentencia del Tribunal Supremo por sedición, que ha condenado a un periodo de nueve a 13 años de cárcel a los cabecillas del proceso de secesión.

Puigdemont, a través de su escrito, hizo gala de su ‘incuestionable’ ejercicio de libertad de expresión mientras que el periódico, en su pleno derecho de escoger quién y quién no escribe para ellos, cometió una irresponsabilidad de gran magnitud: dar una sola visión del asunto catalán instantáneamente después de la resolución judicial. Es decir, los lectores de The Guardian que prestaron atención al atractivo artículo de Puigdemont, tuvieron que juzgar por ellos mismos - con mayor o menor conocimiento de causa - unas palabras completamente subjetivas - como toda columna de opinión - y en muchas ocasiones exageradas, carentes de sustancia, sin sustento y faltando a la verdad objetiva de la causa independentista. Solo un día después de su publicación, el periódico incidió en el tema con una opinión contrapuesta a la de Puigdemont a través del artículo de su corresponsal en Madrid, Gires Tremlett, titulado: ‘Los separatistas catalanes fueron encarcelados por sedición, pero cayeron por arrogantes’. Pero ya era demasiado tarde.

Tumbas de fallecidos kurdos por armas químicas. Getty Images.
Tumbas de fallecidos kurdos por armas químicas. Getty Images.

Es fácil que los medios internacionales se dejen llevar por el romanticismo que vende el independentismo catalán; que se suban a la ola de ese relato que tanto llega al público en el que David lucha contra Goliat, en el que el débil no tiene más remedio que alzarse para combatir contra ese poder que le estrangula con un yugo y le somete a todo tipo de injusticias. Qué bien le vino al secesionismo el que a la policía se le fuera la mano durante el referendum ilegal del 1 de octubre de 2017. Aquellas imágenes sostuvieron esa crónica que casi escribieron los Puigdemont y compañía a los corresponsales internacionales, una narrativa que antes, y sobre todo, dos años después, está bajo sospecha. Todos vimos las imágenes de las intervenciones policiales y probablemente más de uno sintió vergüenza cuando sacaban a personas mayores a empujones y porrazos ante la mirada de niños pequeños. Eso es lo que se vendió al exterior, y a pocos medios extranjeros se les ocurrió que aquellos ciudadanos no eran otra cosa más que parte de la estrategia, de la quimera. Un decorado perfecto para la batalla de la movilización.

El que un medio como The Guardian le diera prioridad a una columna de opinión de Puigdemont por encima de un punto de vista más analítico en cuanto a la situación independentista y constitucionalista dice mucho del triunfo del relato secesionista. Sobre todo, porque permitieron que ese texto profundamente victimista y cargado de exageraciones, medias verdades y alguna que otra falacia viera la luz sin ningún tipo de control aparente. Al político fugado se le colocó la máscara de la libertad de expresión sobre un rostro tan enajenado que sus palabras acabaron convirtiéndose en un insulto a la inteligencia, pero sobre todo a los pueblos verdaderamente oprimidos de este planeta. Y el periódico británico lo permitió. Sin filtros. Sin cuestionar que la persona que escribió esa columna usó su medio como altavoz para otro capítulo más del famoso cuento. The Guardian consintió que muchos de sus lectores leyeran los argumentos de Puigdemont como si de una verdad absoluta se tratara, y eso es una irresponsabilidad.

Un pro-independentista intenta arrebatar la bandera española a un miembro de Vox (REUTERS/Francois Lenoir)
Un pro-independentista intenta arrebatar la bandera española a un miembro de Vox (REUTERS/Francois Lenoir)

En el texto se escribieron improperios como que la causa independentista es comparable con el sufrimiento del pueblo kurdo, perseguido durante décadas en Turquía e Iraq. ¿Acaso uno de los medios más prestigiosos del mundo puede permitir una comparación tal? ¿Es posible que un grupo de personas que viven en un estado de derecho con garantías estén al mismo nivel que una minoría masacrada en varios momentos de la historia y que ha tenido centenares de víctimas mortales tras ser sometidas a crueldades tales como las armas químicas?

Justo en el momento en que los kurdos están siendo sometidos a una intervención militar por parte de Turquía y mientras otras minorías aguantan violaciones de los derechos humanos en diferentes lugares del mundo, The Guardian no puso trabas a que Puigdemont publicara frases como que “durante el transcurso de dos años de represión, con gente en prisión y en el exilio”, haya habido “ciudadanos atemorizados por la fuerza brutal del estado”.

El artículo de Puigdemont no es más que parte de la utopía independentista, la misma que sin necesidad alguna ha creado un problema enorme y que ha servido de anzuelo para generar una inestabilidad de consecuencias nada halagüeñas. A nadie se le puede negar el derecho a opinar lo que le venga en gana, el problema está en el medio de comunicación que permite difundir un mensaje que no se corresponde con la realidad. Eso es confundir al que se deje ser confundido, al que no, que se deje llevar por las imágenes de las protestas en Cataluña tras la sentencia. Eso sí que es ser pacíficos.