La línea dura se impone en Irán y abre interrogantes sobre el acuerdo nuclear

Mujeres votantes en Teherán
Vahid Salemi

BARCELONA.– Aunque las elecciones en la teocrática República Islámica de Irán nunca fueron realmente democráticas, al menos siempre otorgaron un cierto margen de decisión a la ciudadanía alrededor del antagonismo entre reformistas y conservadores de diverso pelaje. Sin embargo, en las elecciones celebradas este viernes y cuyos resultados se conocerán el sábado, no habrá sorpresas. Los sectores más conservadores, que controlan todos los poderes fácticos, no han querido tomar ningún riesgo.

Ebrahim Raisi, máxima autoridad del Poder Judicial, tiene todo a su favor para convertirse en el nuevo presidente iraní sin necesidad de ballottage. El Consejo de los Guardianes, encargado de filtrar a los candidatos, descalificó a todos aquellos aspirantes que pudieran representar una amenaza para Raisi, y no solo entre las filas reformistas, sino incluso también las conservadoras. Por ejemplo, no pasó el cribado el expresidente Mahmoud Ahmadinejad. Encima, de los siete candidatos originales, tres se retiraron, y dos de ellos pidieron el voto para Raisi.

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No es ningún secreto en Irán que Raisi cuenta con los favores del Guía Supremo, Alí Khamenei, unidos por una misma visión del mundo e incluso vínculos familiares. De hecho, en Teherán se especula con que Khamenei, de 82 años, quiere aplanarle el camino para que se convierta en su sucesor. Según las encuestas, Raisi, un ultraconservador que supervisó la sentencia a la pena de muerte de centenares de opositores políticos, podría obtener entre el 64% y el 77% de los votos.

Las elecciones llegan en plena sexta ronda de negociaciones multilaterales en Viena para revivir el acuerdo nuclear, uno de los principales objetivos de la campaña exterior de Joe Biden. No está claro cómo podría afectar a la mesa de diálogo la victoria de Raisi. En teoría, Raisi, por su ideología ultraconservadora, debería estar en contra. Pero esa es a menudo una postura que busca principalmente hostigar a los reformistas. De hecho, el actual presidente Hassan Rohani no habría firmado el acuerdo sin el beneplácito de Khamenei. Incluso el propio Raisi sugirió en el tercer debate televisado que no se opondría a un pacto.

Ebrahim Raisi, candidato en las presenciales de Irán, deposita su boleta en un centro de votación en Teherán
Ebrahim Raisi, candidato en las presenciales de Irán, deposita su boleta en un centro de votación en Teherán


Ebrahim Raisi, candidato en las presenciales de Irán, deposita su boleta en un centro de votación en Teherán

Puesto que Raisi no será investido hasta entrado el mes de agosto, un posible escenario es que se llegue a un acuerdo antes de esa fecha. Según los negociadores, ya se encuentran cerca de la meta. De ser así, el astuto Khamenei saldría ganando pase lo que pase con el acuerdo. Si el eventual sucesor de Biden se retirara, Rohani cargaría con las culpas por haberlo negociado. Pero si no fuera así, los conservadores, con Raisi al frente, serían los grandes beneficiados de la recuperación económica que traería el fin de las sanciones, o al menos de aquellas más duras.

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En cuanto los otros asuntos de la política internacional, dominará la continuidad. Entre otras cosas, porque el presidente de Irán tiene un mayor margen de maniobra en los asuntos internos que internacionales, sobre todo en las cuestiones de seguridad nacional, donde el poder reside en Khamenei y los Guardianes de la Revolución. De Raisi se puede quizás esperar una retórica antiisraelí más pronunciada, pero sin una aplicación práctica. En cuanto a las relaciones con Arabia Saudita, ambos adversarios habían iniciado un tímido deshielo, aprobado por Khamenei, que podría progresar para reducir la tensión en escenarios como Irak o Yemen.

El único candidato reformista de la elección era Abdolnaser Hemmati, un gris exgobernador del Banco Central. Por si no fuera poco el hecho de no poder presentar alguno de sus más carismáticos líderes, la corriente reformista se ha dividido entre los que han llamado al boicot, como Hussein Musavi–candidato en 2009 y ahora en arresto domiciliario–, otros como el expresidente Mohammad Khatami, apelaron a la participación en busca del mal menor.

El presidente Rohani, un reformista muy moderado, apostó todo su capital político al acuerdo nuclear con Barack Obama, que debía relanzar la economía, principal preocupación de los iraníes. Sin embargo, la ruptura del acuerdo por parte de Donald Trump, con la consiguiente imposición de las sanciones, hundió la economía del país, y con ella, la credibilidad de los sectores reformistas. La política de “presión máxima” de Trump abonó las tesis de los ultraconservadores, que siempre han sostenido que no se debe pactar con Occidente porque no es de fiar.

Un votantes y sus hijos en Teherán
ATTA KENARE


Un votantes y sus hijos en Teherán (ATTA KENARE/)

Tan improbable es que se produzca sorpresa en las urnas que para muchos algunos analistas el mayor interés de la jornada electoral residía en la tasa de abstención. El régimen siempre promovió una alta participación porque lo legitima ante el exterior. No obstante, ante la escasa variedad de la elección todo apunta a una baja participación del 40%. Hace cinco años, votó el 73% de los iraníes.

En las últimas dos décadas, reformistas y conservadores se fueron alternando en la presidencia del país. Los primeros, como el presidente Khatami o el propio Rohani, suelen imponerse cuando hay una gran movilización. Pero su gobierno suele terminar en una decepción de sus seguidores al no poder cumplir sus promesas de cambio ya que los “halcones” del régimen dominan todos los poderes fácticos, incluido el situado en el vértice del Estado, el Guía Supremo. Es entonces cuando, ante una baja participación, se suelen imponer los conservadores.

Entre los poderes fácticos se encuentran los Guardianes de la Revolución, un cuerpo paramilitar que cuenta con un emporio económico cada vez más potente. Ellos son quienes más perderían con una caída del régimen, y quienes lideran la represión cada vez que se produce una revuelta popular, como las acaecidas en 2009, la llamada “Revolución Verde” o la de 2019 en respuesta al encarecimiento de los precios.