Kokichi, un bronce triste y la fatiga trágica que produce correr por el honor

Bogotá, 21 oct (EFE).- Once días antes de producirse la largada del maratón, Yoshinori Sakai, un joven de 19 años nacido en Hiroshima el mismo día que una bomba atómica arrasó la ciudad, encendía el pebetero del estadio Olímpico de Tokio y daba comienzo así a los Juegos de 1964.

La fiesta celebrada entre el 10 y el 24 de octubre había empezado en realidad el 26 de mayo de 1959, cuando el Comité Olímpico Internacional decidió apoyar a un país que intentaba recuperarse de la posguerra por encima de las ofertas de Bruselas, Detroit y Viena para organizar los Juegos de la XVIII Olimpiada.

Japón no se colgaba una medalla en atletismo desde los Juegos Olímpicos de Berlín'36 y las expectativas crecían a medida que se acercaba la hora de esas pruebas.

El 14 de octubre, cuatro días después de la simbólica aparición de Sakai con su antorcha, se disputó la final de los 10.000 metros.

Para el mundo quedó la sorprendente e inesperada victoria del estadounidense Billy Mills, un indio sioux. Pero para Japón surgió otra esperanza de gloria con el sexto lugar de Kokichi Tsuburaya.

Nacido el 13 de mayo en 1940, un año antes de que su país atacara Pearl Harbor, Tsuburaya había recibido una educación fermentada por el nacionalismo, el militarismo y los sacrificios de samuráis y kamikazes.

Empujado por la zaga de esos delirios de honor, se alistó en 1959 en las Fuerzas de Autodefensa de Japón y allí comenzó a destacar en las pruebas de largo aliento del atletismo, especialmente en el maratón.

Así que su gran día estaba marcado: 21 de octubre, a pesar de que el as en la manga de los anfitriones para la distancia de los 42 kilómetros y 195 metros era Toru Terasawa, que un año antes tuvo por algunos meses el récord mundial.

Pero la exigencia y la presión pasaron pronto la cuenta de cobro a Terasawa aquel día en que a las 13.00 horas tomaron la salida 68 fondistas de 35 países.

A pesar de haber sido operado de apendicitis 40 días antes, el campeón olímpico del momento, el etíope Abebe Bikila, así como el plusmarquista mundial, el británico Basil Heatley, acaparaban el favoritismo.

Bikila, que cuatro años antes se había colgado el oro corriendo descalzo la prueba en los Juegos de Roma'60, con unas zapatillas blancas se convirtió ese 21 de octubre en el primer bicampeón olímpico de la especialidad al pulverizar con 2 horas, 12 minutos y 11 segundos la marca mundial de 2h13:55 impuesta por Heatley.

Poco más de cuatro minutos después de aparecer Bikila por el túnel del Estadio Nacional para rematar el último tramo de su travesía apareció Tsuburaya para delirio de los 70.000 espectadores que colmaban las gradas. Y unos diez metros después le seguía Heatley.

Nada le sobraba al debutante olímpico de 24 años, que parecía correr empujado por el aliento de los suyos. Pero a unos 200 metros de la meta, el británico aumentó una marcha, rebasó a su rival y le arrebató la medalla de plata.

El bronce supo a poco a Tsuburaya, pese a que el suyo fue el primer metal en 28 años que obtenía su país en atletismo.

Tampoco le sirvió de alivio recordar que por delante de él cruzaron el campeón olímpico del momento, de cuya muerte se cumplirán 47 años este 25 de octubre, y el plusmarquista mundial hasta entonces, quien falleció el 3 de agosto de 2019.

En el podio las cámaras enfocaron al portador del número 77 perdido en sus pensamientos, ajeno a la fiesta, como presa del dolor en un velatorio.

Poco después confesó a su compañero Kenji Kimihara que había sentido vergüenza por la derrota ante sus compatriotas y humillación por su falta de reacción en los últimos metros.

Y aunque ya no eran los tiempos de vencer o morir, como tantas veces escuchó en la escuela, ni Kimihara ni nadie pudo borrar de la cabeza a Tsuburaya la creencia de que había deshonrado a la patria.

Él estaba convencido de que la única forma de expiar ese gran pecado era vencer cuatro años después la prueba olímpica en México.

O morir.

Las autoridades, también convencidas de la necesidad de mostrar al mundo otro tipo de superioridad de los japoneses, le diseñaron un brutal plan de preparación que no admitía emociones o distracciones como la familia o la novia, con la que planeaba casarse.

En suma, Kokichi solo tenía la misión de correr y correr.

Pero un año antes de los Juegos Olímpicos de México le fue diagnosticada una lumbalgia crónica que le obligó a parar hasta cuatro meses en los que estuvo hospitalizado.

Su regreso a los entrenamientos no fue el esperado. Sus tiempos y el desempeño, minados por el dolor, ensombrecieron sus perspectivas.

La mañana del 9 de enero de 1968, 9 meses y 3 días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de México, Tsuburaya no bajó a desayunar con sus compañeros de equipo.

Lo encontraron en su habitación con un tajo en el cuello hecho con una hoja de afeitar que le desgarró la carótida. Y a su lado un mensaje terrible: "Querido padre y querida madre: Kokichi está demasiado cansado para correr más".

Habían transcurrido 1.175 días desde que Kokichi Tsuburaya cruzó la meta derrotado en busca de un bronce que recibió con tristeza.

Y faltaban apenas 285 para su gran día, el de su revancha ese 20 de octubre de hace 52 años.

Abebe Bikila acudió a la cita pensando en el tricampeonato olímpico, pero 17 kilómetros después claudicó minado por el rigor de los 2.250 metros de altitud de Ciudad de México.

Y Kenji Kimihara, el testigo de la maratoniana agonía de su compatriota, obtuvo contra todos los pronósticos la medalla de plata en los Juegos de México'68.

A diferencia de Kokichi, ese día Kimihara lució feliz ante las cámaras al lado del campeón, el etíope Mamo Wolde. Hernán Bahos Ruiz

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