El juego de sus vidas

Exjugadores profesionales, entre ellos Alex Bruce, defensa que representó a catorce clubes profesionales en una carrera que abarcó casi dos décadas, en un partido informal en Mánchester, Inglaterra, el 12 de septiembre de 2023. (Kieran Dodds/The New York Times)
Exjugadores profesionales, entre ellos Alex Bruce, defensa que representó a catorce clubes profesionales en una carrera que abarcó casi dos décadas, en un partido informal en Mánchester, Inglaterra, el 12 de septiembre de 2023. (Kieran Dodds/The New York Times)

MÁNCHESTER, Inglaterra — Mientras los jugadores descansaban junto a la valla metálica al lado del campo, donde tomaban grandes bocanadas de aire y tragos de agua y realizaban una autopsia inmediata del partido que acababa de terminar, centraron su atención en tres elementos de discordia. Instintivamente, se dividieron en grupos de trabajo para abordar cada uno.

El primero estudió si se debió marcar un penalti que se pasó por alto absolutamente, como reclamó un querellante agraviado. El segundo investigó si una falta en particular flagrante fue premeditada (sí) y justificada (también sí). El tercero exploró el asunto espinoso de cuántos desvíos precedieron el último de los doce goles del partido —los estimados oscilaban entre dos y “cerca de un millón”— y, si, por lo tanto, permitir el gol podía considerarse, dentro de lo razonable, culpa del arquero.

Antes de que se pudiera resolver el asunto, la examinación se interrumpió. Cada jugador tuvo que hurgar en su cartera o bolsillos para encontrar 5 libras —poco más de 6 dólares— con lo cual pagar su parte del uso del campo. Mientras caminaban con rigidez hacia el estacionamiento, la discusión dio paso a una conversación sobre los planes para el resto de la noche y para la próxima semana.

Todo esto es parte del ritual de la cascarita, el picado, la pachanga. Es una conversación que ocurre miles de veces a la semana, en todo el mundo, después de miles de partidos como este. La única diferencia es la calificación de los participantes.

Los 20 jugadores que acaban de pagar unos 120 dólares por jugar durante una hora en una cancha de césped sintético al sur de Mánchester están acostumbrados a entornos bastante distintos. Entre todos, han participado en más de 1000 partidos —y anotado más de 100 goles— en la Liga Premier inglesa. Han jugado a nivel profesional en más o menos una docena de países. Entre ellos, hay jugadores que han ganado trofeos, han experimentado la Liga de Campeones y han representado a sus naciones.

Como lo dijo un jugador, la calidad exhibida es “aterradora”. Así debe ser: la víctima del penalti discutido es Ravel Morrison, otrora jugador del Manchester United y del West Ham. El juez del debate sobre la falta es Joleon Lescott, campeón de la Liga Premier y de la FA Cup con el Manchester City.

Un tiro de esquina durante un partido informal de fútbol de exjugadores de élite, en Mánchester, Inglaterra, el 12 de septiembre de 2023. (Kieran Dodds/The New York Times)
Un tiro de esquina durante un partido informal de fútbol de exjugadores de élite, en Mánchester, Inglaterra, el 12 de septiembre de 2023. (Kieran Dodds/The New York Times)

Todo el mundo coincide en que el participante habitual más dotado del juego —y el que demuestra el espíritu más competitivo sin ningún pudor— es Stephen Ireland, quien jugó durante una década en el Manchester City y el Aston Villa. Papiss Cissé y Oumar Niasse, quienes jugaron en el Newcastle United y el Everton respectivamente, son los dos jugadores que estiran las pantorrillas y no le hacen caso a la discusión.

Son parte de un elenco rotativo de profesionales —la mayoría de los cuales se retiró hace tan poco tiempo que aún se mantienen en forma— que vienen aquí todas las semanas para participar en el que tal vez sea el mejor juego de fútbol informal del mundo.

No fue diseñado para ser nada de eso. El partido semanal inició hace un par de años, cuando se empezaron a relajar los confinamientos por la pandemia y un grupo de amigos —la mayoría de los cuales había jugado a nivel semiprofesional, en los escalones inferiores de la pirámide futbolística de Inglaterra— creó un equipo de nivel aficionado, los Farmers, para jugar juntos los domingos.

Sin embargo, esta parte de Mánchester es un mundo relativamente pequeño. Los frondosos suburbios del sur de la ciudad y los pueblos dorados del norte de Cheshire albergan a docenas de jugadores profesionales, tanto retirados como en activo. No pasó mucho tiempo antes de que un par de ellos, amigos de amigos, aceptaron invitaciones para participar.

A partir de ahí, escaló con rapidez, mencionó Kial Callacher, uno de los fundadores del equipo. Pronto, los Farmers ganaron algunos partidos por “30 goles o algo así. Después de un tiempo, dejó de ser divertido”, comentó. Según se rumoraba, los rivales del equipo en general opinaban lo mismo. Todos los involucrados decidieron que sería mejor que los exprofesionales jueguen entre ellos.

Así nacieron sus partidos de una hora, celebrados los martes o miércoles por la noche. La lista de invitados se hizo cada vez más estelar. Algunas semanas pueden aparecer Antonio Valencia, John O'Shea, Danny Simpson y Danny Drinkwater, todos ellos campeones de la Liga Premier, o Nedum Onuoha, exjugador del Manchester City y actual analista de ESPN. Dale Stephens, un jugador de la Liga Premier hasta el año pasado, es uno de los pilares.

Hay muchos más que pasaron años en la Football League de Inglaterra. Pocos, si acaso, de los 66 miembros del grupo de WhatsApp del equipo no tienen al menos experiencia semiprofesional. Los partidos son competitivos, por decirlo en tono amable.

“El día anterior me acuesto temprano”, comentó Joe Thompson, un participante habitual que pasó 13 años como profesional, en su mayor parte en el Rochdale. “Estiro por la tarde, como bien, me hidrato... todo lo que hacía como profesional. No quieres perjudicarte ni tomarte libertades para el nivel. Sientes como si estuvieras todo el tiempo a prueba. Tienes que estar a tope o el grupo te lo hará saber”.

Una vez a la semana, estos jugadores pueden comprometerse con el juego en sus propios términos. No hay público. No hay dinero, solo el que se paga por utilizar la cancha. No hay más presión de la que ellos mismos se imponen. Todos cargan las cicatrices de una vida dedicada al deporte profesional. Esos días ya pasaron, pero no quieren decir adiós. Más bien, quieren jugar.

“Estás en una cancha, al aire libre, con un balón”, mencionó Thompson mientras veía cómo sus colegas y amigos se metían en sus autos. “Así era cuando empezamos a jugar. Creo que para la mayoría de ellos es una hora a la semana en la que pueden sentirse libres”.

Saben que eso es algo muy valioso. Este verano, el grupo jugó un par de partidos de exhibición contra equipos locales, bajo el nombre de Inter Retiro. Desde entonces, una productora se ha puesto en contacto con ellos con la idea de lanzar un canal de YouTube, para convertir su juego privado en contenido público.

Por supuesto que pueden ver el valor de la sugerencia, pero hay un inconveniente, por encima de todos los demás, que les hace dudar. El acto de observación cambiaría la naturaleza del acontecimiento. Una vez más, convertiría el fútbol en trabajo. Una vez a la semana, vienen a esta cancha porque no hay cámaras. No hay reflectores, no hay presión.

Aquí, por fin, pueden jugar.

c.2023 The New York Times Company