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Los jueces del distanciamiento social están vigilando

Desde hace tiempo, el internet ha sido identificado como un terreno fértil para la humillación pública, pero el coronavirus ha incrementado el nivel del juego. (Cari Vander Yacht/The New York Times)
Desde hace tiempo, el internet ha sido identificado como un terreno fértil para la humillación pública, pero el coronavirus ha incrementado el nivel del juego. (Cari Vander Yacht/The New York Times)

En la ciudad de Nueva York, había 26 grados Celsius y estaba soleado, así que estaba de holgazana echada en el sofá, curioseando en mi teléfono sin ningún objetivo en particular, cuando me detuve en una fotografía que habían tomado a unos pocos kilómetros de mi casa. Un montón de gente tomaba el sol en el césped verde de un muelle de Manhattan. En el centro, había un hombre de pie con calzones florales y nada más. Con las manos en la cintura y la barbilla hacia un lado artificiosamente, parecía como si estuviera posando en una competencia de fisicoculturismo. Enfrente de él, había una mujer volteando al cielo y con las manos hacia la cabeza como si fuera a alborotarse el pelo.

En la fotografía, tomada desde un ángulo que apuntaba directamente hacia el muelle, no se distinguían los cientos de metros de espacio, por lo tanto las personas que se asoleaban parecían pegadas como un solo organismo dorado con músculos tonificados, un tatuaje céltico en la espalda y una sonrisa lánguida. El único indicio de que esta no era otra ensoñación primaveral eran las mascarillas quirúrgicas color azul celeste que ocultaban los rostros de dos transeúntes.

Cuando esa y otras fotos del muelle aparecieron en Twitter e Instagram, la escena fue expuesta a otro tipo de multitud: la gente encerrada en sus casas, con la piel carente de vitamina D, con sus planes para la primavera frustrados a causa de las órdenes de quedarse en casa, la enfermedad o el luto. Sus respuestas a las publicaciones estaban plagadas de recriminaciones: la gente que tomaba el sol era el retrato del privilegio; las mascarillas en la foto se podían contar con una sola mano; nadie lamentaría que murieran.

En meses recientes, imágenes similares —de gente paseando en un malecón de Dorset, Inglaterra, relajándose en una playa de Orange County, California, o comprando en un mercado de flores de Londres— se han traído a rastras por el internet para ser sometidas a rondas de críticas. Desde hace tiempo, el internet ha sido identificado como un terreno fértil para la humillación pública, pero el coronavirus ha incrementado el nivel del juego. Si en el discurso en línea quedaba un ápice del beneficio de la duda entre extraños, esta enfermedad misteriosa, altamente contagiosa y mortal lo ha aniquilado.

Ahora, estamos de luto, aterrados y confundidos. Estamos desesperados por una válvula de escape y acusar a otros es uno de los pocos pasatiempos que siguen siendo accesibles para los que se están quedando en casa. Los que salen a correr han sido acusados de “despatarrar” sus gotitas por la vía pública. Un niño recibió un regaño por aparecer sin mascarilla en la calle. Alguien llamó a la policía porque un tipo estaba tocando la trompeta, a la que describieron como un “instrumento que usa saliva y viento”.

Sin embargo, la fotografía de la multitud en el espacio público se ha vuelto la imagen que mejor caracteriza al descrédito en tiempos de COVID-19. Solíamos publicar fotos en las que estábamos de día de campo en el parque o tomábamos el sol con nuestros amigos, y estas imágenes para avergonzar lucen siniestramente similares a aquellos símbolos antiguos de la primavera. Salvo que ahora tomamos fotos de otras personas para decir que esas personas son malas.

Ante la extraña ausencia de fotografías que documenten el número de muertes que ha provocado el coronavirus, los morbosos reciben como sustituto los avistamientos de alegría. Daniel Uhlfelder, un abogado de Florida, ha intentado que esa asociación sea literal al disfrazarse de la Parca y acosar las playas abiertas. Para algunos, la escena en el muelle recordó a “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte”, la pintura puntillista de Georges Seurat con los burgueses parisinos que están apoltronados cerca del Sena, a la cual se le juzga por las aficiones de su clase ociosa.

A menudo se sospecha que la gente que aparece en estas fotos de multitudes ocupa un lugar privilegiado en la sociedad. Tal vez son ricos y blancos o al menos jóvenes y sanos: el tipo de persona que es menos probable que sufra consecuencias graves a causa del virus o de la policía. Las fotos del muelle circularon justo cuando surgió el video donde aparece un oficial de la policía de Nueva York golpeando y arrestando a un hombre negro por incumplir el distanciamiento social. De las 40 personas que arrestó el Departamento de la Policía de Nueva York por violaciones al distanciamiento social en Brooklyn a lo largo del 4 de mayo, solo una fue blanca; durante una pandemia, los neoyorquinos negros tienen varias razones para sentirse inseguros fuera de casa. El amedrentamiento de las redes sociales suele ser comparado con “violencia” o “vigilancia”, pero no se compara en nada con la verdadera vigilancia policial violenta.

También hay otros mensajes culturales incorporados en estas fotos. Las imágenes de personas reunidas en las playas de Florida evocan la dinámica del meme del hombre de Florida, una imagen que se regodea con el retrato generalizado de los habitantes de Florida como pueblerinos criminalmente estúpidos. El muelle de la calle Christopher, el sitio de donde salieron las fotos virales de Nueva York, es prácticamente un monumento histórico de la cultura gay —de los postes de luz cuelgan banderas del arcoíris— y la indignación resucita viejos tropos de que los hombres gays dan un uso irresponsable y hedonista al cuerpo. Esas fotos fueron impactantes no solo porque los hombres en las fotografías no usaban mascarillas, sino también porque no usaban camisetas.

Se está gestando una reacción negativa en contra de la reacción negativa. Algunas de las fotografías que alimentan el descrédito parecieran engañosas, pues se colapsa la profundidad de la toma para que parezca que los ciclistas se están respirando en el cuello y la gente que se asolea parezca estar tendida una sobre la otra. Otras fotos que se tomaron en la reunión en el muelle revelan amplios espacios verdes entre los cuerpos. Los defensores de las multitudes no han tardado en dar el paso evolutivo para convertirse en analistas forenses fotográficos que exploran los metadatos, analizan las sombras y se vuelven versados en los efectos de los teleobjetivos.

La mayoría de los días, me siento tanto el humillador como la multitud. Se me ha olvidado usar una mascarilla y he visto con sospecha a la gente sin mascarilla. Tanto las multitudes como los humilladores están reaccionando frente a la misma causa de estrés: una respuesta gubernamental de una incompetencia catastrófica, que se reduce a advertirnos que evitemos todo el contacto humano de manera indefinida.

El día que vi las fotografias del baño de sol, también fui al parque, donde decidí pasar a través de la gente para hacer ejercicio y ver un ganso. En las últimas semanas, incluso he estirado mi cuerpo en un césped público. Intento ser cuidadosa, pero también intento sentirme como una persona. Pensé que estaba dejando una distancia segura con los demás, pero, ¿yo qué sé? ¿Quién sabe algo? He tenido la suerte de que nadie haya decidido que, en realidad, él o ella es más sensato, y me haya tomado una fotografía para avergonzarme… o algo peor.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company