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Jóvenes iraquíes, esperanzados tras la invasión de EEUU

IRAK-GUERRA-ANIVERSARIO (AP)
IRAK-GUERRA-ANIVERSARIO (AP)

En las márgenes del río Tigris durante un atardecer reciente, hombres y mujeres jóvenes de Irak en pantalones de mezclilla y zapatillas bailaban con abandono alegre al ritmo de la música de un astro local de rap mientras un sol bermellón se ponía en el horizonte. Eso está a un mundo de distancia del terror que prosiguió a la invasión de Estados Unidos hace 20 años.

En la actualidad, la capital de Irak rebosa de vida y un sentimiento de renovación, en un momento en que sus residentes disfrutan de un inusual interludio de paz en su dolorosa historia moderna. Los puestos de madera del mercado de libros al aire libre de la ciudad están llenos de pilas de libros de tapa blanda empolvados, y abarrotados de compradores de todas las edades e ingresos. En un suburbio que alguna vez fue semillero de Al Qaeda, afluentes jóvenes pasean en sus coches deportivos, y un club recreativo de ciclistas organiza paseos semanales en bici a zonas donde solía librarse la guerra. Un par de edificios ostentosos resplandecen donde alguna vez cayeron bombas.

El presidente George W. Bush dijo que la invasión liderada por Estados Unidos el 20 de marzo de 2003 era una misión para liberar al pueblo iraquí y erradicar armas de destrucción masiva. El gobierno de Saddam Hussein fue derrocado en 26 días. Dos años después, el inspector principal de armamento de la CIA reportó que nunca se encontraron reservas de armas nucleares, químicas ni biológicas.

La guerra derrocó a un dictador que encarcelaba, torturaba y ejecutaba a disidentes, y gracias a ello mantuvo a 20 millones de personas viviendo con miedo durante un cuarto de siglo. Sin embargo, el conflicto también fragmentó al que había sido un Estado unificado en el corazón del mundo árabe, generando un vacío de poder y dejando a Irak, rico en petróleo, convertido en una nación herida en Medio Oriente, propicia para ser objeto de una lucha de poder entre Irán, los estados árabes del Golfo Pérsico, Estados Unidos, grupos terroristas y las propias sectas y partidos rivales de Irak.

Para los iraquíes, el trauma persistente de la violencia que siguió es innegable: se estima que unos 300.000 fueron asesinados entre 2003 y 2023, según el Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown, al igual que más de 8.000 militares, contratistas y civiles estadounidenses. El periodo estuvo marcado por el desempleo, el desplazamiento, la violencia y el terrorismo sectarios, y años sin electricidad confiable ni otros servicios públicos.

Hoy, la mitad de la población de Irak de 40 millones no tiene la edad suficiente para recordar cómo era la vida con Saddam ni mucho sobre la invasión de Estados Unidos. En decenas de entrevistas recientes, desde Bagdad a Faluya, jóvenes iraquíes deploraron la pérdida de estabilidad posterior a la caída de Saddam, pero dijeron que la guerra ha quedado en el pasado y muchos están esperanzados por las libertades y oportunidades nacientes para perseguir sus sueños.

En una sala de mármol con lámparas en el techo en el palacio donde alguna vez vivió Saddam, el presidente Abdul Latif Rashid, sentado en una mullida silla tapizada con estampado de damasco y rodeado de pinturas de artistas iraquíes modernos luego de que asumió el poder en octubre, habló con entusiasmo sobre las expectativas de la nación. La percepción que el mundo tiene de Irak de ser un país asolado por la guerra ha quedado congelada en el tiempo, dijo a The Associated Press en una entrevista.

Irak es rico; la paz ha vuelto, señaló, y hay oportunidades en el futuro para los jóvenes de un país que está viviendo un auge demográfico. “Si tienen un poco de paciencia, creo que la vida mejorará de forma drástica en Irak”, manifestó.

La mayoría de los iraquíes no se muestran igual de optimistas. Las conversaciones comienzan con amargura, haciendo notar que la destitución de Saddam dejó al país en ruinas y propicio para la violencia y la explotación a manos de milicias sectarias, políticos y criminales decididos a enriquecerse o comprometidos con otras naciones. Sin embargo, al hablar con los jóvenes iraquíes, se percibe una generación que está lista para darle vuelta a la página. ___ Safaa Rashid, de 26 años, es un escritor con cola de caballo que habla de política con amigos en una cafetería acogedora en el distrito Karrada de la capital. Con una librería bien abastecida en un rincón, fotos de escritores iraquíes y afiches de viaje, el café y su clientela bien podrían encontrarse en Brooklyn o Londres.

Rashid era un niño cuando llegaron los estadounidenses, pero lamenta “la pérdida de un Estado, un país que tenía ley y clase dirigente” posterior a la invasión. El Estado iraquí quedó destrozado y vulnerable frente a luchas de poder internacionales e internas, asegura. Hoy es distinto; él y colegas con ideas afines pueden sentarse en una cafetería y hablar con libertad sobre soluciones. “Creo que los jóvenes intentarán corregir esta situación”, señaló.

Otro día, un café distinto. Noor Alhuda Saad, de 26 años, estudiante de doctorado en la Universidad de Mustansiriya que dice ser activista política, señala que su generación ha encabezado manifestaciones para denunciar la corrupción, exigir servicios y buscar elecciones más incluyentes, y no se detendrá hasta que haya construido un Irak mejor.

“Después de 2003, la gente que llegó al poder” —partidos suníes y chiíes de la vieja guardia, con sus milicias y bandas afiliadas— “no entendían (el concepto de) la democracia compartida”, manifestó, al tiempo que golpeteaba sus uñas color verde claro sobre la mesa.

“Los jóvenes como yo nacemos en este ambiente e intentamos cambiar la situación”, agregó, y culpa al gobierno de no restaurar los servicios públicos y establecer un Estado completamente democrático tras la ocupación. “La gente en el poder no considera que estos sean asuntos importantes para que los resuelvan. Y por eso estamos activos”. ___

Los indicios de la invasión y la insurgencia han desaparecido de Bagdad en gran medida. El antiguo Hotel Palestina, la plaza Firdos, la Zona Verde, la carretera al aeropuerto acribillada por ataques de ametralladoras y artefactos explosivos improvisados han sido cubiertos con jardines o estuco y pintura fresca.

La invasión sólo existe en la memoria: destellos anaranjados y conmociones cerebrales a consecuencia del diluvio de bombas estadounidenses con las que se implementaba la doctrina de “dominio rápido” en una cacofonía estruendosa; tanques desplazándose por el terraplén del río; las fuerzas iraquíes luchando sobre el Tigris o sumergiéndose en el agua para evitar a los soldados estadounidenses; bajas civiles y el intento desesperado, fallido, por salvar a un colega periodista gravemente herido por el ataque de un tanque estadounidense en los últimos días de la batalla por Bagdad. Columnas de humo se levantaban sobre la ciudad mientras civiles iraquíes empezaban a saquear ministerios e infantes de Marina de Estados Unidos derribaban la famosa estatua de Saddam.

La que parecía ser una pronta victoria para las fuerzas lideradas por Washington fue ilusoria: la mayor pérdida de vidas llegó en los meses y años posteriores. La ocupación desató una tenaz resistencia de guerrillas, combates amargos para hacerse del control del campo y las ciudades, una prolongada guerra civil, y el ascenso del grupo Estado Islámico, que propagó el terrorismo más allá de Irak y Siria, por todo Medio Oriente, África, Asia y Europa.

La experiencia larga y abrumadoramente costosa en Irak expuso las limitaciones de Estados Unidos para exportar la democracia y tuvo un efecto corrector en el enfoque de Washington frente a los combates extranjeros, por lo menos de forma temporal. En Irak, su democracia aún está por definirse. ___

Las barreras antiestallidos le han cedido el lugar a vallas publicitarias, restaurantes, cafés y centros comerciales, e incluso a desarrollos inmobiliarios desmesurados. Con 7 millones de habitantes, Bagdad es la segunda ciudad más grande de Medio Oriente, después de El Cairo, y sus calles están repletas de automóviles y comercio a todas horas, poniendo a prueba las aptitudes de los policías de tránsito que lucen brillantes cascos reflejantes.

Aquí, la vida cotidiana no parece muy distinta de la de cualquier otra metrópolis árabe. Pero en los desiertos distantes del norte y el oeste de Irak, todavía hay enfrentamientos ocasionales con los remanentes del grupo Estado Islámico. El conflicto a fuego lento involucra a combatientes peshmerga kurdos, soldados del ejército iraquí y a unos 2.500 asesores militares estadounidenses que siguen en el país.

Es uno de los problemas persistentes de Irak. Otro es la corrupción endémica: una auditoría del gobierno efectuada en 2022 destapó una red de antiguos funcionarios y empresarios que robaron 2,5 mil millones de dólares.

Mientras tanto, jóvenes que nacieron en la era digital están poniendo a prueba las fronteras de la identidad y la libertad de expresión, sobre todo en TikTok e Instagram. A veces miran por encima del hombro, conscientes de que milicias oscuras vinculadas con partidos políticos podrían estar escuchando, listas para reprimir tanto liberalismo. Más de una docena de influencers de redes sociales fueron arrestados recientemente, parte de medidas enérgicas para acabar con el contenido “inmoral”, y este mes autoridades aseguraron que implementarían una ley inactiva desde hace tiempo que prohíbe la importación de alcohol.

En 2019 y 2020, iraquíes hartos, sobre todo jóvenes, se manifestaron en todo el país contra la corrupción y la falta de servicios básicos. Después de que más de 600 murieron a manos de fuerzas gubernamentales y milicias, el Parlamento accedió a hacer una serie de cambios en la ley electoral diseñados para permitir que más minorías y grupos independientes compartan el poder. ___

El sol cae intensamente sobre Faluya, la ciudad principal en la región de Anbar que alguna vez fue un hervidero de milicianos de Al Qaeda de Irak y posteriormente del grupo Estado Islámico. Debajo de las vigas de hierro del puente que cruza el Éufrates en la ciudad, tres jóvenes de 18 años regresan a casa de la escuela para el almuerzo.

En 2004, este puente fue el lugar de una escena horripilante. Cuatro estadounidenses del contratista militar Blackwater fueron emboscados, sus cadáveres arrastrados por las calles, mutilados, quemados y colgados a manos de insurgentes como si fueran trofeos, mientras algunos residentes cantaban en señal de celebración. Para los jóvenes de 18 años, es una historia que han escuchado de sus familias, distante e irrelevante para sus vidas.

Uno quiere ser piloto, dos aspiran a ser médicos. Se enfocan en sacar buenas calificaciones, según dicen.

En la actualidad, Faluya está viviendo un renacimiento en la construcción bajo el exgobernador de Anbar, Mohamed al Halbusi, hoy presidente del Parlamento iraquí. Ha ayudado a destinar millones de dólares de fondos del gobierno para reconstruir la ciudad, que ha experimentado repetidas oleadas de combates, entre ellas dos campañas del ejército estadounidense para sacar de la ciudad a Al Qaeda y al grupo Estado Islámico.

Faluya resplandece con nuevos apartamentos, hospitales, parques de diversiones, un paseo peatonal y una puerta renovada para la ciudad. Sus mercados y calles son muy bulliciosos. Pero los funcionarios se mostraban renuentes a permitir que reporteros occidentales deambulen por la ciudad sin un acompañante. El primer intento del equipo de la AP para ingresar se vio frustrado en un puesto de control.

Al día siguiente intervinó la oficina del primer ministro, y se autorizó la visita, pero sólo con policías que seguían a los reporteros a distancia, supuestamente para su protección. El desacuerdo en lo referente a la seguridad y el acceso a la prensa es un indicio de la incertidumbre que pesa sobre la vida aquí.

A pesar de ello, el doctor Huthifa Alissawi, de 40 años, imán y líder de una mezquita, asegura que esas tensiones son insignificantes, comparadas con lo que vivió su congregación. Irak ha estado sumido en guerra durante la mitad de la vida de él. Cuando el grupo Estado Islámico invadió Faluya, su mezquita fue tomada y le ordenaron predicar en favor del “califato” o de lo contrario sería asesinado. Les dijo que lo pensaría, y después huyó a Bagdad. Contó 16 asesinatos de miembros de su mezquita.

“Irak ha tenido muchas guerras. Perdimos mucho, a familias enteras”, dijo. En estos días, aseguró, está disfrutando la nueva sensación de seguridad que se vive en Faluya. “Si continúa así, es perfecto” ___

Ciudad Sáder, un suburbio conservador en el este de Bagdad, de clase trabajadora y chií en su mayor parte, es hogar de más de 1,5 millones de personas. En una red de calles densamente pobladas, mujeres portan abayas y hiyabs y tienden a permanecer en casa. El vehemente líder religioso Moqtada al Sadr, de 49 años, sigue siendo el poder político dominante, aunque rara vez visita esta ciudad desde su sede en Nayaf, 200 kilómetros (125 millas) al sur. Sus retratos, y los de su padre el ayatolá, muerto a manos de hombres armados en la era de Saddam, se erigen imponentes.

En una avenida ruidosa, plena de contaminación atmosférica, dos amigos tienen tiendas contiguas: Haider al Saady, de 28 años, arregla los neumáticos de los taxis y los “tuk-tuks” motorizados de tres ruedas que abarrotan las calles llenas de baches, mientras que Alí al Mummadwi, de 22, vende madera para la construcción.

Densas madejas de cables conectados a generadores forman un dosel sobre el barrio. La electricidad en la ciudad funciona sólo dos horas a la vez; después de eso, todos dependen de generadores.

Relatan que trabajan 10 horas al día y se mofan cuando escuchan las promesas del presidente de Irak de que la vida será mejor para la generación más joven.

“Son sólo palabras, nada en serio”, dice Al Saady, sacudiendo la cabeza. Ciudad Sáder fue un caldo de cultivo para el sentimiento anti-Saddam, pero Al Saady —demasiado joven para recordar al dictador derrocado— expresa nostalgia por la estabilidad de aquella época.

Su compañero está de acuerdo: “Saddam era un dictador, pero la gente vivía mejor, en paz”. Desestimando a los funcionarios actuales por considerarlos peones de poderes externos, Al Mummadwi agregó: “Nos gustaría tener a un líder fuerte, un líder independiente”. ___

Cuando hace poco se propagó la noticia de que un músico que nació y se crió en Bagdad, cuyas canciones tienen millones de vistas en YouTube, encabezaría una fiesta de rap que se celebraría en un elegante restaurante nuevo en el oeste de Bagdad, sus seguidores compartieron su emoción vía mensajes de texto e Instagram.

Khalifa OG rapea sobre las dificultades de encontrar trabajo y ridiculiza a la autoridad, pero sus letras no son abiertamente políticas. Una canción que interpretó bajo luces estroboscópicas sobre un jardín con césped al lado del Tigris se burla de los “jeques” que ejercen el poder en el nuevo Irak mediante la riqueza o los contactos políticos.

Uno de sus seguidores, Abdalá Rubaie, de 24 años, apenas podía contener la emoción. “Sin duda la paz facilita” que los jóvenes se reúnan así, dice. Su medio hermano Ahmed Rubaie, de 30 años, está de acuerdo.

El sectarismo sunií-chií que derivó en una guerra civil campal en Irak de 2006 a 2007, en la cual todas las mañanas aparecían los cadáveres de víctimas ejecutadas en las calles de los barrios o en el río, es una de las heridas de la sociedad que los raperos y sus fans quieren sanar.

“Tuvimos mucho dolor… tenía que parar”, djo Ahmed Rubaie. “No ha desaparecido del todo, pero no es como antes”.

Los jóvenes seglares cuentan que, a diferencia de su padres que vivieron bajo Saddam, no temen hacerse escuchar. Las manifestaciones de 2019 les dieron confianza, incluso de cara al contragolpe de los partidos prorreligiosos.

“Rompió un muro que estaba allí antes”, dice Ahmed Rubaie. ___

El primer ministro de Irak, Mohamed Shia al Sudani, asumió el poder en octubre. Exministro gubernamental de derechos humanos y gobernador de la provincia de Mesena, al sureste de Bagdad, lo apoyó una coalición de partidos chiíes proiraníes tras un estancamiento de un año. A diferencia de otros políticos chiíes que huyeron durante la era de Saddam, él nunca salió de Irak, incluso después de que ejecutaron a su padre y cinco hermanos.

Trabaja en un antiguo palacio de Saddam que funcionarios estadounidenses y británicos, y expertos civiles, usaban en sus intentos frenéticos por construir una nación. Al Sudani sigue luchando con algunos de los problemas que agobiaron a los invasores, incluido el restaurar las relaciones regionales y equilibrar los intereses entre los chiíes, suníes y kurdos. Dijo que su principal prioridad será construir la confianza entre la gente y el gobierno.

“Necesitamos ver resultados tangibles: oportunidades laborales, servicios, justicia social”, asevera Al Sudani. “Estas son las prioridades de la gente”. ___

Una de las milicias chiíes que participaron en esa campaña contra el grupo Estado Islámico es Kataeb Hezbolá, o los Batallones de Hezbolá, ampliamente considerados representantes de Irán y primos del Hezbolá en Líbano y Siria. También forman parte de la coalición política que instauró el gobierno de Al Sudani.

El vocero de Kataeb Hezbolá, Jafar al Hussaini, se reunió con la AP en un restaurante al aire libre en Dijlas Village, en Bagdad, un opulento complejo de jardínes, spas y una fuente danzante con vista al Tigris, de 5 meses de antigüedad, un Xanadú idílico que parece trasplantado desde el rico Dubái.

Al Hussaini expresó optimismo por el nuevo gobierno iraquí y desprecio por Estados Unidos. Dijo que Washington le vendió a Irak una promesa de democracia pero no logró entregar infraestructura, electricidad, viviendas, escuelas ni seguridad.

“Veinte años después de la guerra, queremos construir un nuevo Estado. Nuestro proyecto es ideológico y estamos en contra de Estados Unidos”, asegura. ___

Lejos de tal lujo, Mohamed Zuad Khaman, de 18 años, que trabaja en el café de kebabs de su familia en uno de los barrios más pobres de Bagdad, resiente el control de las milicias en el país porque son un obstáculo para cumplir sus sueños de una carrera deportiva. Khaman es un futbolista talentoso, pero dice que no puede jugar en los clubes amateurs de Bagdad porque no tiene “contactos” con las bandas relacionadas con las milicias que controlan a los equipos deportivos de la ciudad.

Recibió una oferta para entrenar en Catar, señaló, pero un agente le cobraba 50.000 dólares, muy por encima de los recursos de su familia.

La guerra y la pobreza lo obligaron a perderse varios años de la escuela, dijo, y está intentando obtener su título de secundaria. Mientras tanto, lleva a casa unos 8 o 10 dólares al día tras limpiar mesas y servir comida y té. Figura entre los iraquíes a quienes les gustaría irse.

“Si tan sólo pudiera llegar a Londres, tendría una vida distinta”, declaró. ___ En contraste, para Muammel Sharba, de 38 años, que logró obtener una buena educación pese a la guerra, el nuevo Irak ofrece promesas que él no esperaba.

Profesor de matemáticas e inglés técnico en el campus de la Universidad Técnica Media en Bakuba, una ciudad otrora asolada por la violencia en Diyala, al noreste de Bagdad, Sharba partió en 2017 hacia Hungría, donde se doctoró con una beca del gobierno iraquí.

Regresó el año pasado con la idea de cumplir sus obligaciones contractuales con su universidad y después mudarse a Hungría de manera permanente. Sin embargo, se quedó impresionado con los cambios en su tierra natal y ahora piensa quedarse.

Un motivo: descubrió la naciente comunidad de ciclistas en Bagdad que se reúnen todas las semanas para hacer paseos organizados. Hace poco fueron en bicicleta a Samarra, en donde en 2006 ocurrió uno de los peores ataques sectarios de la guerra, un atentado que dañó la gran mezquita de la ciudad, de 1.000 años de antigüedad.

Sharba se volvió entusiasta del ciclismo en Hungría, pero nunca se imaginó hacerlo en su país. También se percató de otros cambios: mejor tecnología y menos burocracia que le permitieron subir su tesis a internet y validar en línea su doctorado en el extranjero. Obtuvo su licencia de manejo de la misma forma, en un día. Con mejoras en la infraestructura, incluso ha notado que las calles están mejor pavimentadas.

La seguridad en Diyala no es perfecta, señaló, pero hay menos tensión que antes. No todos sus colegas son igual de optimistas, pero él prefiere ver el vaso medio lleno.

“No creo que los países europeos fuesen siempre como son ahora. Experimentaron un largo proceso y muchos obstáculos, y poco a poco mejoraron", manifestó. "Creo que necesitamos dar esos pasos también”.

En una tarde reciente, una doble fila de ciclistas emocionados recorrían un trayecto por las calles ajetreadas de la capital durante un paseo nocturno, Sharba entre ellos. Alzaron los brazos vestidos con prendas color verde neón para hacer un saludo alegre mientras iban saliendo.

A medida que la luz del día se desvanecía para darle paso a una puesta de sol carmesí, no era difícil imaginar que Irak, al igual que ellos, podría estar en camino hacia un sitio mejor.

___ Nota del editor: John Daniszewski y Jerome Delay estuvieron en Bagdad hace 20 años, cuando Estados Unidos inició la guerra. Relataron cómo se desmoronó el país en textos y fotos. Regresaron 20 años después para este reportaje especial sobre cómo ha cambiado Irak en el transcurso de dos décadas, sobre todo para sus jóvenes. ____ John Daniszewski es vicepresidente de estándares y editor general de la AP. Jerome Delay es fotógrafo en jefe en Johannesburgo, Sudáfrica. El reportero de la AP Qassim Abdul-Zahra y Abby Sewell, directora de noticias de la AP para Siria, Líbano e Irak, contribuyeron a este reportaje desde Bagdad.