Inversionistas se rebelan contra enfoque de país rico de Brasil

(Bloomberg) -- La ola de gasto para estímulos del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se ganó elogios por salvar a los brasileños de lo peor del dolor económico de la pandemia.

Pero ahora, a medida que pasa lo peor de la crisis sanitaria, aumenta la ansiedad en los círculos financieros sobre cómo va a pagarla. Los inversionistas han estado vendiendo la moneda y las acciones del país, provocando una salida que este año casi no tiene comparación con otro país del mundo, y se niegan cada vez más a comprar cualquier cosa que no sean bonos gubernamentales con el menor de los plazos.

Con un valor de US$107.000 millones, el programa de ayuda de Bolsonaro se parece más a los paquetes de estímulo masivos diseñados por las naciones más ricas del mundo que a los improvisados por los pares de Brasil con calificación crediticia basura en mercados emergentes. Dado que el monto equivale a 8,4% de la producción económica anual del país, es incluso proporcionalmente mayor que los planes promulgados por el Reino Unido y Nueva Zelanda.

Todo lo anterior convierte a Brasil en una especie de estudio de caso económico de covid-19: ¿puede una nación en desarrollo de nivel medio emular la respuesta fiscal y monetaria de los países más solventes del mundo y salirse con la suya? ¿O se hundirá en una crisis financiera?

Arminio Fraga, quizás el exbanquero central más respetado de Brasil, dice que ahora existe la posibilidad muy real de que se produzca un desastre de gran magnitud. “Puedo ver economías maduras haciendo todo tipo de movimientos acrobáticos con sus bancos centrales. Eso está bien, pueden”, dice Fraga, quien ayudó a evitar un incumplimiento de deuda en 1999 y hoy dirige un fondo de cobertura, Gavea Investimentos, en Río de Janeiro. “Aquí en Brasil es diferente. Tenemos mucha deuda”.

Por supuesto, la mayoría de los países ricos también tienen muchas deudas. El Fondo Monetario Internacional predice que Estados Unidos y Canadá terminarán este año con una proporción de deuda a producto interno bruto por encima de 100% y dice que la de Japón se disparará a 266%, todo muy por encima de la proporción de 95% que prevé la Administración de Bolsonaro para fin de año. Pero Brasil, con su largo historial de impagos e inflación galopante, no tiene la credibilidad en los mercados que tienen esos países. Además, el ritmo al que está subiendo el índice de endeudamiento (ha aumentado 30 puntos porcentuales solo en los últimos cinco años) alarma a los inversionistas.

La expectativa de inflación en Brasil, aunque no se parezca siquiera vagamente a los años hiperinflacionarios de mediados de la década de 1990, están aumentando rápidamente en medio de la preocupación de que el Gobierno carece de voluntad política para controlar el gasto.

En medio de la pandemia, otros países en desarrollo, como Perú y Chile, implementaron estímulos mayores en relación con el tamaño de sus economías, pero disfrutan calificaciones crediticias de grado de inversión y comenzaron con cargas de deuda mucho menores.

“Coronavales”

En Brasil, la mayor parte del estímulo, alrededor de US$57.000 millones, se destinaron a estipendios mensuales para los más pobres, que pudieron seguir alimentándose y gastando mientras la economía se contraía. Las transferencias de efectivo, que se conocieron como “coronavales”, en última instancia redujeron la pobreza y dispararon la popularidad de Bolsonaro. El FMI aplaudió la respuesta por evitar una recesión económica más profunda y estabilizar los mercados financieros.

Lo que tiene preocupados a los economistas es cómo el presidente, un autodenominado conservador en términos presupuestarios, concilia un déficit primario récord con un repentino deseo de hacer que parte de la ayuda sea permanente después de que expire el estímulo el 31 de diciembre. Los funcionarios del FMI, en el mismo informe que alababa la ayuda inicial, advirtieron que los crecientes niveles de deuda pública representaban un riesgo para Brasil.

Una brecha presupuestaria primaria estimada en 12,1% del PIB y las crecientes dudas sobre la capacidad de Bolsonaro para encontrar una manera de pagar más gasto social han agitado los mercados.

La demanda de los operadores de primas por mantener deuda a más largo plazo se ha disparado en medio del mayor riesgo, con tasas de swap que expiran en aproximadamente cinco años en 6,82%, frente a 5,39% en julio. El real brasileño se ha desplomado casi 30% este año, arrastrando a la baja los rendimientos en dólares de las acciones. La moneda, que ya se encuentra bajo presión debido a que las tasas bajas récord erosionaron su atractivo de carry trade, ha visto cómo la volatilidad se dispara a medida que los operadores reaccionan a los titulares sobre el gasto público.

Tasas de punto de equilibrio

Las expectativas de inflación también se han disparado y los inversionistas ahora valoran aumentos de precios anuales de 4,4% durante la próxima década, frente a 3,8% tan solo 12 meses antes.

Quizás el signo más siniestro es la dificultad para vender deuda a más largo plazo, incluso cuando naciones como Estados Unidos coquetean con la idea de ofrecer valores con vencimientos de 50 a 100 años. En Brasil, el vencimiento promedio de los bonos del Gobierno local vendidos en subasta fue de 2,36 años en agosto, frente a los 4,95 años del año anterior. Desde entonces, el movimiento hacia notas a corto plazo solo ha crecido.

En las subastas de bonos en lo que va de mes, por ejemplo, los instrumentos a seis meses, el plazo más corto disponible con una tasa fija, representaron 44% de la deuda a tasa fija vendida, en comparación con solo 11% en octubre de 2019.

Déficit presupuestario

El cambio a la venta de bonos a corto plazo en los últimos meses se debió a las preocupaciones de los inversionistas sobre la cantidad de gasto público, reconoció en una entrevista José Franco de Morais, subsecretario de deuda pública del Ministerio de Hacienda. Espera que las cosas se normalicen en los próximos meses a medida que los inversionistas ganen confianza en que los desembolsos se recuperarán.

Pero el problema que tienen los inversionistas con Brasil es su historial de gasto excesivo y permitir que los aumentos de precios al consumidor inflen su deuda.

Casi una década después de la crisis de 2008, el predecesor de Bolsonaro instauró un límite de gasto establecido por mandato constitucional para ayudar a recuperar la confianza de los inversionistas. Pero el Congreso autorizó a Bolsonaro a sobrepasarlo este año por única vez, y los inversionistas están atentos a las señales de que devolverá al país a la senda de la estabilidad fiscal.

Generaciones futuras

“El límite de gasto es un símbolo, una bandera de lucha que algunos de nosotros en las trincheras usamos para defender a las generaciones futuras”, dijo el ministro de Economía, Paulo Guedes, este mes en un evento. “No podemos seguir con una deuda en aumento, altas tasas de interés e impuestos altos”.

Pero hasta ahora es difícil saber qué está planeando Bolsonaro. Su última propuesta para pagar la ayuda pospandémica sacudió los mercados el mes pasado, dejando a su propio equipo económico a cargo del control de daños, debido a la creciente preocupación de que el compromiso con los límites de gasto no es serio.

Desde entonces, archivó las discusiones futuras hasta después de las elecciones municipales del próximo mes, dejándolo con una pequeña ventana para llegar a un acuerdo entre el cierre de las urnas y el comienzo del nuevo año.

Morais dijo que se respetará la regla fiscal y que el próximo programa de estímulo será menor de lo que temían algunos inversionistas. Agregó que hay mucha liquidez en el mercado de bonos local.

“El tiempo estará trabajando en contra del Gobierno”, dijo Roberto Secemski, economista especializado en Brasil de Barclays Plc. En última instancia, los inversionistas quieren un plan “que nos diga que el endeudamiento público se estabilizará”.

Nota Original:Investors Rebel Against Brazil’s Rich-Nation Approach to Crisis

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