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Al interior del Pueblo de la Alabanza, la unida comunidad de fe de Amy Coney Barrett

La juez Amy Coney Barrett, nominada por el presidente Donald Trump para la Corte Suprema, en el Capitolio de Washington, el 1.° de octubre de 2020. (Anna Moneymaker/The New York Times)
La juez Amy Coney Barrett, nominada por el presidente Donald Trump para la Corte Suprema, en el Capitolio de Washington, el 1.° de octubre de 2020. (Anna Moneymaker/The New York Times)

Hace unos 35 años en Nueva Orleans, un joven abogado de la Shell Oil Co. recibió una oportunidad laboral que debió haber sido digna de celebración: un prestigioso traslado a la oficina principal en Houston y un considerable aumento de sueldo. En papel, el ascenso era un golpe de suerte para el padre de seis hijos. En la práctica, era devastador. Le dio la noticia a su esposa en la entrada de su casa. “Esto es terrible”, le dijo. “Irnos a Houston significa que la vida de nuestra familia nunca será la misma”.

La vida de la familia en Luisiana giraba en torno a una comunidad cristiana inusualmente unida y de reciente creación. Los miembros acudían a rezar y socializaban durante varias horas todos los domingos. A menudo compartían las mismas casas o los mismos barrios. Algunos consultaban a los líderes sobre todo tipo de cuestiones, desde el presupuesto familiar hasta con quién debían casarse.

Durante unos tres meses, Mike Coney aguantó, e hizo el viaje entre Texas y Luisiana. Luego renunció al trabajo. “Nuestra vida estaba en una comunidad de alianza en Nueva Orleans”, reflexionó mucho después en una revista publicada por la comunidad, que más tarde se conocería como el Pueblo de la Alabanza (People of Praise, en inglés). “Por el bien de nuestros hijos y el nuestro, necesitábamos relaciones comprometidas con otros cristianos que fueran serios en su fe”, afirmó.

La hija mayor de la familia Coney, Amy, pasó los años formativos de su infancia inmersa en esa demandante comunidad de fe en Luisiana. Posteriormente, asistió a la Facultad de Derecho en South Bend, Indiana, donde se encuentra el centro nacional del grupo. Se casó con un hombre llamado Jesse Barrett, quien había crecido en la comunidad del Pueblo de la Alabanza de South Bend, y se estableció allí para criar a su familia. Y ahora, Amy Coney Barrett ha sido nominada para convertirse en la próxima jueza de la Corte Suprema del país.

Barrett, quien se ha descrito a sí misma como una católica fiel, no parece haber hablado nunca públicamente de la comunidad religiosa que ha tenido un papel significativo en su vida. Sin embargo, su nominación a la Corte Suprema tras la muerte de Ruth Bader Ginsburg ha hecho que el Pueblo de la Alabanza, que solo cuenta con 1650 miembros adultos, sea el centro de atención de los medios. Junto con la atención ha llegado el escrutinio de las creencias y prácticas conservadoras del grupo, a quien se le ha atribuido falsamente haber inspirado la novela distópica de Margaret Atwood “El cuento de la criada”.

El Pueblo de la Alabanza es un pequeño grupo religioso especialmente insular con una amalgama inusual de influencias. La mayoría de los miembros del grupo son católicos y, sin embargo, sus prácticas de culto se basan en las tradiciones extáticas del cristianismo carismático, que incluyen el don de hablar en lenguas. El estilo muy unido del grupo surgió en la década de los sesenta, cuando los ideales hippies (de que vivir en comunidad profunda con otros era superior a estar solo) entraron en la vida católica. También tiene una inclinación intelectual desde sus orígenes en comunidades académicas como la Universidad de Notre Dame, donde Barrett ha sido profesora durante dieciocho años.

Las creencias del grupo —que incluyen una visión estricta de la sexualidad humana que acepta las normas tradicionales de género y rechaza abiertamente a los hombres y mujeres homosexuales— coinciden con otras tradiciones conservadoras de fe. Según documentos y entrevistas con exmiembros, lo notable del grupo es que incluso en el contexto de comunidades de fe devotas, los miembros del Pueblo de la Alabanza están profundamente arraigados en la vida de los demás.

Varios miembros actuales del grupo no respondieron a las solicitudes de entrevistas o se negaron a hablar, citando preocupaciones sobre privacidad. Barrett y los miembros de su familia no respondieron a las solicitudes de entrevista. Dado que los que sí accedieron a las entrevistas habían abandonado la comunidad, era más probable que sus perspectivas fueran negativas.

Sean Connolly, un vocero del grupo, dijo en una declaración: “Como una comunidad ecuménica, nos esforzamos por ser uno de esos pocos lugares en la vida del siglo XXI en los que hombres y mujeres con una amplia variedad de puntos de vista políticos y religiosos puedan vivir juntos en armonía. Somos una comunidad cristiana, no un grupo político”.

Para muchos, como Mike Coney, la vida comunitaria ofrecida por el Pueblo de la Alabanza era tan rica que estar sin ella parecía inimaginable. Para otros, sin embargo, el grado de compromiso podía sentirse demasiado demandante y controlador.

“La comunidad es más importante que cualquier otra cosa en tu vida”, dijo Ailish Byrne, cuyos padres estuvieron muy involucrados en la comunidad de South Bend en los años setenta y ochenta; ella optó por no unirse a la comunidad al llegar a la juventud. “Es totalmente distinto a ser miembro de una iglesia”.

Fervor espiritual

El Pueblo de la Alabanza es parte de un movimiento más amplio que comenzó con un rayo de Dios.

En Pittsburgh en 1967, unos cuantos académicos católicos de la Universidad Duquesne tuvieron una experiencia profunda que describieron como un encuentro con el Espíritu Santo. Después dirigieron una pequeña conferencia estudiantil en la cual varias decenas de asistentes tuvieron experiencias similares, incluida la de rezar en diversas lenguas. El fervor espiritual se extendió rápidamente desde Duquesne hasta la Universidad de Notre Dame, la Universidad de Míchigan y otras más.

El movimiento atrajo a “personas de tipo intelectual con estudios universitarios”, como lo expresaron Kevin y Dorothy Ranaghan, miembros fundadores del Pueblo de la Alabanza, en un libro de 1969. Al principio, la jerarquía católica vio el movimiento, conocido como la renovación carismática católica, con recelo. Pero para 1975, el papa Pablo VI dio la bienvenida al movimiento al Vaticano y presidió una “misa carismática” en la Basílica de San Pedro a la que asistieron más de 10.000 personas.

La renovación carismática católica se destacó no solo por su estilo inusual, sino por el fervor de sus seguidores. Al principio, algunos devotos decidieron que querían hacer algo más que rezar juntos. Querían compartir sus vidas. De este impulso surgieron múltiples “comunidades de alianza” como el Pueblo de la Alabanza, fundado en 1971, cuyos miembros pasan por un proceso de discernimiento de varios años de vivir en la comunidad y averiguar si es adecuada para ellos. Si lo es, firman un documento en el que manifiestan su intención de permanecer con el grupo por el resto de sus vidas.

Cada grupo de comunidades de alianza, incluyendo otras como la Espada del Espíritu y la Palabra de Dios, tiene un carácter ligeramente diferente. Con el tiempo, algunas se hicieron de una reputación excesivamente controladora. En la década de 1990, los obispos locales intervinieron en varias comunidades de alianza después de que sus miembros acusaron a los líderes de intentar controlar de manera estricta sus relaciones y finanzas, y de hacer pasar ese control como la voluntad de Dios.

En 1980, el obispo de la diócesis de Fort Wayne-South Bend recibió quejas sobre el sistema de “cabezas” del Pueblo de la Alabanza y de que el grupo fomentaba el miedo y la culpa, según un artículo publicado entonces en el National Catholic Reporter. El obispo dijo que tenía la intención de comentar estas preocupaciones con el grupo.

Pertenecer al Pueblo de la Alabanza, que tiene comunidades en 22 ciudades, la mayoría en Estados Unidos, es un compromiso significativo. A los miembros se les pide que donen al menos el cinco por ciento de sus ingresos brutos a la comunidad. Como el Pueblo de la Alabanza no es una iglesia, los miembros asisten a servicios en las congregaciones de su preferencia los domingos por la mañana y posteriormente a un servicio privado del Pueblo de la Alabanza por la tarde. Los miembros aceptan someterse al liderazgo de un director espiritual y firmar un “pacto” de 181 palabras que recitan juntos con frecuencia. “Seremos de servicio para los unos y los otros y la comunidad en su conjunto en todas las necesidades: espirituales, materiales, financieras”, se lee en parte.

Consejeros y cargas

Los miembros del grupo están muy involucrados en la vida de los demás, tanto en lo espiritual como en lo mundano, dicen los antiguos miembros. “Si vas al médico o al mecánico, acudes con todas las personas del Pueblo de la Alabanza”, afirmó Arthur Wang, un médico de Indiana que se unió al grupo en 1988. “Tienes un grupo instantáneo de amigos, relaciones instantáneas, familia instantánea”, agregó. A menudo, los miembros se casan entre sí y asisten a las bodas de los demás.

A los hombres y las mujeres solteras se les asignan consejeros personales, un miembro mayor del mismo sexo, a quien consultan sobre asuntos espirituales y prácticos. Algunos antiguos miembros dicen que esos consejeros (llamados “cabezas” en el caso de los líderes masculinos) ejercen una influencia notablemente excesiva y tratan de controlar sus vidas románticas y sus presupuestos familiares. Las mujeres casadas están “encabezadas” por sus maridos.

El Pueblo de la Alabanza se negó a confirmar la pertenencia de Barrett. Sin embargo, una fotocopia de un directorio de miembros sin fecha obtenida por The New York Times incluye a Barrett, su marido, Jesse, y cinco de sus ahora siete hijos. Amy Barrett también aparece en el directorio como “sierva” de una de las divisiones geográficas del grupo en South Bend.

Hasta hace poco, el grupo usaba el término “siervas” para referirse a las líderes femeninas, inspirado por una referencia bíblica a María, la madre de Jesús, como “la sierva del Señor”. Se convirtieron en “lideresas” cuando la popular adaptación televisiva del libro “El cuento de la criada” le dio al término un tono siniestro.

Algunos antiguos miembros, en especial aquellos que creían que los preparaban para roles de liderazgo, dijeron que se sentían manipulados por sus líderes.

Wang, que se unió al grupo a finales de los años ochenta, dijo que su “cabeza” le dio consejos sobre su vida amorosa; acabó casándose con una mujer que también pertenecía a la comunidad. Afirmó que las cabezas eran similares a una figura paterna y dijo que su consejero era un “buen tipo” al que respetaba. Siendo un estudiante católico y conservador de medicina, estaba indeciso sobre si recetar anticonceptivos o no, ya que la Iglesia Católica enseña que no está bien. Después de una conversación con su consejero, decidió no recetarlos a sus pacientes.

Wang dejó el grupo alrededor de 2014 después de darse cuenta de que la rigidez no era buena para su salud emocional y también por razones políticas: su propia postura política se había vuelto más progresista a medida que su red social se expandía y comenzó a darse cuenta de que los miembros eran más de derecha. “La comunidad no era este grupo bipartidista de personas. La escena social era extremadamente republicana, muy Rush Limbaugh”, dijo Wang.

Roles de género conservadores

Los compromisos mutuos del grupo pueden ser inusualmente demandantes, pero buena parte de su teología les resultaría familiar a los católicos conservadores y a otros cristianos. Los miembros del grupo refrendan el credo niceno, una declaración de fe cristiana que se recita semanalmente en las iglesias católicas y muchas iglesias protestantes.

El evento central de la semana en South Bend es una reunión de oración los domingos por la tarde, que los exmiembros y los relatos escritos describen como tardes alegres y extensas que incluyen música, predicación y oración. Se invita a los miembros de la comunidad a pasar al frente de la sala para compartir noticias de sus vidas y mensajes del Espíritu Santo. Los exmiembros y los pocos relatos publicados por los observadores describen las manifestaciones de la glosolalia, o el hablar en lenguas, como algo relativamente discreto, por ejemplo, en oraciones personales susurradas. Un reportero de South Bend invitado a visitar la comunidad en 1983 escribió que le sorprendió la “asombrosa amabilidad” con la que se encontró.

El grupo promulga opiniones conservadoras sobre el género y la sexualidad, y hace un fuerte énfasis en las diferencias entre los sexos. Está casi totalmente dirigido por hombres, en parte porque “comunica a todos los hombres su responsabilidad compartida con la vida de la comunidad” y se asegura de que los hombres no dejen los asuntos de la familia y la comunidad en manos de las mujeres, según un documento de 2009 obtenido por el Times titulado “Men and Women in the People of Praise” (Hombres y mujeres en el Pueblo de la Alabanza).

El documento, que hace referencia al Nuevo Testamento, afirma que los hombres y las mujeres comparten una “igualdad fundamental como portadores de la imagen de Dios”. Afirma que las mujeres en la comunidad desarrollan carreras en una miríada de esferas profesionales y condena “las formas injustas de discriminación contra la mujer”. Pero también enfatiza que los hombres y las mujeres están diseñados por Dios para distintas funciones.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company