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Al interior de un asilo para ancianos dedicado a tratar enfermos de COVID-19

Una auxiliar de enfermería certificada le toma la temperatura a Sierra Cowboy en el Centro de Rehabilitación Transitoria Canyon en Albuquerque, Nuevo México, agosto de 2020. (Isadora Kosofsky/The New York Times)
Una auxiliar de enfermería certificada le toma la temperatura a Sierra Cowboy en el Centro de Rehabilitación Transitoria Canyon en Albuquerque, Nuevo México, agosto de 2020. (Isadora Kosofsky/The New York Times)
Maika Álvarez ayuda a José Montoya a hablar con su hija a través de FaceTime en el Centro de Rehabilitación Transitoria Canyon en Albuquerque, Nuevo México, agosto de 2020. (Isadora Kosofsky/The New York Times)
Maika Álvarez ayuda a José Montoya a hablar con su hija a través de FaceTime en el Centro de Rehabilitación Transitoria Canyon en Albuquerque, Nuevo México, agosto de 2020. (Isadora Kosofsky/The New York Times)

ALBUQUERQUE, Nuevo México — “Gracias por acariciar la cabeza de mi padre”, dijo Lillie Ortiz mientras veía desde su casa en Santa Fe, Nuevo México, cómo Maika Álvarez, una auxiliar de enfermería certificada, movía su mano enguantada sobre la frente de su padre.

José Montoya, de 94 años, veterano de la Segunda Guerra Mundial, había solicitado que su hija lo visitara en su habitación. Tiene dificultades para escuchar, así que Álvarez escribió en un pizarrón: “Su hija no puede venir, pero podemos intentar llamarla”.

“¿Ya te sientes feliz, abuelo?”, preguntó Álvarez, con la mano sobre el pecho de Montoya al terminar la llamada.

Con sus muros color beige y lámparas fluorescentes, el Centro de Rehabilitación Transitoria Canyon, ubicado a los pies de la Sierra de Sandía, tiene todos los sellos distintivos de un asilo para ancianos.

No obstante, a excepción del carrito que transporta los medicamentos o de un enfermero que trabaja en silencio en un teclado, los pasillos están desiertos. Las puertas de las 44 habitaciones se cierran a cal y canto.

Todos los residentes en Canyon padecen COVID-19.

Desde abril, no ha habido sesiones de bingo, la hora de la manicura ni pastel de cumpleaños partido y distribuido en mesas comunales. Los residentes se quedan en sus habitaciones las 24 horas del día. El comedor se ha convertido en un área de descanso con distancia social para los 18 enfermeros y 27 auxiliares de enfermería certificados.

Álvarez, quien proviene de Filipinas, aprovecha su experiencia con niños de acogida para cuidar a los adultos mayores que padecen coronavirus.

“Aprendes a distinguir a quién le gusta que lo toquen”, afirmó. “El tacto proporciona seguridad”.

En abril, luego de que 19 personas murieron a causa del coronavirus en una comunidad de retiro de Albuquerque, Nuevo México, se asoció con Genesis HealthCare, que opera 25 asilos para ancianos en el estado, para convertir a Canyon en una instalación de cuidados a largo plazo para pacientes contagiados de coronavirus.

Desde la primavera, 251 pacientes han sido dados de alta. Treinta y dos han fallecido, incluido Montoya.

“El tiempo fue primordial, en lo que respecta a mitigar la propagación de COVID-19 en las instalaciones de cuidados a largo plazo”, señaló Katrina Hotrum-Lopez, secretaria del Departamento de Envejecimiento y Servicios a Largo Plazo de Nuevo México, quien trabajó con la oficina del gobernador y el Departamento de Salud del estado para fundar el centro.

“Los auxiliares de enfermería certificados (CNA, por su sigla en inglés) están literalmente a centímetros de distancia de los residentes”, comentó Angela Dobra, una enfermera del centro. “No puedes lograr que alguien se sienta emocionalmente cómodo sin exponerte”.

Rogelio Ramírez se ofreció como voluntario para trasladarse del Centro de Salud y Rehabilitación de Albuquerque Heights a Canyon debido a una sensación de impotencia y dolor después de que sus tíos fallecieron a causa del COVID-19 en México, de donde es originario.

“Sentí que necesitaba hacerlo”, dijo Ramírez respecto a su decisión de trabajar como auxiliar de enfermería certificado en el centro.

“Si no estoy allí, ¿quién va a estar?”, preguntó.

Su esposa, Jeri Ramírez, también trabaja en cuidados a largo plazo. Ella perdió a su abuelo a causa del COVID-19 en otro centro en el área de Albuquerque.

Rogelio Ramírez vivió en su cochera durante dos meses, en cuarentena, apartado de su familia, pero su hija de 2 años, Chloe, tenía dificultades para dormir cuando él no estaba en casa.

“Tenía miedo de que él nos trajera el virus a casa”, dijo su esposa.

Se preocupa de conversar con sus pacientes, como Leslie Riggins. No todos los residentes tienen lazos estrechos con sus familias. “Están ocupados con sus vidas. En realidad, no tienen tiempo”, dijo Riggins, de 66 años, exmaestra de una escuela pública, acerca de sus hijos.

Cuando los terapeutas ocupacionales trasladaron a Riggins de su cama a una silla, pidió que Ramírez estuviera presente. “Ahí está mi amor”, dijo cuando apareció.

Los auxiliares de enfermería certificados por lo general conversan con los residentes, dijo Riggins. “Eso determina de verdad que alguien se mejore o no”.

Canyon, como muchos otros lugares de residencia comunal, no es solo un hogar para adultos mayores. Según un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, más del 15 por ciento de los residentes de los asilos son adultos con discapacidades.

Sierra Cowboy, de 24 años, la residente más joven, estaba sentada pacientemente en una silla de ruedas mientras jugaba Solitario y veía “Los Simpson”. Cowboy tiene una discapacidad del desarrollo. Antes de contagiarse del virus, vivía con miembros de su familia, que son indios navajos, en el condado de McKinley, la zona más afectada de Nuevo México.

En mayo, Cowboy y sus padres contrajeron el virus y fueron trasladados por separado en avión a hospitales en Albuquerque. Sierra Cowboy y su padre, Larry, sobrevivieron.

Los transfirieron de terapia intensiva y los hospedaron juntos en una habitación en Canyon desde mayo hasta que dieron de alta a Larry a principios de agosto.

“Lo más difícil es que ella sigue allí”, dijo Larry Cowboy sobre su hija.

Sierra Cowboy creía que su madre seguía en casa. Señaló que los últimos seis meses fueron una laguna borrosa con excepción de los recuerdos que tiene de no poder respirar. Cuando llegó a Canyon, no podía caminar. Ahora se traslada de manera independiente con una andadera.

Genesis HealthCare calcula que los nativos de Estados Unidos constituyen el 70 por ciento de la población de pacientes desde abril.

Algunos pacientes son asintomáticos y fueron admitidos en Canyon principalmente para su aislamiento y cuidado continuo. Para otros, la enfermedad es más grave.

Michael Lazarin, de 50 años, se levantó a las tres de la mañana para leer la Biblia, ya que la salud de su compañero de cuarto se deterioraba rápidamente.

“Se va poco a poco”, dijo Lazarin, señalando con la cabeza hacia una cortina de privacidad de color pastel desde donde se escuchaban respiraciones entrecortadas. “Se va”.

Cuando Lazarin se dio cuenta de que la salud de su compañero de habitación se estaba desvaneciendo, llamó a su tía para que lo aconsejara espiritualmente. Empezó a prepararlo para su muerte, identificando sus momentos de lucidez y diciéndole: “Entrégale tu alma a Dios”.

Cuando una enfermera le preguntó a Lazarin si quería que llevara a su compañero de cuarto a otra habitación, él se negó. No quería que estuviera solo.

La pandemia presenta un momento de reflexión para los cuidados a largo plazo. El virus ha causado estragos en los asilos de ancianos de todo el país, con al menos 75.000 muertes atribuidas a los centros de cuidados a largo plazo.

“Para poder sobrevivir hay que disfrutar de placeres sencillos como el césped verde y los pajaritos, de lo contrario te vuelves loco”, señaló Riggins.

En medio del temor y la pérdida, los residentes y cuidadores encuentran consuelo en los momentos de conexión silenciosa detrás de las puertas cerradas.

“¿Sabes qué?”, dijo, “la abuela es realmente valiosa”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company