La infantería en la batalla para mejorar la salud pública de la India

Bhanwar Bai Jadoun, a la derecha, una activista social sanitaria acreditada, y Anita Chowdhary, a la izquierda, actualizan los registros de vacunación de los niños en Bagdoli, India, el 10 de febrero de 2022. (Saumya Khandelwal/The New York Times).
Bhanwar Bai Jadoun, a la derecha, una activista social sanitaria acreditada, y Anita Chowdhary, a la izquierda, actualizan los registros de vacunación de los niños en Bagdoli, India, el 10 de febrero de 2022. (Saumya Khandelwal/The New York Times).

BAGDOLI, India — Una trabajadora de la salud estaba haciendo su ronda diaria en un poblado del estado de Rajastán, en el norte de la India, cuando el esposo de una mujer con fuertes dolores de parto corrió hacia ella.

Durante meses, la trabajadora sanitaria, Bhanwar Bai Jadoun, le había aconsejado a la mujer que diera a luz en un hospital, pero la suegra de esta insistió en que diera a luz en casa con la ayuda de una partera local.

Ahora el parto se había complicado. Jadoun sugirió llevar a la mujer a un hospital situado a 16 kilómetros del poblado, Bagdoli, y avisarles a los médicos de ese lugar. Consiguieron un mototaxi. La madre y el bebé se salvaron.

“Cuando la gente me ve todos los días, sabe que puede confiar en mí”, señaló Jadoun. “Me consideran su guía para tener una vida sana”.

Durante las dos últimas décadas, un programa gubernamental ha proporcionado atención médica básica a las puertas de los hogares de todo el vasto territorio indio. Para el proyecto es esencial contar con un ejército de más de un millón de trabajadoras sanitarias, que recorren terrenos escarpados y selvas tupidas para atender a algunas de las mujeres y niños más vulnerables de la India, por una remuneración escasa y a veces a costa de sus propias vidas.

Estas mujeres no son médicos ni enfermeras, pero reciben formación para suplir la falta de atención sanitaria en lugares, tanto rurales como urbanos, donde antes no existían estos servicios. Durante años, su trabajo ha consistido en fomentar la vacunación y la planificación familiar, además de tratar enfermedades básicas.

“Se han convertido en la columna vertebral de los servicios de atención primaria en este país”, aseveró Ritu Priya Mehrotra, profesora de salud comunitaria en la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi.

Bhanwar Bai Jadoun, en el centro, una activista social sanitaria acreditada, y Anita Chowdhary, a la derecha, una enfermera partera auxiliar, pesan a un recién nacido en Bagdoli, India, el 10 de febrero de 2022. (Saumya Khandelwal/The New York Times).
Bhanwar Bai Jadoun, en el centro, una activista social sanitaria acreditada, y Anita Chowdhary, a la derecha, una enfermera partera auxiliar, pesan a un recién nacido en Bagdoli, India, el 10 de febrero de 2022. (Saumya Khandelwal/The New York Times).

Durante las oleadas mortales de la pandemia de coronavirus, estas mujeres (conocidas por la sigla ASHA, que en inglés significa activista social sanitaria acreditada) tuvieron un papel decisivo en salvar la vida de cientos de miles de pacientes con coronavirus, según los funcionarios del Ministerio de Salud de la India, ya que ayudaron con la detección temprana de casos y difundieron información preventiva. Fueron fundamentales para contrarrestar las dudas sobre las vacunas y ayudar a la India a llevar a cabo una de las mayores campañas de vacunación del mundo.

Ahora que la carga de trabajo de la pandemia empieza a disminuir, estas mujeres, que dicen que su trabajo se prolonga durante más de 14 horas al día y a veces siete días a la semana, protestan en todo el país contra sus salarios insuficientes.

Los gobiernos regionales les pagan a las trabajadoras sanitarias unos 40 dólares al mes, más incentivos. Por ejemplo, hay una bonificación de 4 dólares por cada parto hospitalario que faciliten, y 1,50 dólares por cada niño menor de 1 año que reciba un esquema de vacunación completo.

Ellas solicitan un salario mensual de unos 150 dólares, más incentivos.

“Trabajamos incluso cuando caen proyectiles de mortero en los poblados”, señaló Bimla Devi, quien vive cerca de la frontera entre la India y Pakistán, en Jammu, donde las tropas suelen intercambiar disparos. “Cuando las personas están heridas, no puedes decirles que tu trabajo es cuidar solo a las mujeres; vas y ayudas”.

Decenas de trabajadores murieron durante la pandemia tras exponerse al coronavirus, en parte porque no tenían equipo de protección. Un estudio realizado en 2020 por investigadores de salud pública de Oxfam en tres estados indios reveló que al menos el 25 por ciento de los trabajadores sanitarios no recibieron cubrebocas, y solo el 62 por ciento recibió guantes.

Una trabajadora, Geeta Devi, se contagió de COVID-19 en un hospital, a donde había acompañado a una mujer embarazada a dar a luz en el estado norteño de Himachal Pradesh. Cuando enfermó, su esposo tuvo problemas para encontrarle una cama.

“Murió mientras ayudaba a la gente, sin cuidarse a sí misma”, comentó su esposo, Rajvansh Singh.

A pesar de los riesgos, los trabajadores sanitarios de todo el país atendieron a pacientes con coronavirus, proporcionaron paquetes de medicamentos, aislaron a los pacientes y, en ocasiones, les entregaron alimentos a los que estaban en cuarentena. Sus funciones más importantes fueron promover la vacunación y garantizar el acceso continuo a los servicios médicos esenciales cuando los hospitales se quedaron sin camas.

Varias mujeres narraron que aldeanos enfadados las golpearon con palos y las persiguieron tras los rumores publicados en redes sociales de que las vacunas contra la COVID-19 habían matado a personas o que las habían vuelto infértiles.

“Las personas leían mentiras en las redes sociales y nosotras las motivábamos a que se vacunaran”, afirmó Seema Kanwar, que se dedica a esto desde 2006. “Les dijimos que nosotras nos habíamos aplicado la vacuna y no habíamos muerto; ¿cómo iban a morir ellos?”.

India, un país de 1400 millones de habitantes, tiene un historial deficiente en materia de atención sanitaria, sobre todo de mujeres y niños. La desnutrición está muy extendida y los índices de mortalidad materna e infantil son elevados. Entre las causas están la pobreza, el escaso acceso a los médicos en las zonas rurales, la resistencia a la medicina moderna y una arraigada negación de los derechos de las mujeres.

No obstante, las autoridades sanitarias han logrado avances notables en los últimos tiempos para reducir los índices de mortalidad durante el parto. En marzo, el Ministerio de Salud declaró que el índice de mortalidad materna había bajado de 122 a 103 fallecimientos por cada 100.000 nacimientos entre 2015 y 2019. El objetivo fijado por Naciones Unidas de reducir la cifra a 70 antes de 2030 ahora parece alcanzable.

Como parte de esas acciones, la India presentó en 2005 un plan de salud que, entre otras cosas, incluía incentivos para dar a luz en un hospital.

Dada la dificultad de difundir el mensaje en zonas remotas y la desconfianza generalizada en los programas gubernamentales, el éxito habría sido imposible sin la confianza que los trabajadores sanitarios se han ganado dentro de sus comunidades, según los expertos.

Todas las mañanas, Jadoun, licenciada en Historia, sale de su casa y en ocasiones debe cubrirse el rostro con su sari cuando hay hombres cerca, una señal de respeto en las zonas rurales. Jadoun atiende una zona con miles de habitantes.

En una casa, le dio consejos a una mujer acerca de la preparación para el parto; en otra, anotó el nombre de una mujer que acababa de enterarse de que estaba embarazada. La va a monitorear, le dará pastillas de hierro y registrará su nombre en un hospital público cercano.

“No solo luchamos contra la superstición, sino también contra las prácticas tradicionales”, concluyó Jadoun. “Pero cuando veo que hay cero fallecimientos de mujeres durante el parto y gente sana a nuestro alrededor, me siento orgullosa de lo que hacemos”.

© 2022 The New York Times Company