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Increíbe viaje a Mosul, la ciudad arrasada por EI y hoy abrazada por el Papa

El Papa Francisco, acompañado por el arzobispo católico caldeo de Mosul Najib Michaeel Moussa, cerca de las ruinas de la Iglesia católica siríaca de la Inmaculada Concepción, en Mosul
VINCENZO PINTO

MOSUL (enviada especial).- Las aspas del helicóptero militar MI17, de fabricación rusa y no exactamente moderno, de la década del 70, empiezan a moverse. El ruido es ensordecedor cuando el aparato que lleva a un restringido pool de periodistas del vuelo papal despega desde el aeropuerto de Erbil, capital del Kurdistán iraquí. El destino es Mosul, la ciudad que durante tres años, de 2014 a 2017, fue la capital del califato proclamado por el grupo terrorista fundamentalista Estado Islámico (EI).

Hoy, a poco más de tres años de la reconquista y liberación de Mosul y la derrota de este grupo extremista y brutal, después de destrucción, barbarie, muerte, degollaciones, violaciones, profanaciones, no sólo de Iglesias, sino también de mezquitas, el Papa argentino pisó y abrazó a esta ciudad mártir, símbolo de la furia terrorista, en uno de los momentos más impactantes de su histórica gira a Irak. Y habló de paz, de esperanza, de reconstrucción, de reconciliación. ”La fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra”, recordó.

El papa Francisco, sentado y el arzobispo de Aqra, Najib Mikhael Moussa, a la derecha, en Mosul
Andrew Medichini


El papa Francisco, sentado y el arzobispo de Aqra, Najib Mikhael Moussa, a la derecha, en Mosul (Andrew Medichini/)

Durante el vuelo de 50 minutos desde Bagdad hasta Erbil, Salvatore Scolozzi, el “guía” de la comitiva, entrega a los periodistas una nueva acreditación realizada por las autoridades de la región autónoma kurda. Nos servirá para esta última jornada de la gira papal, dedicada a esta zona del norte del país, especialmente arrasada en los últimos años por EI. Y muy distinta de la zona del centro-sur del país, en las que se concentraron los primeros dos días. La riqueza del petróleo de esta área se nota observando desde lo alto Erbil. Es una ciudad mucho más moderna que Bagdad, repleta de rascacielos, rodeadas de refinerías visibles por sus lenguas de fuego.

Salvatore también entrega a un restringido grupo de periodistas -por motivos logísticos, no todos pueden ir a Mosul-, una tarjetas especiales rosadas. “Tiene que estar bien a la vista”, recomienda. La mías es la H1; quiere que decir que me subiré al helicóptero militar así identificado, que lleva a 12 reporteros.

Despegamos a las 7.48. Maneja el aparato Mustafá Alkhazalli, uno de los tres oficiales top-guns iraquíes vestidos con clásicos uniformes de la aviación que nos acompañan. No volamos alto -tanto que la señal del celular sigue funcionando- y se ven campos cultivados, algunos verdes, que contrastan con la zona desértica que rodea Bagdad. Claro, sobrevolamos la famosa llanura de Nínive, poblados con casas muy bajas de cemento, de campesinos que crían ovejas y cabras. También se ven algunas refinerías. Esta zona de Irak -el Kurdistán iraquí- nada en petróleo y es por eso que hay fuertes tensiones no sólo con el gobierno central iraquí, que mal soporta su autonomía -se nota por la frontera que hay entre las dos zonas, los check-points-; sino también con los vecinos Turquía e Irán. Países ubicados un poco más allá de la cadena de montañas nevadas que pueden verse a lo lejos, donde se ocultan milicias pro-iraníes que también tienen intereses desestabilizadores.

Pasan solamente 22 minutos y comenzamos a aterrizar en Mosul, ciudad que en verdad no es considerada parte de la región autónoma del Kurdistán, que se levanta en la orilla occidental del Tigris, 465 kilómetros al noroeste de Bagdad. En el curso de su historia, esta ciudad fue símbolo de la identidad plural de Irak, gracias a la coexistencia, dentro de los muros de su ciudad vieja, de diversos grupos étnicos, lingüísticos y religiosos. Mosul también era llamada “la ciudad de los profetas”, por las tumbas de cinco profetas musulmanes o la “ciudad de las dos primaveras”. Hasta que no fue ocupada y avasallada por EI, en junio de 2014, ostentaba en su parte antigua bellísima arquitectura de tipo medieval, con edificios islámicos, cristianos, otomanos.

Nada de eso ya existe. Mientras el ruido del helicóptero sigue siendo ensordecedor -estamos aterrizando-, comienza a verse que uno de los puentes sobre el río Tigris, de aguas azules, límpidas, está destruido. Al aterrizar en la base militar de las afueras de la ciudad, todo resulta pulcro, limpiado a nuevo para recibir al huésped ilustre, como las avenidas por las que pasará, engalanadas con pósters de bienvenida y banderas de Irak y del Vaticano. Pero acercándose al centro histórico el cambio es brutal. Decenas de edificios ya no existen. Son sólo montañas de escombros, piedras, destrozos. Entre los carteles de bienvenida al papa Francisco hay paredes rotas, agujereadas, ametralladas, bombardeadas. La, desolación es absoluta. Lo más impactante es el esqueleto de lo que el chofer de la minivan que nos lleva hasta el centro nos dice que era un hospital. Es sólo la parte material de la destrucción dejada por EI.

La ciudad, que en 2014 contaba con 1.846.500 habitantes y hoy ni siquiera cuenta con la mitad, fue devastada sistemáticamente por su locura extremista. Fueron destruidas iglesias cristianas, mezquitas, incluso el mausoleo de Awn ad-din, y una parte de un antiguo muro de Nínive, la ciudad asiria que surgía aquí en el año 6000 a.C. Antes de ser liberada en julio de 2017 después de un sitio de nueve meses, EI arrasó incluso la mezquita de Mur ad-din, lugar símbolo del califato.

También resulta salvaje la destrucción de Hosh-al-Bieaa, la plaza de las cuatro iglesias -sirio-católica, armenio ortodoxa, sirio ortodoxa y caldea. Es allí donde llega el Papa a las 10 de la mañana. El sol pega fuerte, hay clima de fiesta, niñas vestidas de blanco, que le cantan una canción de bienvenida, un centenar de personas, entre los cuales, muchos musulmanes, con ramas de olivo, los parlantes suenan un himno realizado en su honor. También se oye el “zlghouta”, el tradicional y ancestral ulular de las mujeres de este rincón de la tierra, producido con la lengua, en señal de júbilo.

A Francisco, recibido por la gente entre las ruinas como un verdadero héroe, se lo ve emocionado, impactado. ¿Cómo no estarlo? Basta sólo pensar que en 2014 Dabiq, la revista de EI, puso en su tapa una imagen de su bandera negra de su agrupación flameando sobre la Basílica de San Pedro.

Antes de entonar una plegaria en sufragio por las víctimas de la guerra, Francisco habla de “tempestad tan deshumana” que se abatió aquí, donde antiguos lugares de culto fueron destruidos y miles y miles de personas, musulmanes, cristianos, yazidíes y otros, fueron desalojadas o asesinadas. Habla de paz, de perdón, de reconciliación, de reconstrucción. Y comparte sus pensamientos en una oración que pronuncia en italiano, traducida enseguida al árabe: “Si Dios es el Dios de la vida, y lo es, a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre. Si Dios es el Dios de la paz, y lo es, a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre. Si Dios es el Dios del amor, y lo es, a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”.