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Cuando algunos humanos cuentan más que otros

Cinta de precaución en una acera de Fayetteville, Arkansas, el 19 de junio de 2017. (Zora J. Murff/The New York Times)
Cinta de precaución en una acera de Fayetteville, Arkansas, el 19 de junio de 2017. (Zora J. Murff/The New York Times)

La cobertura incesante de la desaparición y el posible asesinato de Gabrielle Petito se ha desarrollado en una pantalla dividida de manera virtual (y a veces literal) junto a imágenes de agentes de la policía montada en Texas blandiendo largas riendas como látigos mientras arrean a migrantes haitianos. Este sorprendente contraste nos obliga a plantearnos una vez más una pregunta fundamental: ¿qué tipo de personas, en qué tipo de cuerpos, con qué tipo de linaje valoramos?

He dedicado toda mi vida profesional al periodismo (más de 30 años) y, al igual que muchos otros, he observado un patrón constante en el que las mujeres y niñas blancas desaparecidas reciben una cobertura excesiva, mientras que otras personas desaparecidas no reciben ninguna.

En 2004, en la convención de periodistas de color de Unity en Washington, Gwen Ifill acuñó la frase “síndrome de la mujer blanca desaparecida”, bromeando con que “si hay una mujer blanca desaparecida, vas a cubrir esa noticia todos los días”.

No es que estas mujeres blancas deban importar menos, sino que todas las personas desaparecidas deben importar por igual. La raza no debería determinar la manera en que los responsables de las salas de redacción asignan la cobertura, sobre todo porque esas decisiones suelen conducir a una asignación desproporcionada de los recursos gubernamentales, ya que los investigadores tratan de resolver los casos de más alto perfil.

La obsesiva fascinación por las mujeres blancas desaparecidas también conduce a un sesgo en la empatía. Todas las historias de personas desaparecidas son tragedias humanas, y como todos somos humanos empatizamos con las personas que vemos. Pero esto también borra el trauma de otras personas desaparecidas, como si las personas que no son blancas nunca desaparecieran, cuando es claro que lo hacen.

Todo se vuelve cíclico: los medios de comunicación elevan el perfil; las fuerzas de seguridad se involucran debido a ese alto perfil; el público se interesa; entonces los medios de comunicación continúan su cobertura debido a la respuesta masiva de las fuerzas de seguridad y el interés generalizado del público.

Así, todos hemos sido manipulados para participar en la ideología de la damisela blanca, en la cual las jóvenes blancas, a menudo atractivas, son el epítome de la inocencia y la virtud. La devoción es casi religiosa y las convierte en seres equiparables a los querubines o ángeles.

En este constructo, hay que hacer todo lo posible para protegerlas. Entonces, ¿qué pasa con las mujeres indígenas, o las negras, o las hispanas que desaparecen? ¿Por qué la sociedad no las considera necesitadas de honor y protección de igual manera?

Resulta también impactante ver a los agentes a caballo evocando imágenes de las patrullas de esclavos de antes de la guerra de secesión cuando se trata de migrantes haitianos. Y hay que preguntarse: ¿se habría tratado así a migrantes blancos?

Esto es lo que ocurre cuando un país no ve a algunas personas como totalmente humanas. Es lo que Martin Luther King Jr. llamó la “cosificación del negro”.

Cuando uno no ve toda la humanidad de una persona, se libera de toda obligación moral de otorgarle a esa persona los derechos y el respeto que se conceden a otros seres humanos. Y en esta situación, el peligro acecha. En este estado, las atrocidades se propagan.

Y no son solo los haitianos. Los niños latinoamericanos fueron separados de sus familias y muchos fueron obligados a dormir en habitaciones frías y abiertas con mantas térmicas de aluminio y las luces encendidas.

Las personas negras y morenas a menudo se pierden en las estadísticas y se convierten en una masa en lugar de existir como hombres, mujeres y niños individuales. Y esto es un verdadero peligro.

Cuando cubrí a profundidad los casos de personas negras asesinadas por la policía, explicaba a los familiares que entrevistaba el ángulo de la columna: no estaba allí para litigar los casos; estaba allí para devolverles la vida a los cadáveres. Estaba allí para devolverles su integridad, como seres humanos íntegros que amaban y eran amados. Estaba allí para obligar a mis lectores a verlos como personas.

Estaba allí para rescatarlos de ser solo una cifra, para rescatarlos de ser solo uno más.

Comprendí el poder de la humanización, del mismo modo que reconocí cuántas fuerzas de la sociedad imponían la deshumanización a determinados cuerpos.

El grado de recuperación de su humanidad pesa mucho en la manera en que las estructuras de poder les responden y en la forma en que el público es capaz de empatizar con ellos.

Por eso debemos cuestionar nuestra tendencia a situar la humanidad en una escala móvil: a lo largo de la vida, nuestra empatía aumenta y al final es en todas las cosas pequeñas (a las que dirigimos nuestra empatía) donde se nota.

Y la manera en que valoramos las cosas puede ser sutil y aparecer en lugares que no esperamos. Si solo pensamos que los artistas europeos son los antiguos maestros y que el arte africano e indígena es primitivo, eso también es parte del problema. Si se nos rompió el corazón cuando se quemó la catedral de Notre Dame pero no nos conmovimos (o quizá ni siquiera nos enteramos) cuando un incendio arrasó con el museo de ciencias más antiguo de Brasil (el país con la segunda población negra más grande del mundo) y destruyó una colección irremplazable acumulada durante siglos, entonces eso es parte del problema.

La manera en que valoramos las culturas y los países de origen muestra cómo valoramos a las personas. Si lo que más valoramos tiende a ser europeo, entonces es probable que las personas que más valoramos sean blancas.

Hay que desentrañar esto. Sacarlo a la luz. Volver a empezar. La igualdad de percepción llevará a la igualdad de trato. Es bastante simple, en realidad. Solo lo complicamos para esconder nuestras deficiencias.

© 2021 The New York Times Company