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'Hice todo lo que pude': conforme se elevaba la inundación, luchó para salvar a sus hermanos discapacitados

Los daños que provocó el huracán Ian en la casa de Darcy Bishop en Naples, Florida, el 1.º de octubre de 2022. (Jason Andrew/The New York Times).
Los daños que provocó el huracán Ian en la casa de Darcy Bishop en Naples, Florida, el 1.º de octubre de 2022. (Jason Andrew/The New York Times).

Cuando entró el agua, solo se veía como un destello en el suelo, señal de que era hora de irse.

Era miércoles, alrededor del mediodía, y Darcy Bishop despertó a sus dos hermanos que habían estado descansando después del almuerzo. Acercó la silla de ruedas al mayor de ellos, Russell Rochow, de 66 años, y lo subió antes de meterle los pies en unos zapatos negros de velcro.

Su otro hermano, Todd Rochow, de 63 años, estaba en su habitación, cambiándose la piyama. Podía arreglárselas con una andadera.

Ambos habían nacido con parálisis cerebral, y su desarrollo mental era como el de un niño pequeño. Hace casi diez años, empezaron a mostrar signos de la enfermedad de Parkinson. Pero encontraban la alegría en su entorno. A Todd le gustaba recoger latas en la playa y esperar al cartero. A Russell le encantaba ir en autobús y a los parques. Y los dos tenían novia. Bishop, de 61 años, era la salvavidas de ambos, su hermana pequeña que desde hacía tiempo se sentía obligada a mantenerlos a salvo.

Comienza la inundación

“¡Tenemos que irnos!”, le gritó a Todd. Fue a abrir la puerta de su casa en Naples, Florida. No se movió. El peso del agua al otro lado la había bloqueado por completo.

Bishop se apresuró a intentar abrir la puerta del garaje. También estaba atascada. Detrás estaba la andadera de Todd.

Fue entonces cuando la casa que los tres hermanos compartían con sus padres comenzó a inundarse.

“En menos de cinco minutos, el nivel del agua pasó de llegar hasta los tobillos a llegar hasta las rodillas”, comentó Bishop. “Sabía que no había forma de salir”.

Cuando el huracán Ian se abatió sobre Florida, muchos de los residentes que se quedaron en el lugar intentaron salir sin éxito. Durante horas se vieron obligados a luchar contra los fuertes vientos y a tratar de escapar de las inundaciones dentro de casas muy queridas que se habían convertido en trampas aterradoras y mortales. En pocos días, más de 80 muertes en el estado se atribuirían al huracán, muchos eran residentes de edad avanzada que se ahogaron.

Darcy Bishop con sus hermanos, Russell Rochow, en el centro, y Todd Rochow, en la casa de su hija en Naples, Florida, el 1.º de octubre de 2022. (Jason Andrew/The New York Times).
Darcy Bishop con sus hermanos, Russell Rochow, en el centro, y Todd Rochow, en la casa de su hija en Naples, Florida, el 1.º de octubre de 2022. (Jason Andrew/The New York Times).

Bishop había cuidado a sus hermanos desde que era niña mientras sus padres se encargaban de un servicio de limpieza de piel y cuero. De adulta, siempre había vivido cerca o con Russell y Todd, para supervisar sus medicamentos y citas médicas a un gran costo para su vida personal. “He estado casada un par de veces; nadie quería lidiar con todo el drama, así que nada duró”, aseguró. “Simplemente les dediqué mi vida a ellos”.

No habían evacuado la zona a principios de la semana porque la trayectoria del huracán parecía inconsistente y confusa. El martes, Bishop planeaba partir con sus hermanos hacia la casa de su hija, 25 kilómetros tierra adentro. Pero para entonces, había muchas advertencias respecto a la movilización. Sus padres ya estaban en la casa de su difunta abuela en Wisconsin.

Ahora Bishop y sus hermanos estaban atrapados. Envió un mensaje de texto a su hija a las 12:34 p. m. “El agua está entrando”. A su alrededor, oía cómo se inclinaba y se estrellaba el mueble del comedor, cómo se rompía la vajilla y cómo se volcaba el refrigerador.

El único camino era hacia arriba.

Bishop guio a Todd hasta las escaleras y él se agarró del barandal. Le ayudó a subir poco a poco hasta la cima, donde lo esperaba una silla. Su perro pomerania, Destiny, también subió.

Sin embargo, a Russell le resultaba imposible subir por las escaleras, pues no podía caminar ni doblar sus rígidas piernas.

La mayoría de los fallecidos tras el paso de Ian fue por ahoamiento (AP Photo/Gerald Herbert)
La mayoría de los fallecidos tras el paso de Ian fue por ahoamiento (AP Photo/Gerald Herbert)

“Intento tirar de él para subir las escaleras, y él grita: ‘No puedo, no puedo’, y se resbala y resbala”, relató Bishop.

Bishop llamó al 911 y le dijeron que alguien vendría pronto. Pero por la ventana ya podía ver muebles de patio, barcos y autos que flotaban. Pasaría un rato antes de que alguien pudiera llegar hasta ellos. Su hija, Heather Noel, había recibido el mensaje y estaba intentando llamar, pero la recepción era mala.

“No dejaba de pensar que, aunque los socorristas llegaran hasta ella, si no podían alcanzar también a Russell, sabía que ella no se iría, porque no los dejaría a ellos”, dijo Noel, de 39 años.

Llamó para despedirse

Uno de los vecinos de Noel tenía un camión y se ofreció a recoger a su madre y a sus tíos. No tardó en regresar. Un agente de policía le había hecho señas para que se diera la vuelta porque no era seguro.

Mientras tanto, Bishop estaba frenética. Subía a Russell un escalón, solo para ver que el agua subía con ellos. Y entonces su hermano pedía descansar. “Lo siento, Darcy. Estoy cansado”.

En un momento dado, volvió a resbalar unos cuantos escalones y tuvieron que volver a empezar. Bishop llamó al fisioterapeuta de Russell, que consiguió convencerlo de que se moviera un poco. Pero la batería de su teléfono se estaba agotando y tuvo que colgar.

Su frustración se vio atenuada por la inocencia de Russell. Contaba los cuadros de la pared. “Mira Darcy, 1, 2, 3, 4”.

“Eso está muy bien, Russ”, respondía Bishop mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Finalmente, en el transcurso de una hora, subieron ocho escalones hasta el primer pequeño rellano, luego tres escalones hasta el segundo, y luego unos más.

No obstante, se detuvieron cuando el ángulo del último rellano exigió que el cuerpo de Russell se torciera. Y este simplemente no podía. Bishop agarró uno de los cinturones de su padre e intentó atar a Russell a ella, pero se rompió. Sus pies colgaban en el agua.

“Me sentí agraviada, tuve que alejarme”, narró Bishop. “Y luego volví y dije: ‘Vamos Russ, vamos’, y él siguió señalando los cuadros de la pared”.

Habían subido todo lo que podían. Y el agua seguía elevándose.

Bishop tomó su teléfono. Quedaba un cinco por ciento de batería.

Tomó aire y se dirigió a la habitación de sus padres en el segundo piso para que sus hermanos no la oyeran. Luego llamó a su madre para despedirse.

Parte de la devastación de Ian en Matlacha and Pine Island: REUTERS/Marco Bello
Parte de la devastación de Ian en Matlacha and Pine Island: REUTERS/Marco Bello

“Lo siento, pero creo que no lo lograremos”, expresó, llorando. “Los amo. Hice todo lo que pude. Solo quería llamarlos y contarles”.

Su madre intentó tranquilizarla. El teléfono se apagó.

Bishop volvió junto a Russell en las escaleras y colocó cojines y almohadas alrededor de él para que estuviera cómodo. Se sentó a su lado. Y esperó.

Salvados... pero ahora

Pero al cabo de un rato, notó que el agua empezaba a retroceder. Pasaron horas mientras ella miraba fijamente su lenta retirada.

Hacia las 6:30 p. m., Russell dijo: “Hay alguien abajo”.

Bishop gritó: “¡¿Hola?! ¡Hola! ¿Quién está ahí?”.

Era el primo de su nieta, Hance Walters. Vivía cerca y había escuchado que ella estaba en problemas.

Walters, de 28 años, de pie con el agua hasta la cintura, indicó a dos de sus amigos que fueran a su casa a buscar canoas. Bishop se desplazó por el agua hasta llegar a su cochera trasera y tomó flotadores y balsas para ayudar a sacar a sus hermanos. Allí los subieron a las canoas.

El domingo, los equipos de rescate de Florida seguían buscando a los residentes que necesitaban ir a un lugar seguro. También tenían la sombría tarea de buscar los cuerpos de quienes se ahogaron en casas y autos. En algunas partes donde los ríos y arroyos seguían creciendo, se instó a la gente a evacuar.

Cuando Bishop cuenta la historia de su huida, solloza en la parte en la que no pudo dejar a sus hermanos.

No está segura del futuro que les espera. La casa tendrá que ser demolida. La compañía de seguros contra inundaciones le informó que, para recuperar sus pérdidas había que tomar una fotografía de cada objeto arruinado y anotar su descripción. Es una tarea inimaginable.

El viernes se fracturó la mano mientras ayudaba a Russell a entrar al baño y tuvieron que llevarla a urgencias. La lesión añadió aún más importancia a la pregunta que ya rondaba en su mente.

“¿Cómo voy a cuidar a mis hermanos?”.

© 2022 The New York Times Company

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