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Lo que hice cuando mi hija me dio una bofetada

Hace algunas noches, le dije a una de mis hijas gemelas de tres años que debía sacarse los zapatos antes de subir al sofá. Me arrodillé frente a ella y le hablé con calma, pero reaccionó con el típico berrinche infantil. Hasta ahí todo normal, pero yo no me esperaba lo que ocurrió después: ¡Paff! Me dio una bofetada en la cara.

Cuando tu hijo te golpea, parece que todo está perdido (Foto: Getty Images).

No es la primera vez que mi hija me golpea –o al menos que lo intenta– en medio de un berrinche, pero normalmente abofetea al aire, como un futbolista que le da una patada al aire en medio de un partido, o no consigue darme de lleno porque estoy de pie y solo alcanza a golpearme en las piernas o los brazos. Sin embargo, la bofetada que me dio esta vez, en la cara, me dejó perpleja.

En ese instante, me sentí muy dolida (física y psicológicamente) y me enfadé mucho. Además no tenía ni idea de cómo reaccionar ante una situación así, tanto por las cualidades de boxeadora que demostró mi pequeña, como por lo que yo misma sentía. Afortunadamente, mi marido supo reaccionar y le dijo a mi hija:“No se pega. Has lastimado a mamá”.

Si me hubiese pegado cualquier otro ser querido –mi marido, algún amigo–, sin duda eso hubiese supuesto el fin de la relación. Pero cuando son tus hijos los que te pegan, da la sensación de que todo está perdido. Te quedas con un sabor de boca amargo, con sensación de impotencia, en muchos casos sin saber cómo reaccionar.

Me he preocupado por averiguar lo que estaba pasando por la cabeza de mi hija en ese momento, en qué estaba pensando cuando me golpeó. Esto es lo que he descubierto: básicamente no es culpa suya. Normalmente, cuando un niño golpea es “porque está muy frustrado y enfadado y, dado que no tiene desarrollado aún el córtex prefrontal, no puede controlar sus impulsos”, según explicó a Yahoo Parenting Laura Markham, doctora en psicología clínica y fundadora de Aha! Parenting. Además es autora de Peaceful Parent, Happy Kids. De acuerdo con lo que dice, no debo sorprenderme de que mi hija me haya golpeado; los niños en edad preescolar suelen tener las manos muy sueltas.

Los niños pequeños suelen carecer de habilidades comunicativas, lo cual alimenta su frustración. Según señaló a Yahoo Parenting Martine Agassi, también doctora en terapia clínica, y autora de Hands Are Not for Hitting: “Su vocabulario es limitado y están pasando por un momento en el que van asociando progresivamente las palabras y las acciones. Los adultos y los niños más grandes que los rodean tienen el deber de enseñarles a usar las palabras para comunicarse en lugar de levantar la mano o usar la fuerza física”.

He aquí, paso a paso, cómo recomiendan los expertos que se debe manejar una situación de este tipo:

No reacciones de forma exagerada. Es comprensible que después de recibir un golpe, uno reaccione con un grito cavernario, porque duele. Sin embargo, hay que evitar ese tipo de reacciones, sería como echar más leña al fuego. “A tu hijo le encantaría descubrir que es capaz de hacerte proferir alaridos”, explica Markham. “Piensa en lo mucho que disfruta apretando botones que hacen ruidos. No querrás convertirte en su botón ruidoso preferido”.

Respira profundamente las veces que sea necesario. Tranquilízate antes de interactuar con tu hijo. “Tu cuerpo se ha puesto en estado de emergencia”, asegura Markham. “Estás en modo de reacción, lucha o parálisis, y tu hijo se convierte en el enemigo a batir. Así que retírate un momento y respira profundamente. No olvides que tu pequeño atraviesa una etapa en la que está aprendiendo a controlar sus impulsos y que tú eres su referente principal”. Si estás con tu pareja o con los abuelos de los niños, deja que ellos se ocupen de la situación para que puedas calmarte. Finalmente agrega: “Cuando te sientas mejor, entonces puedes acercarte y hablarle”.

Predica con el ejemplo. Los niños están aprendiendo constantemente cómo comportarse y reaccionan de formas distintas en diversas situaciones. “Tu reacción frente a los problemas, condicionará mucho la forma en cómo tu hijo reaccionará en el futuro”, asegura Agassi. “Si le gritas, entenderá que esa es la forma adecuada de actuar. Es un mensaje confuso que solo hará que reforzar su convicción de que pegar está bien”.

En lugar de eso, Agassi aconseja hablarles y actuar de la misma forma que queremos que ellos se comporten. “Recuerda que los padres son la primera fuente de aprendizaje para los niños. Si les enseñas a hacer las cosas con amor, ellos las harán así”, añade.

Insiste en el hecho de que golpear produce dolor y haz todo lo posible para entender los sentimientos de tus hijos. Hazles entender que la violencia no es buena para resolver nada. “Sencillamente di: ‘Las manos no son para pegar’”, recomienda Agassi. “Después, evalúa rápidamente la situación: ¿Qué quería tu hijo? ¿Ha reaccionado contra otro niño o contra ti? ¿Qué era lo que quería conseguir con eso?”.

El siguiente paso es aceptar los sentimientos de tu hijo y decirle: “Ya sé que estás enfadado (o frustrado), pero no se puede pegar”, sugiere Agassi. Después, explícale cuál es la mejor forma de comportarse en estas situaciones. Recuerda utilizar palabras sencillas que un niño de su edad pueda entender.

No lo castigues. Seguramente tendrás la tentación de castigar a tu hijo (una medida bastante discutible en términos de eficacia), pero Markham asegura que es suficiente con regañarlo, ya que probablemente esté disgustado con el hecho de haberte lastimado. “Tu hija golpea porque tiene una reacción que llamamos ‘de lucha o huida’, y en ese momento tú eres vista como una enemiga”, explica. “Pero en realidad no quiere hacerte daño, y seguramente se sienta fatal por lo que ha hecho”.

Si castigas a tu hijo por golpearte, se pondrá a la defensiva y no le darás la oportunidad de entender que se siente triste por haberte lastimado, apunta Markham. “Si eres compasiva, tu hijo logrará procesar todas las emociones que lo condujeron a reaccionar de forma violenta y a recapacitar, de modo que se reducen las probabilidades de que vuelva a golpearte”.

En cuanto a mi pequeña, justo después de recibir la bofetada, salí de la habitación para tranquilizarme. Ella rompió inmediatamente en llanto, abrumada por lo que acababa de hacer y porque a mí me había dolido. No me llevó mucho tiempo recobrar las fuerzas, especialmente porque ella no dejaba de llorar y mi instinto maternal me hizo volver rápidamente a la habitación para consolarla. Me acerqué a ella diciéndole que no hay que pegar a la gente. Me miró entre sollozos y con lágrimas en los ojos, y dijo: “Lo siento, mamá”. Después le di el gran abrazo que tanto necesitábamos ambas. No la castigué, porque me di cuenta de que estaba suficientemente disgustada. En lugar de eso, me centré en explicarle que si pega a alguien lo lástima físicamente, pero también emocionalmente.

Desde ese día, hemos hablado varias veces sobre el incidente, diciéndole que no hay que pegar a la gente. He podido comprobar que reacciona con menos violencia y que intenta verbalizar lo que siente. Ahora me dice sin tapujos: “¡estoy enfadada!” o “¡estoy frustrada!”. Esto nos alegra mucho a mi marido y a mí. También le hablamos sobre estas cosas y le decimos que “respire como un león” para tranquilizarse. Me hace muy feliz constatar que está funcionando. Se me nota en la cara.

Rachel Grumman Bender