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La hibernación humana: la nueva frontera de la ciencia que la NASA busca conquistar

La hibernación humana ahora parece un chiste, pero hasta hace dos siglos campesinos de algunas regiones europeas pasaban los inviernos tendidos en sus camas para comer poco y rendir sus provisiones hasta la llegada de la primavera. (Getty Images)
La hibernación humana ahora parece un chiste, pero hasta hace dos siglos campesinos de algunas regiones europeas pasaban los inviernos tendidos en sus camas para comer poco y rendir sus provisiones hasta la llegada de la primavera. (Getty Images)

Nací en El Caribe y necesito sol y calor para funcionar al 100 %. Quizás por eso cuando llegan los meses fríos europeos lo único que me provoca es acurrucarme cuando el sol se pone a las cinco de la tarde.

Reconozco que cubrirse de ropa de los pies a la cabeza para salir a la calle tiene su encanto, pero esa magia se pierde cuando llega la factura de la energía que necesitamos para calentar la casa, ducharnos con agua tibia y cocinar para mantenernos animados y activos durante el día.

Algunos proponen que si fuéramos como las ranas e hibernáramos de diciembre a marzo nos ahorraríamos una fortuna en el recibo de la luz, ropa y alimentos, y nos evitaríamos decenas de conflictos de convivencia que surgen durante los encierros invernales.

Sé que la idea suena algo descabellada. Pero varios grupos de investigadores están estudiando la hibernación humana para resolver importantes desafíos, como la posibilidad de enviar misiones tripuladas a planetas lejanos, la regulación de trastornos del ciclo circadiano y el enfriamiento corporal prolongado inducido salvar vidas.

El asunto es dilucidar cómo funciona el eficiente termostato corporal que mantiene nuestra temperatura completamente estable entre los 36,5 y 37,5 °C.

La hibernación es un estado prolongado de letargo en el que ocurren dos procesos paralelos. La temperatura corporal disminuye muy por debajo de los valores normales y se desacelera el metabolismo basal, que es el gasto de calorías de un ser vivo en estado de reposo. Los animales que hibernan paralizan su digestión, no se hidratan ni se alimentan, ni tampoco orinan ni defecan.

La gran dificultad que tienen los mamíferos para mantener largas hibernaciones es que el cerebro no puede funcionar a temperaturas corporales inferiores a los 20 ºC. Y no se trata de que necesitemos mucha agilidad mental para quedarnos paralizados durante meses. El problema es que para soñar necesitamos niveles de actividad cerebral aún mayores que en la vigilia y los mamíferos que dejan de soñar mueren.

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Los lémures enanos de Madagascar son los únicos primates que hibernan porque son capaces de sobrevivir con la grasa que almacenan en su cola. Al acomodarse en refugios, que acondicionan en el centro de los árboles, su ritmo cardíaco se desacelera y respiran de 4 a seis veces por minuto.

Pero mantienen su cerebro los suficientemente activo al aumentar su temperatura corporal el tiempo suficiente para que el cerebro pueda volver a funcionar. En esos intervalos, no se activan físicamente sino que por el contrario duermen para soñar.

El secreto de su hibernación es que atraviesan algunas horas de sueño REM durante el aletargamiento que dura hasta siete meses.

El sueño y la temperatura humana

Uno de los desencadenantes del sueño en los humanos es la reducción de la temperatura corporal. Lo experimento varias veces al día porque sufro de narcolepsia, un trastorno del sueño que se caracteriza por ataques repentinos del sueño.

Sé que comienzo a dormirme cuando siento frío en las manos y los pies aunque esté en pleno verano. La temperatura humana baja uno o dos grados centígrados cuando nos quedamos dormidos. Y vuelve a ascender lentamente para despertarnos.

Uno de los problemas de los insomnes crónicos es que no ocurren estas sutiles variaciones del calor corporal.

Aunque aceptemos que la hibernación total es imposible, los científicos creen que es factible pasar largos períodos de inactividad relativa para sobrevivir períodos extremos.

Una de esas evidencias se encuentra en una cueva en la sierra de Atapuerca, en la provincia española de Burgos, donde se encuentran uno de los yacimientos de fósiles más importantes del mundo. Los científicos encontraron que los restos fósiles juveniles de Homo heidelbergensis que vivieron hace 400.000 años presentaron un crecimiento óseo interrumpido durante un par de meses cada año, lo que indicaría que atravesaban una época de inactividad física similar a la hibernación.

Registros mucho más recientes, como los de algunas zonas rurales de Francia del siglo XIX muestran un año divido en dos estaciones. Una de cinco meses calurosos en la que las personas realizaban casi todo el trabajo y siete meses de poca actividad y frío invernal.

En mucho de los pequeños pueblos, las personas pasaban semanas acostados en sus camas de paja con sus suministros de alimentos secos o en conservas, y los animales vivos dentro de las casas para mantenerlos calientes.

Varios informes de finales de 1800 y principios de 1900 relatan que los hombres hacían las actividades indispensables y pasaban el resto del día en sus camas para mantenerse calientes y comer menos. Sin la posibilidad de sembrar o de comprar alimentos de otras latitudes, los campesinos franceses de esa época resurgían en la primavera desaliñados y anémicos.

La rutina invernal del norte de Rusia era similar a la francesa. The British Medican Journal publicó en 1900 un informe sobre los campesinos rusos de la región de Pskov.

“En la primera nevada, la familia se reúne alrededor de la hoguera, se acuesta, deja de luchar con los problemas de la existencia humana, y tranquilamente se va a dormir. Una vez al día, se levantan para comer un trozo de pan duro, que han horneado providencialmente en el otoño anterior en cantidad suficiente para seis meses. Cuando el pan se ha lavado con un chorro de agua, todos se vuelven a dormir. Los miembros de la familia se turnan para vigilar y mantener el fuego encendido. Después de seis meses de esta existencia reposada, la familia se despierta, se sacude, sale a ver si crece la hierba y poco a poco se pone a trabajar en las tareas del verano”. Llamaban a este período reposado del invierno, la lotka.

La ciencia de la hibernación

Un grupo de científicos se está tomando la hibernación humana muy en serio y estudia sus mecanismos básicos para aplicarlo en una amplia gama de situaciones como la preservación de víctimas de traumatismos sin pulso mientras se realizan operaciones cruciales para reparar lesiones, extender el período de vida humana para hacer posible la exploración del espacio lejano, o controlar alteraciones metabólicas para ayudar a las personas a perder peso o a controlar trastornos del sueño.

“Es muy posible que los humanos puedan hibernar”, dijo a The Atlantic Kelly Drew, profesora del Instituto de Biología del Ártico de la Universidad de Alaska. Drew estudia las ardillas terrestres del Ártico, pequeñas criaturas fornidas que desaparecen en madrigueras durante ocho meses al año.

Durante mucho tiempo se pensó que el ajuste de la temperatura corporal era inmutable, pero ahora los científicos no están tan seguros.

A pesar de que los humanos no suelen entrar en letargo por voluntad propia, y nuestros cuerpos normalmente lo evitan temblando, Drew explica que no hay una sola "molécula de hibernación" u órgano del que carezcan los humanos. Tanto es así que el letargo puede ser inducido por médicos en circunstancias extremas.

Los cirujanos utilizan la hipotermia durante los procedimientos en los que el corazón debe detenerse durante un período prolongado, lo que permite que el cerebro y otros órganos sobrevivan más tiempo energía. El enfriamiento también se usa en casos de emergencia después de un paro cardíaco. Se cree que cubrir a los pacientes sedados con mantas especiales que se mantienen heladas con circulación de agua fría tiene un efecto similar a poner una compresa de hielo en un tobillo torcido. Disminuye el proceso inflamatorio para minimizar el daño duradero al corazón y al sistema nervioso central.

¿Cuánto tiempo podría hibernar una persona sana?

La NASA está intentando responder esa pregunta desde 2014 para impulsar los viajes espaciales largos. Ahora no es posible enviar una misión tripulada a Marte porque no es posible satisfacer las necesidades básicas de los astronautas. Pero si pudieran dejar de comer y moverse, teoréticamente podrían llegar más lejos.

Un miembro de la tripulación permanecería consciente mientras los demás hibernarían por unas dos semanas. También podrían permanecer en pequeñas cápsulas, lo que minimizaría el espacio de la nave que debe se protegido con escudos que bloquean la radiación.

Y aunque aún no han logrado resultados positivos, la Nasa se mantiene optimista.

Además de la conquista del espacio, la hibernación tiene el potencial de desempeñar un papel en el tratamiento de muchas enfermedades inflamatorias, dice Drew. También está interesada en el papel de la termorregulación en el insomnio. En algunos casos, el trastorno parece deberse a una falla en el descenso cíclico estándar de la temperatura del cuerpo humano cada noche, por lo que los medicamentos que modulan la temperatura podrían ayudar a inducir el sueño.

Y mientras la ciencia encuentra las respuestas a los misterios de la hibernación, no puedo evitar la tendencia a comportarme como un oso pardo, que se amodorra en las temporadas frías y se activa en los meses calurosos e iluminados.

Fuentes: Bylinetimes, The Atlantic, National Geographic, Discover Wildlife, Nota Antropológica, The Swaddle, ABC