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'Es una heroína': en las protestas en Birmania, las mujeres están en primera línea

Manifestantes con vestidos de gala en Yangon el mes pasado. (The New York Times)
Manifestantes con vestidos de gala en Yangon el mes pasado. (The New York Times)
Médicos en un hospital de Yangon, Birmania, protestan días después del golpe militar del mes pasado. (The New York Times)
Médicos en un hospital de Yangon, Birmania, protestan días después del golpe militar del mes pasado. (The New York Times)

A Ma Kyal Sin le gustaba el taekwondo, la comida picante y un buen lápiz labial rojo. Adoptó el nombre inglés de Angel, y su padre la despidió con un abrazo cuando salió a las calles de Mandalay, en el centro de Birmania, para unirse a las multitudes que protestaban pacíficamente por la reciente toma del poder por parte de los militares.

La camiseta negra que Kyal Sin llevó a la protesta del miércoles llevaba un mensaje sencillo: “Todo saldrá bien”.

Por la tarde, Kyal Sin, de 18 años, recibió un disparo en la cabeza por parte de las fuerzas de seguridad, que mataron al menos a 30 personas en todo el país en el día más sangriento desde el golpe de Estado del 1 de febrero, según las Naciones Unidas.

“Es una heroína para nuestro país”, dijo Ma Cho Nwe Oo, una de las amigas más cercanas de Kyal Sin, quien también ha participado en las concentraciones diarias que han electrizado cientos de ciudades de toda Birmania. “Al participar en la revolución, nuestra generación de mujeres jóvenes demuestra que no somos menos valientes que los hombres”.

A pesar de los riesgos, las mujeres se han puesto al frente del movimiento de protesta de Birmania, enviando un poderoso reproche a los generales que destituyeron a una dirigente civil y reimpusieron un orden patriarcal que ha reprimido a las mujeres durante medio siglo.

Se han reunido por cientos de miles en marchas diarias, representando a los sindicatos en huelga de maestros, trabajadoras de la confección y trabajadoras médicas, todos sectores dominados por mujeres. Las más jóvenes suelen estar en primera línea, donde las fuerzas de seguridad parecen haberlas marcado como objetivo. El miércoles, dos mujeres jóvenes recibieron un disparo en la cabeza y otra cerca del corazón; tres balas que acabaron con sus vidas.

A principios de esta semana, las cadenas de televisión militares anunciaron que las fuerzas de seguridad tenían instrucciones de no utilizar munición real, y que en defensa propia solo dispararían a la parte inferior del cuerpo.

“Puede que perdamos algunas heroínas en esta revolución”, dijo Ma Sandar, secretaria general adjunta de la Confederación de Sindicatos de Birmania, que ha participado en las protestas. “La sangre de nuestras mujeres es roja”.

La violencia del miércoles, que elevó el número de muertos desde el golpe de Estado a al menos 54, reflejó la brutalidad de un ejército acostumbrado a matar a su gente más inocente. Al menos tres niños han sido asesinados a tiros en el último mes, y la primera muerte de la represión militar posterior al golpe fue una mujer de 20 años, a quien le dispararon en la cabeza el 9 de febrero.

En las semanas transcurridas desde el inicio de las protestas, grupos de voluntarias médicas han patrullado las calles, atendiendo a los heridos y a los moribundos. Las mujeres han aportado agallas a un movimiento de desobediencia civil que está paralizando el funcionamiento del Estado. Y han desafiado los estereotipos de género en un país donde la tradición sostiene que las prendas que cubren la mitad inferior del cuerpo de los dos sexos no deben lavarse juntas, para que el espíritu femenino no actúe como contaminante.

Con una creatividad desafiante, la gente ha colgado tendederos con pareos de mujer, llamados htamein, para proteger las zonas de protesta, sabiendo que algunos hombres se resisten a pasar por debajo de ellos. Otros han colocado imágenes del general en jefe Min Aung Hlaing, el jefe del ejército que orquestó el golpe, en los htamein colgados, una afrenta a su virilidad.

“Las jóvenes lideran ahora las protestas porque tenemos una naturaleza maternal y no podemos dejar que se destruya a la próxima generación”, dijo Yin Yin Hnoung, una médica de 28 años que ha esquivado balas en Mandalay. “No nos importan nuestras vidas. Nos importan nuestras futuras generaciones”.

Aunque la inhumanidad de los militares se aplica a muchos de los aproximadamente 55 millones de habitantes del país, las mujeres son las que más pierden con la reanudación de la plena autoridad de los generales, tras cinco años de compartir el poder con un gobierno civil dirigido por Daw Aung San Suu Kyi. El Tatmadaw, como se conoce al ejército, es profundamente conservador, y opina en sus comunicados oficiales sobre la importancia de la vestimenta modesta de las damas.

No hay mujeres en los rangos superiores del Tatmadaw, y sus soldados han cometido sistemáticamente violaciones en grupo contra mujeres de minorías étnicas, según las investigaciones de las Naciones Unidas. En la visión del mundo de los generales, las mujeres suelen ser consideradas débiles e impuras. Las jerarquías religiosas tradicionales de esta nación predominantemente budista también sitúan a las mujeres a los pies de los hombres.

Los prejuicios de los militares y del monasterio no son necesariamente compartidos por la sociedad de Birmania en general. Las mujeres son educadas y están integradas en la economía, sobre todo en los negocios, la industria y la administración pública. Cada vez más, las mujeres han encontrado su voz política. En las elecciones del pasado noviembre, cerca del 20 por ciento de los candidatos de la Liga Nacional para la Democracia, el partido de Aung San Suu Kyi, eran mujeres.

El partido ganó de forma aplastante, superando al Partido de Solidaridad y Desarrollo de la Unión, vinculado a los militares y mucho más dominado por los hombres. El Tatmadaw ha rechazado los resultados y los ha llamado fraudulentos.

Cuando los militares empezaron a ceder algo de poder en la última década, Birmania experimentó uno de los cambios sociales más profundos y rápidos del mundo. Un país que en su día fue forzado a atrincherarse por los generales, que tomaron el poder por primera vez en un golpe de Estado en 1962, entró en Facebook y descubrió los memes, los emojis y las conversaciones globales sobre políticas de género.

“Aunque estos son días oscuros y mi corazón se rompe con todas estas imágenes de derramamiento de sangre, soy más optimista porque veo a las mujeres en la calle”, dijo la doctora Miemie Winn Byrd, una birmanoestadounidense que sirvió como teniente coronel en el ejército de Estados Unidos y ahora es profesora en el Centro Daniel K. Inouye de Estudios de Seguridad de Asia-Pacífico en Honolulú. “En esta contienda, apostaría por las mujeres. Están desarmadas, pero son las verdaderas guerreras”.

Esa pasión ha prendido en todo el país, a pesar de las medidas de represión del Tatmadaw en las últimas décadas, que han matado a cientos de personas.

“Las mujeres adoptaron la posición de vanguardia en la lucha contra la dictadura porque creemos que es nuestra causa”, dijo Ma Ei Thinzar Maung, una política de 27 años quien fue presa política y, junto con otra mujer de la misma edad, encabezó la primera manifestación antigolpista en Yangon cinco días después del golpe.

Tanto Ei Thinzar Maung como su compañera en el liderazgo de la manifestación, Esther Ze Naw, protestan de día y se esconden de noche. Unas 1500 personas han sido detenidas desde el golpe, según un grupo local de seguimiento.

Ambas se politizaron desde muy jóvenes y defendieron los derechos de las minorías étnicas en un momento en que la mayoría de la población de Birmania no estaba dispuesta a reconocer la campaña de limpieza étnica del ejército contra los musulmanes rohinyá. Al menos un tercio de la población de Birmania está formada por una constelación de minorías étnicas, algunas de las cuales están en conflicto armado con el ejército.

Cuando encabezaron su manifestación el 6 de febrero, las dos mujeres marcharon con camisetas asociadas a la etnia Karen, cuyos pueblos han sido invadidos por las tropas del Tatmadaw en los últimos días. Esther Ze Naw pertenece a otra minoría, la kachin, y cuando tenía 17 años pasó por los campamentos de las decenas de miles de civiles desarraigados por las ofensivas del Tatmadaw. Recordaba que los aviones militares rugían sobre su cabeza y hacían llover artillería sobre mujeres y niños.

“Fue entonces cuando me comprometí a trabajar por la abolición de la junta militar”, dijo. “Las minorías saben lo que se siente, a dónde conduce la discriminación. Y como mujer, seguimos siendo consideradas como un segundo sexo”.

“Esa debe ser una de las razones por las que las mujeres activistas parecen estar más comprometidas con las cuestiones de derechos”, agregó.

Aunque la Liga Nacional para la Democracia es dirigida por Aung San Suu Kyi, sus altos cargos son dominados por hombres. Y, al igual que el Tatmadaw, los escalones más altos del partido suelen estar reservados a los miembros de la mayoría étnica Bamar del país.

En las calles de Birmania, aun cuando las fuerzas de seguridad siguen disparando a los manifestantes desarmados, la composición del movimiento ha sido mucho más diversa. Hay estudiantes musulmanes, monjas católicas, monjes budistas, drag queens y una legión de mujeres jóvenes.

“La generación Z es una generación valiente”, dijo Honey Aung, cuya hermana menor, Kyawt Nandar Aung, murió de un disparo en la cabeza el miércoles en la ciudad de Monywa. “Mi hermana se unía a las protestas todos los días. Odiaba la dictadura”.

En un discurso que apareció en una publicación de propaganda estatal a principios de esta semana, el general Min Aung Hlaing, jefe del ejército, se refirió a la incorrección de los manifestantes, con sus “ropas indecentes contrarias a la cultura de Birmania”. Su definición se suele considerar que incluye a las mujeres que llevan pantalones.

Momentos antes de que la mataran, Kyal Sin, vestida con zapatos deportivos y jeans rotos, reunió a sus compañeros de protesta pacífica.

Mientras se tambaleaban por los gases lacrimógenos disparados por las fuerzas de seguridad el miércoles, Kyal Sin dispensaba agua para limpiar sus ojos. “No vamos a huir”, gritó, en un video grabado por otra manifestante. “La sangre de nuestro pueblo no debe llegar al suelo”.

“Es la chica más valiente que he visto en mi vida”, dijo Ko Lu Maw, quien fotografió algunas de las últimas imágenes de Kyal Sin, en una pose alerta y orgullosa entre una multitud de manifestantes postrados.

Bajo su camiseta, Kyal Sin llevaba un colgante en forma de estrella, porque su nombre significa “estrella pura” en birmano.

“Ella decía: ‘Si ves una estrella, recuerda, esa soy yo’”, dijo Cho Nwe Oo, su amiga. “Siempre la recordaré con orgullo”.

Hannah Beech ha sido la jefa de la corresponsalía para el sureste asiático desde 2017, con sede en Bangkok. Antes de trabajar en el Times, fue reportera de la revista Time durante 20 años, donde reportó desde Shanghái, Pekín, Bangkok y Hong Kong. @hkbeech

This article originally appeared in The New York Times.

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