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Hermanos de sangre: un hombre conoce a la donante que le salvó la vida

Avi Ruderman, un israelí de 54 años de edad, estuvo preguntándose durante todo un año quién sería la persona que le salvó la vida. Molly Allanoff, una estudiante de medicina de 24 años de edad, residente en Filadelfia, estuvo preguntandose durante todo un año quién sería la persona que recibió sus células madre y si se encontraría bien.

Avi y Molly.

El padre de Molly recibió un transplante de médula, pero no pudo vivir un año más después de eso. Quizá ella había salvado una vida y le había ahorrado a otra hija la angustia de perder a su padre.

Para que un paciente pueda contactar con su donante debe haber sobrevivido al trasnplante un año, ya que esto es un requisito del registro de médula ósea.

Así que ambos esperaron.

A sus 50 años, Avi, quien dirige una clínica de reposo con 1200 camas y 1000 empleados, contrajo linfoma no Hodgkin, un tipo de cáncer que afecta a los glóbulos blancos. Después de recibir quimioterapia y no obtener resultados positivos, la única esperanza de Avi era un transplante de médula. Esto implicaría recibir altas dosis de quimioterapia para destruir la médula defectuosa del paciente y luego reemplazarla con células madre sanas de un donante compatible. El objetivo de este procedimiento es que el paciente se recupere y su médula ósea empiece a producir células madre sanas.

Sin embargo, esto no es tan sencillo: solo 4 de cada 10 personas que necesitan un transplante de este tipo lo consiguen, ya que es difícil encontrar un donante compatible. Existen 10 marcadores en la sangre que deben coincidir entre el paciente y el donante, y cada uno de estos marcadores tiene miles de variaciones. En una lista de 26 millones de personas dispuestas a donar médula ósea en todo el mundo, Avi encontró a un solo donante compatible: Molly Allanoff, una estudiante de medicina de la Universidad Thomas Jefferson de Filadelfia.

Avi recibió el transplante el 15 de octubre de 2014 y lo único que sabía sobre su donante es que era una mujer norteamericana de 23 años. Soñaba con conocerla. Tenía cuatro hijas, pero ahora sentía que tenía cinco.

Molly estaba en segundo grado cuando su padre, Dan Allanoff, un abogado de Filadelfia, enfermó de linfoma por primera vez. Gracias al tratamiento, Dan vivió una vida sana durante 10 años, pero cuando Molly estaba en su primer año de bachillerato, el cáncer de su padre regresó.

Al cumplir 18, cuando estaba en el primer semestre en la Universidad de Nueva York, lo primero que hizo Molly fue inscribirse para ser donante de médula ósea. Lo único que tenía que hacer era dejar que le tomaran una muestra de su saliva. Sabía que menos del 1% de las personas que se inscribían llegaban a tener la oportunidad de donar, pero igual quería intentarlo. Cuantas más personas se inscriban, más probabilidades existen de que un paciente encuentre un donante compatible.

Un par de años después, su padre, quien ya estaba muy enfermo, recibió un transplante de médula. Molly sabía que se sentía muy agradecido y que habría dado cualquier cosa por agradecérselo a su donante. Sin embargo, el transplante de Dan no tuvo éxito, por lo que murió el 27 de enero de 2013, un día antes de que se cumpliera un año del transplante. (La tasa promedio de supervivencia para los receptores de médula ósea es alrededor de dos tercios).

Más de 1000 personas asistieron a su funeral. “Todos decían que era su mejor amigo”, dijo Molly. “Tenía una habilidad mágica para hacer sentir especial a todo el mundo y siempre fue muy bueno escuchando a los demás”.

Molly estaba por comenzar su último semestre en la NYU y a pesar de que nunca antes había asistido a una clase de ciencia o matemática, después de la muerte de su padre supo que quería ser médico. Se sentía conmovida por las personas que se habían encargado de cuidarlo. “Lo único que quería hacer era cuidar a las personas y sus familias”, dijo. En septiembre de 2013 se inscribió en un programa de la Universidad Thomas Jefferson. Le tomaría dos años completar los prerequisitos para poder estudiar en la escuela de medicina.

Luego, en 2014, recibió una llamada del registro de donantes de médula.

“No lo podía creer”, dijo.

El 14 de octubre de 2014, Molly fue al hospital con su novio y su madre. Ahí estuvo ocho horas sentada en un sillón, con vías intravenosas en cada brazo. Su sangre salía de un brazo, pasaba por una máquina que la filtraba y luego regresaba a su cuerpo por el brazo contrario; un procedimiento muy parecido al de la diálisis para diabéticos.

Hoy en día, en solo el 25% de los casos los médicos llevan a cabo un procedimiento que requiere anestesia y que consiste en extraer con una jeringa las células madres del hueso pélvico del paciente . En la mayoría de los casos, se aplica el mismo procedimiento que a Molly: los médicos simplemente filtran las células madre hematopoyéticas de la sangre del donante. Durante cinco días antes de donar, Molly recibió inyecciones para estimular la producción y circulación de células madre de la sangre, lo que le causaba dolor, pero aun así podía regresar a casa y a clases el día siguiente.

Pasó casi un año, y durante ese tiempo las identidades del donante y el paciente se mantuvieron anónimas, ya que el registro busca evitar que los donantes se sientan obligados a donar otra vez en caso de que el paciente necesitara un segundo transplante.

Carta de Avi a Molly, y de Molly a Avi.

Hace dos meses, en septiembre, Molly recibió una carta del registro de donantes de médula: “Querido donante”, decía. “En octubre de 2014 recibí gracias a ti un trasplante de médula ósea que me salvó la vida y quiero darte las gracias. Tengo 54 años de edad, vivo en Israel… Iré a Estados Unidos a visitar a mi hija y su prometido, un jugador de la NBA. Para mí sería un gran honor conocerte… Siempre estaré muy agradecido por el regalo que me diste”.

No tenía firma. Molly respondió a través de la agencia. Unas semanas después, al soplar las velas de su pastel de cumpleaños, le escribió: “Mi deseo de cumpleaños fue que estuvieras sano” y agregó “Me siento muy afortunada por haber tenido la oportunidad de ayudarte”. Al cumplirse un año de la donación, el 15 de octubre, Avi llamó a Molly. Molly estaba estudiando para su examen final de anatomía cuando vio que la llamaban desde un número internacional. Lo sabía.

Avi había preparado un discurso, lo ensayó cientos de veces, pero no pudo contener las lágrimas cuando empezó a hablar con Molly. Lo único que pudo decirle fue “Soy yo”.

Avi viajó con su familia la tarde del 4 de noviembre y quedó en verse con Molly en el lobby del hotel Rittenhouse en Filadelfia a las 7 pm. Avi llegó primero con su esposa Ifat, su hija mayor Shani, de 26 años, quien se casará con el jugador de Sacramento Kings Omri Casspi, y con su hija menor, Yarden, de 5 años. Se sentaron y esperaron, pero no por mucho tiempo.

Encuentro de Avi y Molly en Filadelfia.

Molly llegó con su novio Andrew Roth y su madre Andrea.

Avi ahogó a Molly en un fuerte abrazo. Él mide más de metro ochenta, ella metro cincuenta. Después de unos segundos se separaron y mientras se sostenían de las manos se observaron. “Me salvaste la vida”, le dijo.

Las familias intercambiaron historias, fotografías y lágrimas.

Antes de ir a cenar, Avi sorprendió a todos al invitar a Molly y a toda su familia a Israel para la boda de su hija, en junio. “Es mi regalo para ti”, le dijo. “Ahora eres parte de la familia”.

Michael Vitez (@michaelvitez) es un periodista ganador del premio Pulitzer Prize y autor publicado. Vitez escribe para el Philadelphia Inquirer desde 1985 y es conocido por sus historias conmovedoras.

(Fotos y cartas: Cortesía de la familia)

Por Michael Vitez para Yahoo News